Cap. 11.4 - Libérame

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El prisionero era la representación misma de un imperio caído en desgracia, del coloso de hierro derrumbado. Herido de muerte en su orgullo y carente de los poderes que en pasado conquistó, Rotislav se negaba a pronunciar palabras, comer o mirar a los ojos a sus captores. Era evidente que les profesaba un inmenso odio y sus pensamientos divagaban entre lo irreal y lo palpable. Se sabía prisionero y desposeído pero aun así, seguía imaginando un futuro en el que su corona se le restablecería y sus captores sufrirían una muerte horrible.

Y es que Rotislav esperaba que una gran armada estuviera buscándolo para rescatarlo y que pronto caerían solados de casacas azules por todo el lugar y asesinarían o aprehenderían a los que lo llevaban prisionero, pero aquello estaba muy lejos de ser verdad. Nadie lo estaba buscando pues el país entero estaba pasando por una fuerte crisis y los generales no estaban preparados para una situación así, ni siquiera sabían si su rey seguía vivo.

Los héroes habían llegado a la frontera con el Sacro Imperio y Mislav no deseaba seguir adelante sin haber obtenido respuestas de parte del rey, pero era imposible extraerle información a ese hombre, quien solo miraba a la nada, sumido en la creencia de ser aún un rey poderoso como el que había sido hasta hace tres días.

Mislav había estado dando vueltas entre los árboles, pensando en cómo proceder y la noche lo encontró de golpe y sin anunciarse. Preocupado regresó al rustico campamento, donde esperaba Rotislav esperaba atado de pies y manos y vigilado por Lance.

— Lance, donde esta Athan.

— Se marchó hace un rato, seguramente está cazando algún conejo o pato para cenar.

— Bien — agrego el eslavo y añadió —. Sostén al rey.

El joven enseguida obedeció. Mislav entonces se puso de cuclillas para hablar de este modo.

— Rex Rotislav. Usted es hijo del hombre que invadió mi país natal, Nitra, provocó el exilio de mi rey Pribina y dio muerte a mis padres. Después de eso, mi pueblo se instaló en Panonia y Pribina fundó en ese lugar el principado de Balaton. Principado que usted invadió posteriormente, asesinando a mi rey y adjudicándose sus tierras. Usted provocó las muertes de muchos hombres, mujeres y niños. Usted me persiguió por ayudar a un vecino rey en desgracia y me despojó de todo lo que tenía, mi título, mis tierras, mi esposa... y mi hija. Tengo motivos de sobra para odiarlo y torturarlo para darle la peor de las muertes, pero soy un devoto cristiano y no lo haré. Mis mandamientos me ordenan perdonarlo y hacerle saber cuánto ha usted actuado en perjuicio de otros.

— ¿Un don nadie me vendrá a hablar de cristiandad a mí? — escupió estas palabras Rotislav con desprecio y por fin miró con igual desdén a su captor —. Yo soy el cristianizador de los pueblos eslavos y gracias a mi se tradujo la biblia en este idioma, yo liberé a Cyril de su prisión y traje a su hermano para que entre ambos evangelizaran a los pueblos del este. La historia me hará justicia y seré considerado un héroe. De ustedes, en cambio, nadie hablará, nadie contara historias ni reconocerán sus nombres.

— Lo que hagamos en este mundo tendrá ecos en el que sigue — respondió Mislav —. Porque lo que ates en esta tierra quedará atado en el cielo. Créame que no es lo que nos apremia el modo en que la historia nos considere y no debería importarle a usted tampoco. Quizás algunos lo tendrán como un tirano y otros como un santo, pero yo sé que la liberación de Cyril y la creación del alfabeto eslavo fue una estrategia política para afianzar su alianza con Bizancio. Usted traería el cristianismo ortodoxo y ellos le ayudarían a conseguir su título de rex* (rey).

— Alguien como tú, tan insignificante jamás entendería que el fin de una empresa justifica los métodos. La misión se ha cumplido, los pueblos eslavos son cristianos y Moravia se liberó del yugo del corrupto y podrido Sacro Imperio.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora