Capítulo 1: Parte 3

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Luego de haber manejado por unos cuantos minutos, Pat ordenó a Candy detenerse en un establecimiento comercial.

La chica Brighton simplemente por el gusto de molestar había pedido y salido de aquel lugar con una larga cajetilla de cigarros. Alistar, con un frío six de cerveza; y por supuesto quien estaba a cargo del volante se negó ante ambas invitaciones consiguientemente de que aquellos abordaran el automóvil para proseguir con el camino. No obstante, y después de haber fumado y bebido, Pat ideó lo siguiente:

— Como que se me está antojando una hamburguesa.

— Cerca de aquí está...

— ¡No! — cortaron una oración para decir otra: — Quiero una de carne de oso

— Pat, esas sólo en...

— ¡No me importa! — contestaron con rebeldía; — ¡la quiero! Así que... andando, Candy.

La mencionada, mirando por el espejo retrovisor a su pasajera, a ésta le diría sin amedrentamiento:

— Lo siento, señorita. No debo desviarme de este camino

— ¡Me importa un bledo si debes o no! ¡Haz lo que te digo!

— Pat — pronunció el gentil joven, — ya nos hemos retrasado mucho; y tus padres...

— Ellos van a concentrarse en lo suyo y no van a tener tiempo para nosotras. Y como yo no tengo deseos de sentirme ignorada... a obedecer, Candy. Agarra hacia Nueva York

— Señorita, usted bien sabe que...

— ¡Con un carajo! — se espetó fuertemente en el interior del auto. — ¡Obedece!

— No lo haré — contestó la rudamente ordenada.

— Entonces, detén el auto y bájate

— Pat...

— ¡Silencio, Alistar! Y tú, Candy, oríllate y bájate.

Porque no acataron su orden en el segundo siguiente:

— ¡Que lo hagas, maldita muerta de hambre! — misma que fue sorpresivamente tomada de los cabellos y la zangolotearon feamente. Sin embargo...

— ¡Suficiente, Patricia! — se gritó, y la fémina agresora sintió engrilletada su muñeca imposibilitándose a moverla nuevamente.

Alistar, muy disgustado por ese infantil y a la vez agresivo comportamiento, no le quedó de otra más que intervenir. Además, Candy, en señal de reacción, empezó a reducir la velocidad; también había soltado el volante para tratar de pescar a su atacante ¡de dónde fuera posible! prometiéndole internamente ¡que eso! no iba a quedarse así como así, pero tampoco podía quedarse en medio de la nada. Plus... un sonido comenzó a escucharse; y dos de los tres ocupantes del auto se miraron entre ellos, mientras que el otro agachó la cabeza hacia donde provenía aquello. Conociendo su significancia, se vio obligado a detenerse por completo y esperar. ¿Qué? Muy pronto lo sabrán.

. . .

En la cercana estación de policía todo era tranquilidad. ¡Tanto! que los elementos de seguridad, quienes cubrían ese turno, sentados en sus sillas parecían disfrutar de ricas siestas. No obstante, la luz que se encendió y parpadeaba incesantemente, plus las grandes letras en rojo que empezaron a aparecer en un monitor, llamaron la atención de los policías.

El encargado de esa máquina rápidamente se había incorporado y deslizado con su silla hasta quedar de frente a la pantalla.

— ¿Qué es? — preguntó el que llegaba a ponerse detrás de él.

— Localizador

— ¿Dónde justamente?

— En la salida hacia el aeropuerto Liberty milla doscientos treinta y cinco

— ¿Peligroso?

— Su primera visita a prisión hubo sido por haber matado en defensa propia. La segunda: atraco a casa habitación. Por eso le aplicaron la ley condicional; sin embargo, hoy parece que está intentando huir.

— Uh — se expresó con lamento; y para no llevarse sorpresas: — Será mejor que vayan preparados, muchachos; y tráiganlo lo más rápido posible aquí — se ordenó a los que iban en busca de una puerta. Después, a las patrullas; viéndose éstas partir una muy atrás de la otra. Y en lo que aquellos llegaban allá...

— ¡Con un demonio, Candy, apaga a ese maldito aparato!

Por venir alrededor de su mulso izquierdo y debajo de sus ropas...

— ¡No puedo! — gritó quien yacía detrás del volante y como el resto se cubría los oídos al estarse aumentando el agudo sonido. Además, cada pitido era una, aunque ligera, descarga eléctrica en el femenino cuerpo de Candy quien mayormente hacía crecer su coraje hacia: — ¡Maldita seas, Patricia Brighton! —; la cual, al toparse con la mirada de su novio, éste, consiguientemente de haber negado con la cabeza, optó por descender velozmente del auto para correr hacia la portezuela del conductor y preguntarle:

— ¿Cómo te ayudo?

— Aunque que quisieras... no... s-se puede — la mandíbula de Candy titiritaba y no tanto porque tuviera frío.

— Sé un poco de electrónica. Quizá si me lo muestras... pueda desactivarlo

— ¡No!... eso... sería peor

— ¿Ya vienen por ti?

— L-lo... más seguro

— ¿Por qué se activó?

— Además de condicionárseme a permanecer dentro de esta jurisdicción, también tengo cierto tiempo para estar fuera de la casa de quien abogó por mí.

— ¿Por qué no lo dijiste? — cuestionó Alistar quien en sí había lanzado la cuestión a su novia.

Ésta con manos en los oídos se acostó y encogió en el asiento trasero diciendo:

— ¡No me hables ahora! ¡Y mejor apaga eso!

Pues, aunque todos lo quisieran, por haber sido malintencionada, ahora debían aguardar por quienes tenían autoridad hasta de...

— Va a tener que bajarse los pantalones — ordenó el policía conforme la ayudaba a salir del auto. Sin embargo, quien yacía cerca y lo miraba, sugería:

— ¿No sería mejor cortar la tela? ¡Digo! pese a todo, Candy es una dama

— Bien, entonces hágalo usted — porque aquél debía esposar a la detenida consiguientemente de que ésta ofreciera al frente: sus muñecas.

La navaja que otro de los agentes mostrara, Alistar tomaba para disponerse a atravesar la punta filosa por la prenda de la rubia quien hacía un gesto debido al dolor que le provocaba un pellizco de las esposas.

Concentrada en ello, Candy no miraba el trabajo de Alistar, solamente escuchaba el ruido al estar siendo rasgado su pantalón que dejaría de serlo para ser ahora un diminuto short.

Acabado el sucio trabajo, ella le diría:

— Gracias

— ¿Qué puedo hacer por ti?

— Has hecho mucho y te lo aprecio.

Con la pena que ella sentía por sí misma, Candy sonreía; despidiéndose así de Alistar y viendo éste como la empleada de los Brighton era subida a la patrulla más cercana para ser llevada a la estación de policía y de ahí: a la prisión estatal.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora