Cap. 13 - Reconquista - La venganza de Alorus

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Los dos amigos, Lance y Athan se despertaron esa mañana y rápidamente se vistieron con el uniforme del ejército de Gwynedd. Los colores amarillo y rojo de sus casacas lucían, por algún extraño motivo, muy raros en el pecho de Athan. Quizás era porque el griego no había usado un uniforme ni siquiera en sus años al servicio de Adriaco y verlo ahora con los colores de Gwynedd resultaba casi como una broma. El griego se miró la cruz en el pecho y tomó mucho aire para poder asimilar lo irónico que le resultaba la situación.

— Tu amigo Marc nos da ropa nueva para lucir elegantes en una batalla. ¿Es acaso alguna costumbre cristiana darle las botas caras a los que van a morir?

— Esto no tiene que ver con costumbres religiosas y lo sabes, es solo que la imagen de su batallón es muy importante para él. Creo que es una manera de ganar prestigio entre los nobles. Pero, ¿Acaso no te gustan tus botas nuevas? Es cierto que son incomodas pero nos hacen lucir bien.

— Prefiero las sandalias. Esas no acabarán en los pies de un enemigo cuando me maten.

El griego, luego de terminar de atarse el calzado tomó su arco y se lo colgó al hombro. Luego salió de las barracas acompañado por lance y fue un alivio cuando ambos pudieron respirar el aire no viciado del exterior. A Lance no le agradaba el olor de los soldados y no se había podido acostumbrar al hecho de convivir con las heces de tantos hombres y caballos. De hecho, le parecía perfectamente comprensible que tantas enfermedades los atacaran cada año, «si tan solo asearan sus manos de vez en cuando» pensó un día en voz alta.

Luego de ese breve momento que los dos hombres se tomaron para sanear el aire de sus pulmones, se dirigieron por fin al pequeño páramo que estaba ubicado frente al castillo. Al cual todos los demás soldados se estaban dirigiendo. Ahí tomaron su lugar junto a la bandera que llevaba el emblema de Marc de Belac y esperaron que el ejército de Gwynedd terminara de agruparse para comenzar la marcha hacia el éste. Ese era el día en que iniciaban la procesión hacia la frontera para enfrentar al ejército de Mercia en su contraataque y se esperaba que los ingleses contaran con refuerzos vikingos enviados por el caudillo danés Guthrum, por lo que se vaticinaba una batalla sangrienta como pocas.

Marc, a esa misma hora, estaba también terminado de vestirse. Se amarró el cinto y se dio palmaditas en la camisa de lana para deshacer las arrugas que se le habían formado al ponérsela. Luego tomó mucho aire y avanzó hacia la cama para mirar a la mujer que aún estaba acostada y enredada parcialmente entre las sabanas. Marc no pudo evitar sonreír y detenerse a admirar las sutiles curvas de aquella mujer y su piel de porcelana adornada por algunos oscuros lunares repartidos estratégicamente. Ahí estaba la ya no tan joven Nadejha, mostrando su cuerpo de perfil y haciendo que la sabana alcanzara a cubrir solo algunas partes de su cuerpo desnudo. Su cabello negro era tan largo que invadía casi todo el lado izquierdo de la cama, pero a Marc lo que más le llamó la atención fue ese punto donde el muslo deja de serlo y se convierte en cadera. Ahí poso sus ojos finalmente y luego se deslizó por la espalda hasta llegar al cuello. Las perlas negras que Nadejha tenía por ojos llamaron su atención. Aquellas joyas de belleza oriental lo estaban mirando perspicaces y malévolos y había una sombra de sonrisa sugerida apenas dibujada en sus ojos.

— Tú no me quieres dejar partir — dijo finalmente Marc mientras se sentaba y colocaba una mano sobre la cadera de la mujer.

— Jamás intentaría retenerte.

— Lo estás haciendo.

Ambos se fundieron en un beso pasional que a la vez, estuvo cargado de sutileza y ternura. Como dos almas gemelas que imprimen el alma en cada beso y coinciden hasta en la idea de que el amor se disfruta mejor sin prisas y permitiéndole respirar al ser amado. Aquella sesión de besos duro quizás un poco más de lo debido, dado la premura de las circunstancias, pero Marc por fin logró reunir fuerza de voluntad suficiente como para terminarlo. Se separó de ella y acariciando su cabello le besó la frente.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora