Viaje

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Emprendimos camino.
Nos seguía otra carroza con damas de compañía y el mayordomo de la casa. Además de tres guardias a caballo.

Habíamos vuelto a un oportuno silencio y me entretuve mirando lo que quedaba del atardecer. Y comencé a plantearme que iba a hacer metida en ese pequeño habitáculo con un hombre del que no sabía nada y del que no sabía si quería saber algo, cuatro largos días, en silenció y sin nada que hacer. Suspiré.

El atardecer se acabó y dejé de mirar fuera, para mirar dentro. Mi esposo dibuja a la luz del candil. La luz solo iluminaba el papel entre sus manos. Por un momento, una ira, por primera vez conocida, me recorrió el cuerpo. Estando medio desnuda, aquí, solos y ni me prestaba la más mínima atención.

-¿Acaso no tendré noche de bodas?- Dije por encima del ruido del traqueteo de la carroza. Mi esposo rayó el papel dejando una fea cicatriz de carboncillo sobre el dibujo. Miro el papel arrugando levemente una blanca ceja, luego me miró serio, para decir al final:-¿Acaso quieres noche de bodas?- Le miré paladeando la ira. -No contigo.-Le desafié. ¿Loca, me había vuelto loca?

-Pues yo nunca me he acostado con una mujer que no me desease.- Mi lengua afilada tuvo que ser refrendada, pues no es lo mismo desear al hombre que al deseo que hay tras él. Pero sería mejor guardar silencio.

Volvió de nuevo la vista al papel, hizo una mueca de disgusto y rasgó la hoja, empezó una nueva. Obviamente planeaba seguir dibujando. Suspire.

-¿Debo saber que te hace suspirar de esa manera, cual vaca sin pasto?- Me impresionó que se interesará y mas aun que me devolviera un ataque deslenguado.

-No estoy hambrienta sino hastiada y más lo estaré cuanto más sigamos de viaje.- Dije conteniendo mal, el atenté a las consecuencias, de mi voz.

-Tengo cosas para entretenerte pero no se si... Pensé que todas las mujeres hacían labor cuando viajaban.- Me miró y su único ojo brilló a la luz tenue del candil. Otra vez tuve ganas de soltarle de donde salían esos comentarios sobre "las mujeres".

Encendió otro candil y abrió un compartimiento a la altura de sus pierna. -Hay naipes, dados, dos libros de viajes, otro de caballerías.- Revolvió el arcón oculto.

-¡Qué sean naipes!- Salté de mi asiento y me acomode al otro lado de su banco.

-Damas francesas, que descaradas.-Cerró el arcón de un puntapié y empezó a barajar.

-Y los caballeros ingleses siempre tan brutos.- Seguí la broma. Cogí mi mano y la observé: buenas cartas.

-Siento vuestra indisposición, Lady Daville.-

-No creo que entendáis mi indisposición, Marques de Saffort.-

-¿Tal vez tenga que ver con que ahora seáis Marquesa de Saffort?- Indagó pero lo deje de lado para centrarme en la partida. Extrañamente, el ambiente era relajado. Tal vez, no era la única agraviada por este matrimonio. Claro que nadie lo estaba más que yo. Él podía seguir con su vida, mi vida acababa aquí. Mi cuerpo era el origen de su rama familiar y mis energías se concentrarían en gestarlos, echarlos al mundo y criarlos, en un circulo que se repetiría hasta que mi esposo quedase satisfecho. 

Mis pensamientos negativos y llenos de una amargada resignación, me hicieron perder la concentración en el juego más de una vez. Por lo que aun que el juego se sucedió, no salíamos del empate. Se volvió tan mecánico que el sopor se cernió sobre mi. 

No recuerdo el sueño pero la sensación de desasosiego que me envolvía hablaba de pesadillas vividas. 

Abrí los ojos de golpe.

Bésame, obedeceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora