Cap. 12.4 - A quemar los puentes

429 26 2
                                    



El día de la batalla por fin llegó, un ejército no tan numeroso como el que Alaris hubiera deseado se reunió en la frontera norte de Powys y desde ahí inició la marcha hacia los montes Cámbricos. El príncipe Alaris, Marc de Belac y el irlandés Garrod encabezaban la procesión y lucían decididos y dispuestos a la victoria. No aparecían sombras de duda en sus rostros y por el contrario, sí mucha fe. Fueron varios días cuesta arriba a través de sendas salvajes y escarpadas.

Uno de los aspectos más complicados de aquella empresa, fue llevar provisiones a ese ejército, ya que transportar alimentos y agua en carros fue una tarea más difícil que la misma guerra en sí. Tendrían que redoblar esfuerzos y alargar las horas de marcha ya que el tiempo era vital para no comenzar a sufrir por hambre o sed. Además, una vez que comenzaran el descenso por detrás del pico Snowdon, no habría ya más provisiones ni posibilidad de retirada. Bajar la empinada cuesta por una cresta de la montaña hasta el pueblo de Ogwen, era entrar directamente al corazón del territorio ocupado y aquella era una maniobra que requería herir de muerte al enemigo, porque cualquier error o retraso, los dejaría rodeados y expuestos a ataques desde los cuatro flancos, por ello no podían darse el lujo de equivocarse. De este modo varios días pasaron.

Un mensajero ingles llegó a la ciudad de Abberfraw a todo galope y enseguida lo hicieron pasar al improvisado palacio que los ingleses habían levantado sobre las ruinas del castillo de Alorus. Un rubio general ingles de enormes dimensiones fue levantado de su siesta y con muy mal humor acudió a atender al mensajero y a sus tres oficinales de más alto rango, los cuales lo esperaban con rostros sumamente preocupados y dramáticos. Al comprender que se trataba de un asunto de gravedad, el general cambio su semblante por uno más paciente y se sentó junto a la pesada mesa de madera para escuchar las noticias.

— Y bien, ¿Que me traes?

El heraldo estaba atemorizado además de agitado y tardó un poco en responder.

— Un ejército... — tartamudeó —. Un ejército fantasma apareció en los campos de Gwynedd, a las faldas del Snowdon y marcharon hasta Bangor. Tomaron el pueblo y el monasterio y luego se dirigieron hacia el puente, ahí están ahora mismo y están levantando defensas por toda la orilla sur del río.

El alto comandante ingles se rascó la rubia barba y algunos trozos de piel seca (Caspa) cayeron sobre su casaca azul. Parecía confundido y sorprendido pero no alarmado ni asustado, como si aún no entendiera la verdadera dimensión de aquel problema.

— ¿Quién es el idiota que comanda a ese ejército? ¿No se da cuenta que tomar el puente no les sirve de nada? No nos afecta y solo lo deja en el centro del territorio rodeado por nuestro ejército. No durará mucho tiempo.

— Señor, es el joven príncipe Alaris acompañado por irlandeses. Pero no solo tomaron el puente.

— ¿Como que no solo lo tomaron? ¿Qué fue lo que hicieron entonces?

— Lo quemaron.

El general inglés se quedó meditando durante largos segundos y varias teorías le surgieron en la cabeza. Quemar el puente imposibilitaba al ejército galés para entrar en Anglesey y tomar la ciudad capital, lo cual a simple vista parecía algo estúpido, pero por otro lado, también le impediría al ejército inglés, apostado en la isla, salir a pelear junto al resto del ejército de Coelful. Aquello no parecía tener sentido, la única respuesta lógica era que el príncipe Alaris buscaba dividir fuerzas, pero quemar su propio puente era una locura, ni siquiera parecía una manera tan efectiva de hacerlo.

— Nos quieren dejar fuera de la guerra — aseguró el general y sus hombres se miraron las caras con cierto temor. Al parecer ninguno quería que explicar que eso es exactamente lo que Alaris ya había conseguido.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora