Jiro y el dragón bronce

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Izuku no fue capaz de conciliar el sueño durante lo que restó de la noche.

Estaba extrañamente inquieto por el nuevo trato que había hecho con el rey Bakugo y a pesar de que sus brazos se sentían extraños, se aferró con todo lo que tenía a la espada hasta que el sol comenzó a darse vista por el horizonte, dejando que sus dorados rayos de luz acariciaran suavemente cada rincón de Yuuei.

Un par de repentinos y sonoros golpes resonaron en su puerta, sobresaltándolo; se levantó a regañadientes, sosteniendo su manta, yendo hasta ella para abrirla con cuidado y asomándose al pasillo.

—¡Buenos días, Midoriya! —saludó Kirishima con una gran sonrisa apenas la puerta se abrió. —¡Bakugo me ha enviado por ti!

—Ah, te lo agradezco, Kirishima-kun. —sonrió, relajándose ante el buen ánimo del ra'ka.

—Dijo que cuando termines de desayunar, bajes a la entrada de la ciudad, él estará ahí.

Kirishima lo llevó con toda la buena voluntad del mundo hasta la cocina y se encargó de que obtuviera un gran plato de comida aun humeante sobre la mesa, en compañía de sus amigos, quienes aparecieron minutos después.

—¡¿Nos marchamos ya?! —preguntó Uraraka con un deje de decepción pintado en su bonito rostro.

—Tenemos que volver antes de cinco días y ya hemos perdido dos. —explicó Iida, adelantándose. —Además, debemos tomar en cuenta el tiempo que nos tomará en regresar.

—Oh, entonces me encargaré de empacar algo de comida para ustedes. —sonrió Ashido, integrándose a la conversación con una amplia sonrisa.

—¡Y para mí también! —celebró el pelirrojo, acercándose a la dríada.

—¿Vienes con nosotros? —preguntó Izuku.

—¡Ajá! —hizo una mueca de satisfacción. —No sería bueno que se toparan con algún obstáculo difícil de sortear, yo estaré ahí para ayudar.

—Ah, ¡se marcharán a una genial aventura! —se quejó Mina. —Me siento algo envidiosa.

—No te preocupes, Mina-chan. —sonrió Tsuyu. —Yo también me quedaré.

—¿No vienes? —inquirió la castaña de inmediato.

—Lo siento, no me gusta alejarme mucho de mi hogar. —se excusó la de grandes ojos.

Izuku decidió dedicarse enteramente a su desayuno cuando se percató del destello de decepción que vio por un segundo en los ojos avellana de Ochako.

Cuando llegaron al pie de la ciudad, Bakugo y otro chico más, uno de cabello oscuro y figura alta y delgada estaban ya esperándolos.

—¡Ya estamos aquí! —saludó el pelirrojo con su habitual animosidad. Tsuyu, quien se había ofrecido a acompañarlos, se detuvo bajo la portezuela.

—Los visitaré pronto. —prometió, haciendo un corto ademán.

Bakugo, impaciente, dio la orden para comenzar a moverse y tanto el joven de cabello negro como Kirishima se colocaron al final del grupo sin necesidad de una orden. Izuku miró al más alto y se percató de que se trataba del guardia que había visto ser arrojado por la ra'ka el día anterior.

—¡Eres tú! —señaló, victorioso y el chico, Sero, le sonrió ampliamente.

—¡Es bueno conocerte, explorador! —saludó, tan animadamente como su compañero. —Escuché que estuviste fabuloso ayer, es una lástima que no haya podido verte.

Vhakan; [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora