- 1 -

2.1K 53 1
                                    

Su blanca piel tenía unos cardenales que hubieran hecho sonrojarse al mismísimo diablo.

No me había dicho nada. Me la había encontrado esa mañana en la puerta del trabajo, con ojeras muy marcadas y con cara de no haber pasado una buena noche. Por mucho que le había preguntado no me había dicho ni palabra.

Se pasó la mañana trabajando, tratando de hacerlo con la misma eficiencia que me sorprendía cada día, pero no era capaz, estaba hecha polvo y en nuestro trabajo no cabe duda. En ese momento era más una amenaza que una ayuda.

–Sara, ¿te encuentras bien? Tienes mal aspecto.

–Estoy bien.

–No estás bien. ¿Has dormido algo?

–He pasado una mala noche, pero estoy bien, no tienes de qué preocuparte –dijo fríamente, tratando de acabar la conversación.

–Deberías aprovechar las noches para dormir... y no para irte de juerga por ahí, sé que eres joven pero creí que tenías más cabeza.

–Te equivocas.

–Y entonces, ¿qué ha pasado?

–No es de tu incumbencia –tiene un carácter muy fuerte, y su cara no decía cosas muy bonitas de mí.

–Empezó a ser de mi incumbencia cuando empezaste a fallar en tu trabajo, puedes hacer lo que quieras en tus horas libres, pero es tu segundo día de trabajo y has sido una apuesta muy arriesgada para esta empresa. Si vas a actuar así no tendré más remedio que informar de esto y... empezar a tramitar tu despido. Tú decides.

–... –me miró desafiante, pero yo estaba enfadado, había puesto muchas esperanzas en esa chica y que actuara así me estaba decepcionando mucho; pero al ver su despido tan cerca reaccionó como esperaba y se explicó –no he dormido demasiado, pero no porque saliera de fiesta ni nada parecido. No he descansado lo suficiente porque tuve que dormir en un banco de la estación, y no es un sitio muy reparador. Lo siento, trataré de que no vuelva a pasar.

–Ven un momento, Sara; quiero hablar contigo a solas. –Apagó la pantalla del ordenador y nos fuimos a hablar a un sitio más discreto. –Sara, ¿qué ha pasado? ¿te han hecho algo?

–Estoy bien, es sólo que tenías razón, esos chicos esperaban más de mí de lo que estaba dispuesta a ofrecerles, así que tuve que irme. Pero eso no es problema tuyo, te lo he contado porque no quiero que afecte a mi trabajo, me ha costado mucho conseguirlo y sé que lo más difícil empieza ahora, pero no me asusta, no voy a dejar que nada me desvíe de mi camino.

–Joder... menudos cabrones... ¿seguro que estás bien?

Le pedí que me esperara y volví después de hablar con mi superior y de pedirle que me diera el día libre pues tenía asuntos urgentes que tratar. Sara dependía directamente de mí así que era yo quien tenía que administrar sus días libres por lo que no hubo mayor problema, yo jamás había pedido una baja por motivos personales así que no tuvo ningún inconveniente en darme el día.

Me llevé a Sara a mi casa, se resistió a abandonar el trabajo, pero le expliqué que si no descansaba iba a meterse en problemas mayores.

Le enseñé rápidamente mi casa, pues era lo suficientemente pequeña para que no nos llevara ni dos minutos verla al completo. Sólo había un dormitorio, el mió. Así que le dejé sobre la cama la camiseta que me había pedido y se fue a dar una ducha. El baño estaba en la propia habitación así que cerré la puerta y le dije que no la molestaría más, que cuando se despertase la estaría esperando en la sala.

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora