Capítulo 5: Parte 1

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Lo primero que Candy sugería hacer, antes de salir de ahí, era aguardar hasta que todos en esa casa durmieran. Ella, por ser nueva y habérsele dado la oportunidad de presentarse por la mañana a su nuevo trabajo, por nadie más sería visitada, así que, acordándolo, Terry usaría el mismo método de entrada como salida, quedando de aguardar por ella: en la esquina de esa manzana, donde esa residencia delincuentemente visitada era la única construida.

Habiéndolo visto saltar y desaparecer, Candy se dispuso a levantar el dichoso plato de comida; y de ésta regada en el césped, tomó un poco; bueno, apenas una palpable zanahoria hervida. Masticándola, la mujer se encaminó a su dormitorio, aprovechando el tiempo de espera, en revisar y cambiar las sábanas de su cama.

Minutos más tarde sobre ella se acostó. Pero al instante siguiente se acordó de apagar las luces. Eso justamente hacía cuando escuchó voces afuera. Eran las de Anthony y su padre el cual acompañaba a su hijo hasta su bungaló.

Detrás de las cortinas transparentes de la ventana, Candy los veía, también cuando se daban un abrazo y se despedían con las respectivas buenas noches.

Yéndose uno por la vereda hacia el interior de la casa y el otro hacia la puerta más cercana, ella dejó de observarlos para prepararse a salir. El asunto sería fácil frente a sus "habilidades", esas que le inculcaron "sus familiares" desde cuando tenía diez años, pero que a sus más de veinte la hacían única en su especie. Well, en el último atraco cometido a Candy le falló la astucia para no decir que alguien de su "especie" la delatara al haber quedado como vigilante en lo que ella entraba "sin permiso" a la casa de los Brighton. Ahora de la de los Brooks y del mismo modo, "sin permiso" se disponía a salir. La presencia de ese joven Terry la hacía llenarse de emoción; y el interés que él le demostraba ni siquiera la detenía a rechazarlo, además... ¿quién le aseguraba que esa libertad condicionada iba a durarle tanto? Bueno, ella misma si se lo propusiera, pero como en esa noche hubo dado su palabra de divertirse un rato...

— Aquí vamos — dijo la fémina, una vez que escalara barda y techos. Sobre uno de éstos y de cuclillas estaba oscura y previamente a dar su brinco.

El salto hubo sido de diez; y el aterrizaje, gracias a la ligereza de su peso, ni siquiera sus pies al caer en la acera hicieron ruido alguno. Tampoco cuando comenzó a caminar o, en un determinado punto, echarse a correr al divisarlo montado en una bicicleta.

— El sonido del motor de mi auto nos hubiera descubierto

Smart boy — complementó ella; y se dispuso a subir los pies en las clavijas de la llanta trasera de ese peculiar medio de transporte, el cual lo emplearían solamente por cinco minutos; ya que unas cuadras arriba y en el estacionamiento de uno de los tantos pero eso sí lujosos conjuntos habitacionales se detendrían para subirse en el carro de Terry, no sin antes de marcharse ahí y aprovechándose no sólo el interior del vehículo sino de la negrura del lugar y de la misma noche, de dotarse de caricias, besos y corresponder a las reacciones de sus cuerpos. Esos que parecían estar hechos el uno para el otro porque se embonaban a la perfección; y cuando no estaban engranados, como en ese momento por haberlo estado recientemente y en el lapso del clímax se decía:

— ¡Diablos, Candy, siento que moriré si no tengo todo el tiempo a mi lado!

— Pero sabes que, aunque mucho lo quisiéramos eso... no podrá ser.

La mujer, amorosamente, acariciaba el rostro húmedo de su amante el cual proponía:

— Si nos lo proponemos claro que sí. Yo por ti estoy dispuesto a todo.

— Lo sé, Terry, pero... yo debo cumplir con mi condena; y tú mientras tanto debes seguir con lo que haces.

— De hecho — habló él; y al hacerlo se separaba de ella para enterarla de la decisión tomada: — quiero ponerlo en stand by.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora