El ore

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La guardia real de Sahne vagó junto a Shoto e Izuku durante horas en el valle de Driel, buscando a Bakugo desesperadamente.

Fuyumi le había rogado al pecoso que arreglara las cosas tan pronto como pudiera y el joven humano no pudo más que sentirse terriblemente culpable por haber permitido que sus emociones lo dominaran.

Era bien entrada la noche cuando uno de los guardias, que venía volando en su forma de dragón desde el este les anunció que habían encontrado al hombre.

Izuku corrió sobre las cenizas tan rápido como pudo, respirando aceleradamente y con muchas ideas cruzando su preocupada mente. Cuando por fin alcanzó a divisar la capa roja del cenizo descansando sobre la ceniza gris no supo si estar aliviado o aún más preocupado.

El par de guardias que estaban ahí se apartaron para permitirle pasar y observaron con atención como las manos del pecoso temblaban mientras se estiraban para tocar al inconsciente hombre.

Midoriya apretó con fuerza los labios cuando pudo sostener entre sus manos la mano derecha del ra'ka; estaba muy frio y su piel reseca ennegrecida por los restos de la ceniza. Sus ojos esmeraldas recorrieron con fervor cada centímetro de piel a la vista esperando que todo fuera un error, pero no era así; las venas del hombre resplandecían en un tóxico color verde, signo de que su sangre ya estaba contaminada casi por completo. En pánico, se agachó, pegando su oído contra el pecho del hombre, cerrando los ojos para poder concentrarse mejor.

Por favor, que siga con vida.

Contuvo la respiración, angustiado mientras intentaba contener el llanto y solo pudo tranquilizarse cuando escuchó el latido del corazón de Katsuki retumbar en su pecho.

Todoroki se detuvo detrás de él, apretando su hombro y dando de inmediato la orden para que los guardias llevaran al cenizo de vuelta al palacio.

La mirada azul de Hamada se clavó fuertemente frente a él mientras apretaba los puños y se ponía de pie, dejando atrás su trono.

Las noticias de lo ocurrido en Leyhal se habían esparcido como la pólvora por todo Yuuei, sabía que Grimrah también estaba en peligro y lamentó no haber tomado en serio la propuesta de alianza que le hizo Yagi cuando el primer ataque ocurrió, pues ahora los humanos se encontraban al borde de la ruina.

Cuatro días habían transcurrido desde que los Yaoyorozu cayeron junto a su reino, cuatro días en los que el cielo sobre su territorio se había tornado oscuro y el aire helado.

Hasta ese momento no tenían idea de aquello a lo que se estaban enfrentando, pues no habían sido capaces de presenciarlo en persona, sin embargo, ahora que lo sabían no había mucho que pudieran hacer.

—Vlad. —llamó el rey a su jefe de la guardia sin despegar la mirada del frente. El hombre, que estaba de pie detrás de él dio un paso hacia adelante. —lleva a tus hombres al pueblo y salven a todos los civiles que puedan.

—Entendido majestad. —accedió el hombre, con la mirada fija en la puerta del castillo. —¿Qué hay de usted?

La enorme y pesada puerta del palacio de Nasjen cayó, rendida ante el fuego mientras el rey se quitaba la corona y comenzaba a bajar los peldaños que conducían al trono, sacando de entre sus ropajes una bella espada forjada en hierro.

—Los alcanzaré cuando termine.

Vlad se marchó, gritando órdenes a sus soldados para que corrieran a ayudar al pueblo que ardía en llamas justo frente a sus ojos al percatarse de la determinación en los ojos de su rey.

Vhakan; [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora