Cap. 11.3 - Némesis

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Las siluetas de tres jinetes aparecieron esa misma noche brotando de entre la neblina espectral que se esparció por todo el territorio de Panonia. Sus armaduras eran pesadas y los pasos de sus caballos dejaban huellas profundas en el barro, al igual que en la memoria de los desdichados que llegaban a mirarlos. Los tres subieron por el sendero hasta llegar a un pueblo oscuro en un cruce de caminos cercano al lago Balaton. Ahí desmontaron y se acercaron a una casona de dos niveles construida entre terrenos fértiles llenos de árboles y canales de riego. De lejos parecía una mansión estilo palacio, pero al acercarse pudieron apreciar el mal estado de la construcción y los malos hábitos de sus constructores. No era un palacio, sino una choza mal hecha, pero de grandes dimensiones. Como esas casas de huéspedes que suelen aparecer en los caminos para albergar a los viajantes y que fungen a la vez como tabernas, hostales y a veces hasta burdeles.

Un sujeto de grandes dimensiones con un casco con cuernos de toro fue quien empujó la puerta del establecimiento y enseguida comprendió que aquello era, efectivamente una mancebía. Un lugar en el cual se podía rentar el cuerpo de una mujer para usarlo a placer y para el placer. Los pasos de aquel gigantesco hombre enseguida llamaron la atención de los ahí reunidos y en la sala se gestó un silencio casi sepulcral. Detrás del gigante de los cuernos, entraron otros dos individuos igualmente intimidantes. Uno era de silueta muy breve y estaba vestido con una armadura griega pintada de negro, su cabeza estaba protegida por un casco también estilo griego pero que presentaba una muy particular anomalía. Estaba roto y las partes habían sido unidas mediante placas soldadas que lo hacían parecer algo tenebroso, ya que daba la impresión que había sido tomado del cadáver de otro hombre que murió por un tremendo impacto en la cabeza, aunque aquella apreciación estaba muy lejos de ser verdad. El último de los tres era el más extraño y espeluznante, su armadura verde oscuro, casi negro, estaba seccionada como el cuerpo de un insecto y su casco parecía el de una mantis religiosa que solo tenía dos orificios para los ojos por los cuales no penetraba la luz. Sus movimientos eran como los de un reptil y emitía la misma aura de angustia, miedo y desesperanza que sus dos compañeros. Parecían demonios y los tres estaban armados con espadas o mazos de descomunal tamaño.

— ¿Que es este lugar? — preguntó el de la armadura griega. Su voz era de aguda, un poco ruda pero los que escucharon quedaron convencidos que era una mujer.

El de los cuernos de toro miró alrededor y gruñó un poco pero el último de los tres, el reptiloide fue quien respondió con voz lenta y susurrante.

— Es una mancebía. La iglesia los instauró al ver que, a pesar de la prohibición de los mandamientos, los hombres seguían rompiendo sus votos maritales. Es una especie de broma de mal gusto de parte de la iglesia cristiana, como podrás ver.

— No es una broma, es la ocurrencia de enanos mentales para indultar a los que no pueden seguir sus propias reglas.

La mujer tomó mucho aire y sus ojos se llenaron de furia, miró a los hombres barbudos y borrachos que bebían en las mesas y muchos de ellos eran acompañados por mujeres, algunas poco atractivas y otras demasiado maduras, pero igualmente en condiciones insanas tanto de higiene como de moral.

— Estas mujeres no disfrutan estar aquí, ¿por qué se quedan?

— Unas por hambre, otras no tuvieron opción — volvió a hablar el reptiloide —. Son esclavas, aunque la iglesia católica insista en que no existe la esclavitud para ellos.

La mujer grotesca que atendía la barra se había mantenido callada por miedo a aquellos tres guerreros armados, pero al notar que los ánimos de sus clientes disminuían y la tensión aumentaba, se decidió a encarar a aquellos que hablaban de forma tan mordaz acerca de sus costumbres y su establecimiento.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora