Cap. 9.4 - Fuego cruzado

541 25 1
                                    

Fuego cruzado




— Señor Mislav, tenía usted razón. El ejército tomó el sendero que sube hacia la montaña.

Anunció el joven Lance mientras corría bajando desde la cima de aquella árida colina. Mislav estaba a mitad de camino, montado en el caballo y prefería dejar que su aprendiz subiera y bajara por las veredas para ser sus ojos. El hombre de la sobreveste beige (que alguna vez fue blanca) tomó mucho aire y miró al cielo como si intentara encontrar respuestas en las formaciones de las nubes, pero es que realmente no estaba prestando atención a lo que sus ojos veían, más bien estaba sumido en una profunda meditación en la que la ideas chocaban violentamente dentro de su cabeza y se atacaban unas a otras. Finalmente habló con cierto aire de desilusión y pesimismo.

— Entonces Lance, nosotros tendremos que ir en dirección opuesta. Date cuenta, tratar de encontrar helenos en estas tierras es igual que perseguir a la muerte. Este viaje es una locura desde su concepción y ahora, con este ejército rondando la península, es además un suicidio.

— Sabemos que hay helenos señor. El ejército los está buscando y creo que ya saben dónde están, tenemos que llegar antes.

— No estás escuchándome Lance, no encontrarás nada ahí sobre tu abuelo y solo quedaremos atrapados entre Bizantinos y helenos.

— El poder de la palabra es grande, tenemos que intentarlo. Sé que estamos muy cerca de encontrar algo.

Mislav lo fulminó con la mirada y con voz muy fría y dramática lo retó.

— Dime al menos que tuviste una visión en la cual se te revelaba que vamos en el camino correcto.

— ¡No! —respondió el joven con convicción —. Ya no he tenido visiones y ni siquiera tengo una buena corazonada. Sin embargo, quiero ir a advertirle a esa comunidad de paganos que están a punto de ser emboscados. Quiero hacer una diferencia. No unirme al resto del mundo que solo se vuelve ciego a voluntad cuando ve el sufrimiento ajeno.

El eslavo se quedó serio por más de cinco segundos y en su rostro se dibujó algo de consternación y tristeza. Aquellas palabras le impactaron de lleno, pues se vio a si mismo repudiando a Rotislav de Moravia por invadir Nitra y a la vez perdonando a su rey Pribina por hacer lo mismo en Sajonia.

Otro pensamiento que atravesó la mente del eslavo, fue sobre el enorme parecido entre joven Lance y su padre Azhar, pues era demasiado evidente como para ignorarlo. Azhar había viajado a Dacia para alertar al difunto rey Kullin de una invasión y lo había hecho precisamente para hacer una diferencia en este mundo tan cruel. El joven Lance no solo emulaba las acciones de su padre sino que además mostraba la misma terquedad y los mismos recursos para hacerlo.

— Lance, mi cuerpo está demasiado maltrecho como para poder ayudarte si se desata una batalla, eres muy fuerte y sanas muy rápido pero no.... — Mislav titubeó —. No puedes hacer todo. Te seguiré pero tienes que tomar en cuenta que mi tiempo se agota y en algún momento me convertiré en una carga más que en una ayuda.

— Eso no va suceder, confíe en mí. Puedo ir solo, pero de ese modo jamás lo lograré. Necesito su ayuda.

Mislav asintió y retomando fuerzas comenzó a subir la cuesta con rumbo de la montaña y dispuesto a adelantarse al joven, y quizás al ejército bizantino.

— ¿Que estas esperando? — le gritó por último y Lance corrió sonriendo tras él.

Tras cinco horas de marcha cuesta arriba, por fin pudieron ver, desde la lejanía, la meseta vestida de verde que resaltaba sobre el resto del árido paisaje, compuesto por cerros de rocas desnudas color granito.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora