Cap. 13 - Reconquista - Heridas profundas

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Sus pies corrían a toda velocidad y evadían a cada paso obstáculos humanos que llevaban rostros mortificados o iracundos, los cuales al, estar cubiertos de sangre y de mugre, lucían idénticos, como si fuera un juego cruel en el cual hermanos gemelos se despedazan hasta la muerte y se causan el mayor dolor posible en el proceso. Cientos de batallas se desarrollaban simultáneamente como una repetición masiva de la misma pesadilla y se extendían hasta donde la vista alcanza a llegar. Lo único diferente en cada una de ellas es que la sangre pintaba un cuadro distinto en cada una, como si de una huella digital se tratara. Cada individuó pintaba su obra de arte personal con su propia sangre vertida sobre el suelo.

Hasta este momento nadie, de los miles que peleaban, había reparado en la carrera a muerte que estaba realizando aquel joven y nadie parecía siquiera verlo. Cada quien estaba luchando su propia batalla e ignoraban a aquel líbero que intentaba alcanzar la cima de la colina. Por fin un hombre grotesco de rubias trenzas le salió al paso y antes de que éste pudiera levantar su espada, una flecha salió de la nada y se le clavó en el cuello. Había un aliado en la distancia y eso le dio más seguridad al joven, ese aliado le estaba limpiando el camino y el muchacho continuó apretando su poderosa espada con la mano derecha hasta llegar por fin a la línea defensiva de aquellos barbáricos guerreros. Empujó a un hombre y pasó de largo, entonces se vio rodeado solamente por enemigos. Fue cuando comenzó la verdadera masacre.

El joven expandió la vista y enseguida hubo contado a una docena de guerreros de casacas amarillo y azul. Todos enemigos y todos con sus ojos puestos en él. En ese breve segundo el muchacho supo cuál de todos aquellos enemigos atacaría primero y quien era el que más posibilidades tenía de herirlo, fue como si el tiempo se hubiera detenido por un instante, pues pudo ver los rostros, las armas y las posiciones de cada uno de los que tenía enfrente. Luego avanzó y con su espada atravesó al primero antes de que este pudiera defenderse. Se sintió como si todo el resto del mundo se estuviera moviendo a una velocidad más lenta o como si él mismo pudiera moverse a la velocidad de sus pensamientos. Otra flecha apareció de la nada y alcanzó al hombre barbudo que intentó rodearlo por detrás. Entonces el muchacho, sin complejos ni miedos se lanzó a la batalla de la forma más violenta y vertiginosa que se hubiera visto. Parecía un demonio y algunos pensaron que lo era. O quizás un inmortal protegido por algún Dios. Su espada, en unos cuantos segundos hubo matado a dos más y luego se abalanzó contra los atemorizados hombres que quedaban al frente. Entre el asedio de las flechas y la velocidad de la espada de aquel joven, los enemigos no tuvieron ninguna oportunidad, les cortó gargantas y miembros mientras lanzaba un alarido que retumbo en los oídos de todos y les hizo detenerse por un segundo su respiración.

Qué clase de hombre era aquel que se movía a velocidad superior a la de la cualquier mortal, y del cual no podían defenderse. Entonces lo vieron sangrar, una flecha inglesa se le clavó en el hombro y el dolor fue grande como el que sentiría un humano normal al ser atravesado por un dardo.

— ¡No es inmortal! — gritó una voz y con ello encorajinó a los soldados para que lo atacaran pero, aunque sangraba y se retorcía del dolor, el joven no dejaba de luchar y con movimientos felinos repelió el contraataque y cobró la vida de otros dos en el proceso. Las flechas que parecían brotar del viento lejano lo ayudaron y hasta entonces los enemigos repararon en que había un segundo hombre oculto entre los restos humanos que ya les rodeaban. Uno de los soldados de casaca azul con amarillo comenzó a buscarlo con la vista y tarde fue cuando lo pudo encontrar.

Era otro joven, quizás de veinticinco años que tampoco llevaba uniforme de Gwynedd, se lo había arrancado y era difícil distinguirlo entre los ingleses. Ese joven estaba ahora apuntando su arco hacia la cima de la colina, donde estaba el rey ingles mirando la batalla con rostro altivo y al parecer complacido con el espectáculo.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora