Mascarada I

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Se estaba convirtiendo en una costumbre despertarme poco antes del amanecer y percatarme de que Rydian hacía horas que había abandonado la habitación. Pronto Lady Henryetta se percataría del patrón y saldría con otra idea de vieja alcahueta, antes de terminar la semana, seguramente.

Me cubrí el salto con el chal y descalza salí de la habitación. Sabía bien donde pasaba la noche. Una luz tenue iluminaba el pasillo del final de la planta principal, la luz del taller. Una vela danzando para alejar la ocuridad. Y la sombra de Rydian dibujando a su tenue luz. Inmerso en el papel no se percató de mi presencia o no quiso darse cuenta, ya no estaba segura de cual de esas estrategias usaba él para mantenerme alejada.

Una semana atras, al visitar a Lady Ilenka erroneamente había pensado que nos habíamos acercado, erroneamente había disfrutado de su compañia y de su precupación. Aun recordaba la mirada de su ojo, esa mirada que me había dejado en un estado febril al tocar mi piel ese día, incapaz de seguir con mis provocaciones, llena de una ansiedad impropia de mi. De un miedo anticipativo en la boca del estomago, miedo que me había hecho retroceder en mi descaro. Ningún hombre, por insinuante que pudiera haber sido, había provocado en mi esas ganas de esconderse como un ratón asustado pero a la vez permanecer al borde de la luz incapaz de quitar mis astutos ojos del peligroso gato.

Me senté en el banco que se había colocado ahi para mi. Ni al alcance del reojo de sus ojos se percató de mi presencía. Suspiré atenta de como su cabello de hilo blanco caía cual cascada a un costado, sus ojos intensamente concentrados en el papel, sin el parche obstaculizando su buena visión. Su rostro en sombra y aun asi como una escultura de mármol en la oscuridad. La blusa, remangados los puños hasta los codos, parecía blanca y limpia en esa semi oscuridad. Miré mas allá, y reconocí el trabajo de la ultíma semana terminado. Sonreí estupidamente orgullosa por su genialidad.

Como la primera vez que ví uno de sus jubones femeninos, la nueva pieza favorita de mi baul de ropa, quedé anonadada con su trabajo. Me acerqué a la mesa a su espalda y encendí una vela cercana. Ahí estaban. Verdaderas obras de arte. Tres eramos los invitados a la fiesta de Sir Walsingham, Rydian, por supuesto yo como su acompañante y Anna como la mia. Tres mascaras. A cada cual mas elaborada.

La blanca tapaba hasta la nariz y pomulos con pintura dorada formando flores y ramas con frutos. En el comienzo de la frente racimos de perlas formaban una cinta sobre los ojos y las cejas de pintura dorada. Esta cinta de perlas seguia hacia atras en hileras de diferentes tamaños, como una peluca de perlas blancas y rosadas que se mezclaría con el cabello suelto. Toqué las perlas que con delicadeza resvalaron entre mis dedos.

La siguiente era de rostro entero, negra, era como el rostro humano de un cuervo, las plumas salian de todo su alrededor incluso un cuello de plumas negras. Las mejillas blancas y el resto pintado en negro y plata. Los labios negro lacado los acaricié sin poder contenerme. Sabría que esa noche los labios de Rydian estarían tras ellos.

Por último, otra que solo se fijaba a los ojos y a la linea de las cejas, dorada por entero, con relieve de lineas. A partir del borde sobre los pomulos caía una cascada de finos hilos de oro trenzados como flecos que cubrían el resto de la cara. No se cual de las dos era mas bonita.

Volví con la vela al banco y me recosté dejandola en el suelo. Suspiré con resignación, de nuevo no se percataba de mi. Cerré los ojos con pesadumbre y solo el sonido del carboncillo sobre el papel rodeandonos. ¿Quien hubiera pensado, madre que estas en los cielos, que me casaría con un hombre al que no podría conquistar? ¿Qué no podría embelesar?

Desperté en la cama, en la cama que ahora compartía con Rydian. ¿Como? Suponía como. De nuevo sola, tire del llamador. Jane apareció rauda con vino dulce humeante en una bandeja.

Bésame, obedeceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora