Capítulo 1: Parte 4

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Con suma rudeza, eran colocados en un mostrador: un anaranjado vestido, un par de zapatos gastados, una ennegrecida toalla y unos jabones neutros. A cambio de eso y después de haberse cambiado, ella debía dejar suéter, shorts y sandalias. También un lindo prendedor que decoraba su dorado y brillante cabello. Ese, que al ser liberado se esponjaría de inmediato; y por lo mismo, comenzaron a hacer una trenza, enredándola a ésta y lucir un tosco chongo. No obstante, con chongo o no, la mujer era muy bella. Por eso, cuando alguien supo de su llegada, no dudó en ir a verla.

— Bienvenida... "Princesa"

— ¿Que tal, comandante? —, Candy lo saludó pasando a su lado.

— Volviste pronto

— Lamentablemente. Pero, espero que así de pronto vuelva a salir.

Aunque no le deseaban mal por tener buenos sentimientos hacia ella, honestamente él la prefería ahí, para tenerla más de cerca y...

— Las demás están en el patio — la informaron invitándola a tomar el pasillo más cercano.

Por su parte, Candy diría:

— Me gustaría ir a mi celda primero para dejar esto —: la toalla y unos jabones neutros.

— ¿Te unes tan pronto te desocupes? — increíblemente le preguntaron para enterarla: — Han pedido permiso para usar la cancha.

— Sí, claro — dijo la rubia sin detenerse en lo más mínimo, abriéndose posteriormente y a su paso, reja tras reja hasta que llegara a la designada.

Por supuesto, su llegada llamó la atención de las ahí reunidas no faltando aquella quien, al verla, emprendiera la carrera hacia cierta parte.

Candy, mientras tanto y conociéndola de sobra, se dedicó a pasar en medio de sus compañeras, las cuales la miraban de manera enemiga, burlona o sonrientes. De éstas últimas, dos la siguieron hasta su celda; y en el momento de verla ingresar, la bombardearon con lo siguiente:

— ¿Qué demonios haces aquí?

— Ya ven. El plan no resultó — respondió la rubia sentándose en la cama de abajo.

— ¿Por qué? — preguntó una robusta desdentada

— ¿Por qué será? — jugó Candy. En cambio...

— ¿Un hombre? – se intentó averiguar. También...

— ¿Guapo por lo menos? — indagó una morena de escasos cabellos crespos.

— Mi tutor — reveló la reingresada. No obstante...

— ¡No te burles! ¡¿Por ese vejete?!

— La hija resultó ser celosa — dijeron.

— Lo querrá para él

— Niní, no digas tonterías — objetó Candy, por lo mismo...

— Entonces, ¿qué más, dragona?

— ¡Vaya, vaya! — expresó otra prisionera que se daba la entrada, — la princesa vuelve a su castillo

— ¿Qué tal, Santa? — la saludaron sin hipocresía.

— Pues nada; solamente sorprendida de verte de nuevo aquí. ¿Qué salió mal?

— No tiene importancia.

— Si tú lo dices, no la tendrá.

— Así es

— Bueno, entonces... — la intrusa sonaría burda: — te quedas en tu casa. Yo iré al patio. El papacito de Williams nos consiguió salir. ¿Vendrás?

Sentencia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora