Capítulo 4: Parte 1

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A pesar de estar sus manos vendadas debido a la curación hecha, Candy también las llevaba esposadas, siendo sus brazos sujetados por dos elementos de seguridad conforme la encaminaban a la puerta principal de la penitenciaria femenil. Enfrente de ellos, iban los encargados de sacarla de ahí; y la alejarían tan pronto ella fuera liberada e ingresara por la parte trasera de un auto negro de cuatro puertas.

Junto a la condicionada estaba el licenciado quien en ese momento hablaba por teléfono informando del trayecto que ya se llevaba.

Por ése y por ser desconocido, Candy hacía la siguiente cuestión:

— ¿Justamente adónde iremos?

— Con tu guardián.

— Pero ésta no es la dirección hacia la casa de los Brigthon.

— Aarón ha sido removido de tu custodia.

— ¿Es decir...?

— Tienes nueva vigilancia.

— ¿Usted? — preguntó la fémina apuntando al hombre con un dedo.

— No. El señor Vince Brooks. ¿Se te hace conocido?

— Honestamente... no — ella aceptó; y el varón a su derecha lo "presentaría":

— Es el secretario citadino.

— Oh — expresó Candy, desviando su mirada hacia la ventanilla a su izquierda.

— Y por lo mismo... — ¿se le advertiría? — tu jurisdicción sólo abarcará el condado de Queens.

Con lo irremediablemente informado, la mujer esbozó una sonrisa que se reflejó en el cristal desde el cual se verían moverse sus labios al decir:

— Entiendo.

... quien no de lo que pasaba a su alrededor era Pat.

Bajo las miradas de un pequeño grupo de médicos, yacía la paciente en su cama. También quieta. Inclusive sus ojos, aunque abiertos, estaban fijos en el techo, empero en su interior gritaba:

— ¡¿Qué diablos sucede conmigo?!

La respuesta para los demás llegaría pronto al comentar uno de los galenos:

— Pese a no tener pulso —, con dos dedos se hacía presión en la muñeca femenina izquierda, — no podemos indicar que esté muerta por hipotermia.

— ¿Qué tal la pulsación en el cuello? — indicó un segundo observador revisándolo por su cuenta.

— ¿Y? — hubo inquirido otro.

— Igual. No se siente nada.

— Y si miramos las piernas... — el que hablara primero levantó la sábana blanca para mostrar lo azuladas que estaban, — coinciden con el color en las manos —, la sostenida se miró.

— Indudablemente un extraño caso de hipotermia —; ¿que tendría solución o la declaración de muerte? Por si las dudas, la seguirían tratando; pero pasado un tiempo no habría de otra más que...

. . .

En la sala de espera del nosocomio, sus oídos no podían creer lo que se les informaba; por ende, un padre, asustado, exclamaba:

— ¡¿Amputarla?!

El médico a cargo del hospital y de la interna daba las explicaciones:

— Lo hinchado y ennegrecido de los dedos de sus pies y de sus manos han ido de aumento en aumento. Si no lo hacemos, de todos modos, los perderá.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora