Capítulo 2: Parte 2

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Llevando todavía su olor y sensación, entre otras paredes el visitante caminaría, deteniéndose en cada puesto de seguridad por el que pasara anteriormente y se registrara. Ya estando afuera del penal Terry iría adonde lo dijera: con Brighton.

Candy, por su parte, una vez que la puerta se cerrara a sus espaldas la detuvieron para registrarla.

El dinero en su mano ella mostró, siendo ese el único valor que llevara consigo y lo guardaría entre su corpiño. Casi enseguida se le pidió firmara en el libro de registro. Hecho así se le abrió otra puerta que le conducía hasta su celda. Pero en el camino Candy se acordó del permiso que todas gozaban en el patio. Así que allá se dirigió.

Obviamente sus dos compañeras, al divisarla, dejaron lo que hacían para ir a su encuentro y les contara lo bien que la hubo pasado, no faltando la irreverente en preguntar:

— ¿Lo tiene muy grande?

¡Lógico! un zape se ganó por su cuestión acompañada de...

— ¡Sonsa!, ¿acaso no le ves la cara de felicidad?

— Bueno, es que, si una se sabe mover, también los chiquitos...

— Ya cállate, Niní; y déjanos escucharla.

— En sí... no tengo nada qué decir — respondió la cuestionada; y la interna robusta y desdentada picándose uno de los pocos dientes que le quedaban diría:

— Ahora cuéntame uno de vaqueros, porque esa no te la creí.

— ¿Por lo menos volverá la próxima semana? — quiso saber la morena de escasos cabellos crespos.

— Lo más seguro, si durante ese tiempo no salgo de aquí.

— Pues ya estuvo que te quedaste otro rato acá — hablaba una de las amigas. — Allá viene nada menos que el comandante Williams; y por su manera de caminar no está muy contento que digamos.

— De seguro la hocicona de la Santa ya le contó lo de tu visita.

Y en efecto, cuando el encargado llegó hasta el trío de mujeres, desde ahí silbó para llamar la atención de las demás.

Con una señal las hizo formar un pelotón, uniéndose a ello Candy, Niní: la desdentada, y la amiga timbona, a la cual e increíblemente la pusieron al frente para hacer diez push ups. Obviamente al hacer solamente tres, la castigarían mandándola a limpiar los baños. Y quien objetara de la orden dada le iría peor. Por eso ninguna dijo nada. Solamente esperaron en silencio lo siguiente a ejecutar.

— De aquí para allá —, es decir de la mitad a la derecha, — se van al taller de costura para apoyar en lo que se ofrezca. El resto a cortar el césped del área de visitas.

— ¡Pero está muy fuerte el sol! — finalmente se quejó una. Y el comandante diría:

— No lo estaba tan fuerte cuando jugabas hace rato ahí —: en el patio y en sus canchas deportivas. — ¡A moverse que es para hoy!

En el segundo grupo estaba Candy, quien, al pasar a lado del hombre, una mano de él se adueñó prestamente de su brazo haciéndola detenerse.

Con una indicación de alto la hizo aguardar hasta que todas desaparecieran, o por lo menos, no los escucharan en la conversación a sostener.

— Así que, ¿tu marido vino a visitarte?

— Sí — contestó ella.

— ¿Y cuándo te casaste? — el hombre al indagar se hubo puesto frente a ella y cruzado de brazos.

— Ahora que estuve afuera

— ¿Y aun así permitió que te ingresaran de nuevo?

— Fue algo que... se salió de las manos.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora