Cap. 15 - La rama dorada - En las profundidades de la tierra

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Sin darse cuenta comenzó a soñar y en sus sueños se vio recorriendo las sendas de Bangor por donde solía caminar de niño. Los huertos aparecieron ante sus ojos y también el monumental monasterio construido junto al río Menai. Pero esa visión duró apenas un segundo pues luego mutó y el hermoso e imponente edificio se transformó en un diminuto conjunto de rocas erosionadas por el paso de los siglos. Incluso el paisaje cambió para sumirse en un cruel invierno aterrador e incoloro.

El muchacho se acercó al emplazamiento a la velocidad de un pensamiento y apenas pudo reconocer el lugar donde había estado la nave principal del templo. Curiosamente, el claustro de oraciones era el único lugar que seguía en pie y su arcada podía apreciarse asomando entre los muros derrumbados de las habitaciones adyacentes. Hacia él se dirigió y al entrar por uno de los huecos de los muros pudo sentir la terrible desolación que residía en el claustro. Grandes telarañas trepaban por los muros y la maleza había devorado hasta la última baldosa del elegante piso, de modo que parecía una ruina de cientos, o quizás miles de años de antigüedad.

El muchacho se sintió aplastar por una inmensa losa de soledad y apenas pudo respirar al pensarse completamente solo en el mundo. El paso del tiempo parecía habérselo llevado todo y a todos los que conocía...

En eso estaba, sumido en esos pensamientos amargos cuando en el cielo apareció un águila blanca de brillantez espectral y su sola presencia fue como una palmada en la frente de Lance, pues enseguida recordó todo lo acontecido antes de caer dormido y comprendió enseguida que estaba soñando. Recordó al mago druida, su viaje por Irlanda y su amigo Athan, dormido junto a su madre. Fue como una avalancha de revelaciones que lo hizo cobrar conciencia en medio de aquel amargo sueño en el que estaba.

Como si fuera un telón que cae de repente, el cielo se oscureció de golpe y las ruinas del monasterio de Bangor desaparecieron para dejar ver un bosque oscuro y misterioso del cual el joven conservaba muy pocos recuerdos. Había sido un cambio de locación abrupta, sin lugar a dudas, pero al joven lo que más le llamó la atención fue lo que sucedió sobre su cabeza.

En lo más alto de la bóveda celeste, las estrellas aparecieron y comenzaron a moverse siempre en una misma dirección, parecían moverse con vida propia y a ese torrente se sumaron muchas más y al final crearon una nebulosa inmensa que se movía en espiral ciñéndose sobre lo que al parecer era, el vórtice de un gigantesco huracán de estrellas. Era un espectáculo tan hermoso como intimidante.

De repente, el águila blanca apareció de nuevo y voló por debajo de las luces del cielo para descender hasta casi rozar las copas de los árboles. Entonces Lance supo que no estaba solo ene se lugar...

— ¿En dónde estoy? — preguntó por fin el joven sin ver todavía a ningún ser humano pero sabiendo perfectamente que su voz sería escuchada. Entonces Nivia le respondió materializándose a su costado, protegido por una rara niebla que lo hacía lucir difuso y brillante a la vez, como si fuera un fantasma.

— Estás dormido en el bosque sagrado. Ahora tardaste más en despertar en el sueño.

Lance alzó sus manos sintiendo su cuerpo tan ligero como si careciera de materia, entonces pudo distinguir a su propio cuerpo dormido junto a él. Tendido en el pasto y respirando agitado, tal como había sucedido un año atrás, en su primer encuentro con el druida.

— Estoy dormido... pero no soñando.

— Así es, las personas que duermen, usualmente van a su propio mundo onírico, pero tú te has escapado y estas del otro lado del manto. Ahora caminas sobre la tierra sin vestir tu cuerpo. Tienes un don que ni siquiera yo poseo. Mi poder se limita a ver a los espíritus sin descanso que habitan allí.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora