Capítulo 2: Parte 1

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Exactamente en el centro del área de visita conyugal estaba un pequeño cuarto, habiendo en su interior, varias pantallas encendidas de televisor con imágenes que proyectaban las cámaras de vigilancia instaladas en cada una de las habitaciones, viéndose en ellas a las parejas haciendo diversas actividades. Por ejemplo:

En la número 3, en ese momento el marido proporcionaba una fuerte bofetada a la esposa interna. Quizá porque ésta no pudo vender la mercancía que él le diera o dinero no le había juntado para llevárselo consigo. En la pieza número 13, las cosas estaban más tranquilas, la mujer encinta dejaba que su hombre le acariciara con cariño su abultado vientre. En el cuarto número 4 la pareja, sentada en el camastro, comía lo que uno pudo ingresar. En cambio, en la número 14, el lecho se miraba vacío. ¡Por supuesto! Es que los que la ocuparan anteriormente ahora estaban debajo de una regadera. Al menos ella la cual completamente desnuda se bañaba frente a él; éste curiosamente mantenía el brazo extendido y la palma de su mano la apoyaba en el mosaico viejo y seco y todo porque no debía mojar una bandita que le colocaran a su entrada. Al hacerlo, se desprendería y así no valía para salir del penal, aunque fuera hombre. Y es que mismos internos eran trasladados a ese femenino penal para hacer la misma actividad: cohabitar con las internas ya conocidas de tiempo atrás o que iniciaron una relación estando los dos encerrados.

Como fuera, Terry debía ser cuidadoso. Pero con el simple hecho de estarla mirando en todo su esplendor, plus los minutos que hubieron gozado uno de otro, él de nuevo se excitaba al recordarla sumamente entregada y exclamando jadeantemente lo que él dentro de ella le hacía sentir. También cuando llegó clímax. Otro que el visitante repetiría al contar con poco tiempo; y no el largo que debería aguardar para volverla a ver y a tener. Así que, metiendo su desocupada mano por debajo del brazo femenino, Terry cerraría la llave, viéndola a ella llevarse las manos a la cabeza para escurrirse el agua. A la atura de la nuca Candy exprimió una pequeña coleta, sonriendo de la dirección que llevaba un índice.

La punta de la cola del dragón tatuado habíamos dicho señalaba la húmeda femineidad, aunque al introducir su dedo, Terry se mordería seductoramente un labio al percibir lo ardiente del lugar. Área que se abriría una vez más para darle paso a un miembro caliente y erecto luego de haber levantado una pierna y atorarla de la cadera masculina, esa que se movería para entrar en su totalidad.

Con eso, ella gimió, cerró los ojos, pegó su espalda en la pared y alzó los brazos para que sus manos se sujetaran de la regadera; además él ya la había cargado, ahora era cuestión de seguir el ritmo, aumentarlo poco a poco y mantenerlo por un rato.

Después se escucharía gruesamente por parte de él:

— ¡Diablos!

Ella, en cambio, hubo jadeado extensamente, sintiendo en su hombro una boca que la besaba y a la vez mordía, pero los cuerpos de ambos temblando exageradamente debido a su sensacional orgasmo.

Respirando con pesadez, los dos se escuchaban. Consiguientemente soltaban las risas de lo genial que se sentían. Pero gracias a que él no enderezaba la cabeza, ella hacia cuestión:

— ¿Estás bien?

El dueño de la cabellera que era por una mano acariciada, asintió; y finalmente él dejó su pose para ponerla, con lentitud, en el suelo.

Hecho así, Candy puso sus manos en el rostro sudoroso para mirarlo. Posteriormente y porque sabía se estaba llegando la hora de despedirse, ella se hizo de una boca para besarla voraz y largamente. Por lo menos hasta que la excitante sensación pasara del todo.

Totalmente recuperados y saciados, la pareja volvió a tomar un baño; saliendo de ahí primero él y después ella.

Increíblemente en silencio vestían sus prendas; y cuando Candy terminaba de botonar su anaranjado vestido, escuchaba de parte de Terry:

— Saliendo de aquí iré directo adonde el señor Brighton para ponerle presión y te saque cuanto antes de aquí.

— Por el momento no va a ser posible

— ¿Por qué? — inquirió él conforme se abrochaba su cinturón.

— Mínimo debo pasar una semana.

— ¡Pero no fue tu culpa! — al decirlo él se hubo exaltado un poco.

— Lo sé, pero el sistema judicial no lo creerá así de fácil. Van a tener que mandar a llamar a Patty. Y de aquí a que ella quiera venir o que salgan con que ya se marchó a Suecia ...

— ¡Pues desde allá, soy capaz de traértela hasta aquí y de las greñas! – espetó Terry inclinándose para a agarrar su camisa que yacía en el suelo.

— No, eso no será necesario

— Quizá para ti no que, al parecer, te encanta estar en este lugar.

— Bien o mal, aquí he vivido

— Pero estás de acuerdo que yo no podré hacer esto tan seguido. Nos pueden descubrir y pudiera perjudicarte más.

— No pasará nada — dijo Candy habiendo ido a su lado para ofrecerle su boca.

Mirándola, Terry torcía la suya debido a lo poco convencido que estaba. Sin embargo, poniendo sus manos en la cintura femenina la atrajo hacia sí para preguntarle:

— ¿Prometes portarte bien?

— ¡Por supuesto! — contestó la mujer habiendo puesto sus labios en el mentón de él, el cual inclinaba su cabeza para besarla debidamente. En eso escucharon un llamado a la puerta, anunciando el custodio de afuera, era hora de salir.

Estando ya listos, los dos abandonarían el cuarto al minuto siguiente. Tomados de las manos, recorrieron los pasillos antes transitados. Empero al llegar a una división, donde él al seguir derecho saldría del penal y ella a las celdas, se detuvieron para decir nuevamente Terry:

— Si no consigo nada con Brighton, hablaré con mi papá y que éste se cite con el juez.

Para ya no llevarle la contraria Candy diría:

— Está bien. Cuídate.

Posteriormente ella se soltaba de su mano. En cambio, él metería la suya en el bolsillo de su pantalón para sacar unos dólares y dárselos.

— Por si algo necesitaras allá.

La interna lo pensó por breves instantes. Después contestaba:

— Está bien — y los aceptaba, diciendo: — Gracias.

Con el ruido que provocaba una puerta que se abría, Candy inició su camino. Pero a los dos pasos dados, Terry los recorrió rápidamente para voltearla y besarla por enésima vez, confesándole entre labios...

— Voy a morir en los días que no te vea

— No, no lo hagas, porque... — ella sonreía, — después, ¿qué haré yo sin ti?

— ¿Me extrañarás mucho? — él cambió el beso por un abrazo.

— ¡Terry! — Candy lo nombró empujándolo también; — ya debo irme. Mira que van a castigarme si llego tarde.

— Está bien — ahora hubo sido el turno de él y la liberó, viéndola marcharse y perderse su persona entre el acceso y demás paredes.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora