Capítulo 3: Parte 1

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Por supuesto Grandchester allá estaría, mientras que Candy en el centro penitenciario... 

A dos techos ya barridos —y sin importarle que el custodio mandado por el comandante para vigilarla la viera— gracias a los castigadores rayos del sol que ya habían quemado un poco sus blancos brazos y el imparable sudor no dejaba de escurrirle por el rostro, la interna detuvo su actividad para comenzar a desabotonarse el top de su anaranjado uniforme carcelario. Una vez zafado, lo ataría a su cintura.

Volteando a ver a quien sentía la miraba, Candy sonrió con coquetería y después se giró para continuar su ardua tarea. Todavía le faltaban... no, no quiso contarlos. Tampoco los minutos que ya habían pasado desde su encuentro carnal con él al cual le impedían un paso cuando precisamente Patty en camilla pasaba a su lado.

Alistar era el encargado de sujetarlo ya que Grandchester no creía la inconciencia que llevaba la muchacha.

— De todos modos — alegó el novio, — deben revisarla. Pasó algo de tiempo en el agua.

— ¡Y allá la llevaré para ahogarla si no va a sacar a Candy de la cárcel!

— Tienes mi palabra que yo la convenceré.

— ¿Y si no lo consigues? — preguntó Terry.

— Buscaremos otra manera. Debe haberla.

— ¡¿Pero hasta cuándo?! — indagó la desesperanza. — Alistar, Candy no puede pasar otro día encerrada en aquel lugar. ¿Me entiendes?

— ¿Tanto la amas?

— Que, si me ayudas, me la llevaré lejos a modo que Patricia no se sienta más amenazada por su presencia.

— ¿Tu padre estará de acuerdo? Terry, Candy es una convicta.

— Yo también lo seré si vuelves a mencionarlo siquiera —, ya que la mirada asesina del joven, el otro pudo notarla.

— Está bien. No tienes por qué molestarte conmigo.

— ¡¿Te parece poco el chiste que hizo la tarada de tu novia?!

— Yo sé que no; y también se lo repruebo, pero...

— Ya cállate, ¿quieres? — dijeron; e indicando un camino por ahí le pedirían ir para continuar diciendo: — Y mejor ve a ver cómo la convences de que sea hoy mismo, ¿me escuchaste? Hoy mismo.

Habiendo sentenciado, Terry se giró para largarse de ahí y buscar por otro lado lo que lo tenía en el clímax de la desesperación.

Para pensar en un nuevo alguien, el joven Grandchester, una vez arribado hasta su auto, ahí se recargó; y es que Alistar no había errado, y Terry, aunque lo dijera, sabía que ir adonde su padre para pedirle ese enorme favor a cambio le prohibiría volver a ver a la mujer debido a su record criminal.

¡No, no, no! — dijo él tirándole al aire una patada. Empero al hacerlo... — ¡Sí! — expresó de gusto. — ¡Mi madre! ¡Ella podrá ayudarme! —, y con eso, Terry se apresuró a montarse en su nave y volar hasta una dirección.

En otra, Candy seguía con su pesado quehacer. Y hasta ella el guardia que la custodiaba se acercó para ofrecerle agua.

La cantimplora que se le puso enfrente, la interna primero la miró. Después detuvo su escoba para beber un poco.

— Sí que pusiste de malas al comandante, ¿eh? — se observó.

— ¿Yo? — Candy se hizo la occisa, y por ende se indagaría:

— ¿Acaso vas a decirme que no sabes que lo traes de un ala, "Princesa"? Aunque ahora me doy cuenta porque te apodan "Dragona". Lindo – dijo aquél, habiendo sido atrevido porque con un dedo acarició parte de la mojada espalda.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora