Capítulo 4: Parte 2

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Con la orden, Candy aventó a la cama lo que sostenía para ir detrás de la empleada, la cual al notar la luz en la ventana contigua murmuraría para sí:

— ¿Ya habrá vuelto Anthony?

Porque detuvo sus pasos sobre la vereda, quien la seguía la imitó mirando en la misma dirección. En eso una sombra se dibujó en la blanca cortina; y Trinity sonrió al haber acertado.

Percibida la alegría vecina, Candy retomaría su caminar una vez que Trinity lo hiciera primero. Al llegar a la cocina se vería movimiento; empero previamente, quien preparaba una charola, hubo cuestionado:

— ¿Tendré que llevársela hasta su habitación?

Debido a un tono miedoso, se burlaron de quien lo dijera:

— ¿Piensas que te coma esta vez?

— No lo digo por eso, sonsa —: una castaña y a la cual algo imaginario le arrojaron, — sino... no tengo un mes que aborté.

— Porque te dejaste preñar por el chofer, no por el patrón.

— ¿Habrá olvidado la idea de casarse? — preguntó una morena colocando sus codos en una barra central.

— Por supuesto que sí, sino no hubiera aceptado irse a las Bermudas con todo y más pagado.

— Qué vida de estos burgueses — lo hubo expresado la misma morena y nostálgicamente.

— Sí — respondieron igual; — amoladas nosotras que debemos fregarle y fregarle para apenas medio comer.

Dicho lo último, apareció Trinity y compañía, queriendo saber la primera:

— ¿Es la cena para el joven Anthony?

— Sí, Trinity.

— Bien. ¿Candy? —, ésta fue a pararse a lado de quien la llamara. — Ellas son Catherine —: la morena cual le diría "hola" con la mano y observaría las vendadas suyas, — y Tina —: la castaña y que por estar cocinando apenas le sonrió.

— Mucho gusto — dijo la presentada. En cambio, la presentadora informaba a dos:

— Desde mañana se integra a los quehaceres de la casa. En la alacena —, se apuntó una esquinada puerta a la recién llegada, — hay una sección que dice lo que es para cada quien. Ve a ver qué puedes cenar, yo mientras voy a fuera a seguir atendiendo a los señores con el té —; y los cuales en una mesa de comedor se reunirían para hacerle compañía al hijo vacacionado.

. . .

Quince minutos más tarde, Anthony, en holgados pantalones y camisa de tirantes, hacía acto de presencia en el área indicada, llevando en sus manos dos obsequios.

— Éste es para ti, papá —; al cual un cuadrado y plano regalo se extendió; y una pregunta entonadamente divertida se oiría:

— ¿Qué es me pregunto yo?

— Un viejo disco de música calipso. ¡Está genial!

— Sí... no lo dudo — dijo alguien no muy convencido ya que... — Sólo voy a tener problemas en dónde tocarlo.

— Eso es lo de menos. Te las he bajado en un USB

— Ah bueno — expresó el padre recibiendo también la memoria en forma de encendedor. — Gracias — apreciaron, viendo dos pares de ojos un bulto más pesado que era puesto en la mesa y frente a la mamá de Terry.

— Espero te guste, Ele. Me costó trabajo, pero logré que hicieran lo que me pareció sería perfecto para ti.

— A ver, veamos — dijo una emocionada mujer conforme abría una caja de color humor.

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora