Reduciendo la Distancia

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Terminado todo encargo que a Su Majestad podía ocurrírsele, solo quedaban deberes sociales en plena temporada de Londres.

Como se esperaba de mí  y de mis damas acudí a varias fiestas y cenas. Un concierto y un partido de tennis. Lo pase bien con las damas, pero esas prácticas solo me dejaban una falsa sensación de soltería. Rydian nunca acudía y rechazaba las invitaciones, la libertad de protocolo permitía que yo si acudiera. Aun sin ella, lo habría hecho igual, en lugar de pelear por que acudiera o simplemente conformarme con no ir. Tal ven una parte de mí, una parte vanidosa, quería seguir siendo considerada una joya que la Reina había presumido antes de entregarme en lo que todo el mundo consideraba un matrimonio aciago. Y lo que si yo fuera como otras damas, seguramente consideraría un castigo. Ahora, lo veía Su majestad como un castigo. Y si era así: ¿cuál había sido mi falta? 

Siempre había sentido un mudo rechazo por el protocolo, esa libertad que había ganado con mi tragedia era lo que más había temido que el matrimonio me arrebatase. Pero Rydian no era un esposo posesivo o violento, era un esposo... indiferente.

Y aun que lo intente de mil maneras, algo me impidió disfrutar de la sensación de libertad. Y ese algo era la constante mirada de los hombres.

Sí antes... Parecía tan lejano, pero antes me miraban con apreciación, con nerviosismo los más tímidos, con discreta y fascinada admiración. Había aprendido bien de mis hermanas mayores como interpretar la mirada de un hombre y que hacer para dar respuesta. Siempre había pensado que si todo era así resultaba bastante fácil engatusar a un hombre. Prestarle completa atención, poner sus palabras por encima de las tuyas, mirarle fijo y sonreír. Esas cosas. Y otras más sutiles eran mi herramientas naturales. 

Claro que había perdido la oportunidad de poner en práctica todos esos trucos para cazar un marido. Ya estaba casada, sin ningún interés o orgullo por el esfuerzo.

De modo que me sentía también más libre al interactuar con los hombres. Ya no eran presas, ahora eran tan inofensivos cómo hablar con mujeres. Al menos de cara a la sociedad cortesana es lo que había pensado que pasaría. ¡Qué ingenua!

De un tiempo a esta parte había notado el cambio. La mirada de lujuria, el coqueteo, las indirectas. Comportamientos que antes no eran aptos para dedicarlos a una doncella. Si lo eran ahora que era una mujer casada. O más bien, mal casada, como cuchicheaba la corte.

Mi ira se hinchaba cada vez que escuchaba esa clase de comentarios. No lo entendía, me ofendía profundamente. Había visto como una mujer se tapaba el cardenal del pómulo con polvos. Todos parecían saber que su marido la pegaba pero era a mi a quien denominaban la "mal casada". Yo ni siquiera sufría a un marido en la cama como no dejaba de quejarse una gruesa y deslenguada baronesa sobre la rápida y frágil actividad sexual del Barón.

Tras esas experiencias, me encontraba desilusionada y aburrida de la corte, pero no podía defraudar a mis damas de compañía que siempre hablaban de este o aquel soltero. O del tema oficial de las solteras, el Conde Fenrrir Thonrt de Parkline Hall.

El hombre en cuestión había regresado a Londres tras un secretísimo viaje por el Continente. Parecía emparentado con los Valois y en cierto modo eso era lo único que me provocaba curiosidad por ese  hombre. Era mayor, por 7 años, que Rydian y aun así, mi marido parecía mas maduro. Tal vez, la palabra que buscaba fuera torturado.

El conde Fenrrir, el negro, si Rydian era el blanco, de cabello y ojos como el carbón. Una cabeza mas alto que yo, pero tan musculoso como dos Rydians. Cuando me lo presentaron noté esa mirada de lujuria que había empezado a detectar en los hombres, toda cortesía y galantería quedo en un aparte.

Así que me dediqué a que dejara los galanteos para mis damas de compañía. Y aún así el hombre parecía no aceptar las indirectas, su tema de conversación era tan fútil y poco interesante. Y a cada evento social, al que parecía acudir solo en nuestra búsqueda, mis damas no podían evitar estar llenas de una mal ocultada  excitación por el deseado soltero, charlas que me dejaban igual o más indiferente.

Bésame, obedeceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora