Cap. 15 - La rama dorada - La sibila de cumas

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Una balsa de medianas dimensiones cruzó el mar de Irlanda a gran velocidad y llegó hasta la isla de Anglesey en Gales. Rodeó la costa a una distancia segura y sin mayores dificultades alcanzó la entrada norte del estrecho Menai, por donde se internó unos kilómetros hacia el sur. La embarcación llevaba una diminuta vela verde y remos suficientes como para enfrentar vientos desfavorables, sin embargo, todos los remos estaban secos y colocados en sus posiciones en la pared interior del casco, tal como habían salido de Long Beach. No había sido necesario usarlos ya que los vientos les habían favorecido en todo momento, lo cual era extremadamente raro e insólito.

— No puedo creer esto que veo — dijo Garrod alzando la vista y buscando con ella el horizonte a sus espaldas —. Jamás pensé que me tocaría ver un viaje por mar, en el que los vientos nos llevaran siempre y en todo momento, como si las fuerzas de la naturaleza de repente hubieran conspirado a favor nuestro.

— Ya vez — le respondió Lance —. Te dije que traer una mujer con nosotros no sería de mala suerte.

— Pues comienzo a pensar que esto no es algo bueno. Me pregunto si Dios nos ha despejado el camino solo para llevarnos a un destino de muerte.

— No seas pesimista, tómalo como un buen augurio.

La mayoría de los veinte hombres y la mujer que viajaban en el bote estaban felices de haber tenido el viento en popa durante todo el viaje, pero Garrod, quien era más observador que sus compañeros, veía algo más que buena suerte en aquel suceso. Veía la intervención de algún poder extraño a los designios habituales de la naturaleza. Y es que los vientos no cambiaban de dirección siguiendo la ruta de una embarcación y la posibilidad que ello ocurriera era de una en un millón.

— Calma Garrod — dijo Athan quien venía atrás junto a Nadejha —. Los milagros de Dios son grandes.

Lance le dedicó una mirada inquisidora a su amigo, ya que detectó cierto sarcasmo en sus palabras. Ambos sabían que había sido Nivia quien dirigió los vientos para llevarlos de forma directa hasta su destino y por ese motivo, la frase del griego le había parecido a Lance como una burla.

— Los milagros de Dios son grandes, es cierto — le respondió el muchacho con tono de molestia —. A mí me ha puesto buenos amigos que me ayudan en todo momento.

— Si ya veo, hoy hasta los vientos son tus amigos.

Al decir esto último miró a Nivia y este le respondió con la más fría de las calmas y una sombra de sonrisa. El mago sabía que el griego seguía molesto con él, pero eso le hacía gracia. Quizás porque sabía que tal situación iba a cambiar en cuanto se conocieran un poco más.

Por fin se acercaron a la orilla y Lance bajó de la embarcación para ayudar a los dos soldados irlandeses a arrastrar la balsa y encallarla en la arena.

— El monasterio está cruzando esa loma — dijo el joven y apuntó con el dedo para señalar la dirección. Garrod echó un vistazo y con su voz golpeada habitual les gritó a sus hombres.

— En marcha señoritas. Necesitamos ser cautelosos así que los quiero a todos en silencio y caminando en fila. ¿Entendido?

En poco tiempo llegaron al monasterio y Gesimund los recibió en los silenciosos y arruinados patios. El monje lucía alarmado y rápidamente los hizo pasar a un almacén privado debajo del edificio principal del monasterio. Se asustó mucho por la presencia de los extraños (extraños y además forajidos) y su preocupación más grande fue el ocultarlos antes de que alguien los viera. Ello les dio seguridad a los visitantes y estuvieron seguros de que Gesimund no los iba a traicionar.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora