Secuelas

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Nadie, ni siquiera Beth sabia que la muerte la había rozado en múltiples ocasiones, y en todas ellas había salido librada por los pelos.
Ahora ella dormía plácidamente alejada de todo lo que sucedía a su alrededor, Iker, su gato, estaba recostado a sus pies, sus ojos verdes seguían curiosos la grácil danza de los arboles que se podían ver a través de la ventana.

La puerta se abrió, Linda y Jhon Fletcher entraron a la habitación, Linda se sentó al borde de la cama de Beth.

—Aún no despierta— dijo Linda con clara preocupación—¿crees que fue buena idea traerla del hospital?

—El doctor dijo que estaría bien, solo necesita descansar.

—¿Crees que soy una mala madre?— preguntó a su marido. Jhon se acercó hacia ella y la abrazó.

—Creo que eres la mejor madre del mundo, la mejor madre que Beth pudo tener. No te culpes por lo que paso hoy, las niñas son inquietas, y más ahora que Beth está en esa edad de querer explorarlo todo.

—Todo fue tan espantoso, entiendo porque la pobre niña no pudo soportarlo.

—El mundo está lleno de gente desquiciada, por eso debemos proteger a nuestra hija de todo ello, ¿de acuerdo?—Linda asintió.

—Cuando Alicia se suicidó, Beth también se enfermó, a pesar de que no eran cercanas.

—Ella una niña frágil—dijo Jhon—Y tu hermana estaba loca, culpaba a la niña de haber matado a su hijo.

—Siempre supe que lo estaba, aunque jamás creí que se terminaría matando.

 Pasado un rato el teléfono sonó, Jhon bajo a contestar, mientras tanto Linda contemplaba a su hija, reparó en lo hermosa que era, sus rasgos eran delicados, y en ellos siempre encontraba una leve similitud con su madre. En el orfanato le mostraron una fotografía de Natalie, a menudo pensaba en ella, en lo triste que fue su vida y el cruel final que tuvo, a pesar de ello, agradecía que las cosas hubieran ocurrido como lo hicieron, pues de no haber sido así, jamás hubiera conocido a Beth, y para Linda, Beth lo era todo. 

—Iker— dijo Linda estirando el brazo para acariciar la cabeza del animal— eres un fiel compañero ¿eh?—. Linda se extrañó al pensar en que Iker pronto cumpliría siete años al igual que Beth, y parecía que los años no habían pasado sobre él, seguía manteniendo la gracia y agilidad propia de un gato joven, ella también había tenido gatos cuando era niña, y todos se ponían viejos antes de cumplir los seis años o morían antes de hacerlo, en cambio Iker era diferente a cualquier gato que hubiera conocido, "debe ser por el cuidado que le damos" pensó restando importancia al tema.

Beth despertó a las 6:00 de la tarde sin ánimos de hablar, ni caminar. Linda preparó la comida favorita de su hija y le permitió comer más helado del que le permitía normalmente, después la bañó, cambió, puso el pijamas y le leyó un cuento para dormir.

  —Te amo, mami— le dijo Beth a su madre antes de quedarse dormida.

—Y yo a ti mi vida.

Desde muy pequeña Beth solía despertarse asustada a mitad de la noche, temía que alguien pudiera entrar por su ventana, también le aterraba el sonido que hacían los arboles que estaban plantados fuera de su casa al ser golpeados por el feroz viento. siempre que tenía miedo y no podía dormir, Iker subía a su cama, y se acostaba a sus pies, con Iker a su lado Beth se sentía segura. Creía que era algo ridículo haberse acostumbrado tanto a su gato de tal modo que no podía dormir sin él, ¿Que sería de ella cuando el buen Iker partiera a mejor vida? A veces le costaba conciliar el sueño pensando en cómo sería su vida sin su amado gato, ella deseaba que Iker fuera eterno.
Beth no sabía que cada noche dormía con un ser peligroso, un ser que la había marcado desde su nacimiento, un ser que había matado a decenas de personas, Iker, su amado gato era capaz de hacer pedazos a cualquiera que intentara lastimarla.

La niña grisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora