¿Y sí... todo era mentira? - 15.2 -

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Durante un rato nadie habló. La situación era muy tensa, yo estaba actuando como un maníaco, lo sabía, pero por fin la tenía allí, a mi lado, y podía hablar con ella sin medir mis palabras. Tenía la esperanza de que, al igual que cuando comimos con mis padres, hace ya una eternidad, Sara hubiera mentido un poco para apaciguar a Lidia. Esperaba que lo de que tenía novio fuera mentira.

–Creo que tu novia no está muy contenta contigo hoy –dijo finalmente Sara rompiendo el silencio que se había instalado en el coche –no la culpo la verdad, estás un poco raro.

–Ya... bueno... Lidia se presenta como mi novia, pero la verdad es que no recuerdo haberle pedido nada... nos liamos de vez en cuando desde hace unas semanas y ella, no sé, lo ha dado por supuesto.

–La has traído aquí... no me meto, pero creo que le has dado una impresión equivocada, a lo mejor tiene motivos para creer que sois algo más que un rollo para pasar el rato.

–... –Sara tenía razón, siempre tenía razón, eso me desesperaba un poco de ella y me dio por sonreír –te estás metiendo.

–Sí, la verdad es que si –ella también sonrió y el ambiente se relajó mucho.

–Te he echado mucho de menos, muchísimo. Creí que lo había superado un poco, pero cuando te he visto... necesitaba estar un rato contigo, así, a solas, para poder decírtelo, y para poder hablar de verdad. Dime, ¿cuánto de lo que contaste en la comida era cierto?

 –¡Qué bien me conoces! –rio Sara y yo empecé a pensar que mi día aún podía mejorar un poco más. –Casi todo es cierto, en realidad, pero tuve que meter un novio en la ecuación porque, entre lo raro que estabas actuando y que tu novia... o lo que sea, parece bastante celosa... sólo quería aportar un poco de calma a la comida.


Después de saber que Sara estaba soltera la conversación hasta su casa fue bastante animada. Yo estaba muy contento de poder volver a estar así con ella, parecía que el tiempo no hubiera pasado y la confianza entre nosotros siguiera allí, después de tanto tiempo, como si nunca la hubiera cagado con ella como lo hice. 



–Bueno, pues este es mi apartamento. –Sara abrió la puerta de su apartamento y la verdad es que era bonito, soleado, con mucha luz e impoluto como sólo Sara podía tenerlo. Ella estaba tan guapa que no podía dejar de pensar en lo dulce que sería comerle la boca... esos labios estaban hechos para mi boca... los echaba tanto de menos que no pude más. –Creo que tengo unas cervezas en la nev... –no pudo acabar la frase porque tomé su cara entre mis manos y la besé. La besé como hacía años que soñaba besarla.

El tiempo pareció parase. Ya no había nada más que nosotros y nuestras lenguas, que parecían bailar en nuestras bocas.

Mientras nos besábamos, Sara enroscó sus piernas en mi cintura momento que yo aproveché para llevarla hasta la encimera de la cocina. Sus manos se deshicieron de mi camisa con una destreza que aún conseguía sorprenderme. Me encantaba como me miraba. Era como si yo le pareciera lo más hermoso que había visto nunca, jamás nadie me había mirado con el deseo con que ella lo hacía, y eso no hacía más que aumentar mis ganas de ella.

Mis manos, mucho menos diestras que las suyas, le quitaron el top de seda que llevaba descubriendo un fino sujetador negro de encaje que apenas pude ver porque sólo deseaba poder tener en mis manos los pechos que había debajo. Mientras los besaba, Sara me desabotonaba los pantalones dejando casi libre mi erección. Sólo con su roce sobre mis calzoncillos me hizo estremecer y no pude evitar pensar que, a ese ritmo, este momento de pasión iba a durar más bien poco... pero no había manera de pararlo.

Bajé mis calzoncillos y ella aprovechó para subir su falda, sus braguitas al parecer habían desaparecido sin que yo me diera ni cuenta. Por fin, con ella sentada sobre la encimera, pude volver a probar lo que era la calidez de su interior... cómo lo había echado de menos... no había nada comparable a esa sensación. Nuestros cuerpos parecían conocerse a la perfección, nuestros movimientos estaban en perfecta sincronía, su olor era lo más delicioso que había olido nunca y me trasportaba a los mejores momentos de mi vida y su piel... tocarla era poesía.


–Dios... ¡Cómo echaba de menos esto! –Dije mientras veía su carita, que estaba colorada y ligeramente sudada. Nos habíamos quedado allí, abrazados mientras nuestros cuerpos se recuperaban del orgasmo.

–Siempre se nos ha dado bien esta parte –sonrió y me besó fugazmente en los labios mientras se separaba y bajaba de la encimera de un pequeño saltito –además, aún no había estrenado la encimera apropiadamente –me giñó un ojo, me tomó de la mano y empezó a caminar hasta el baño. –¿Una ducha?

–No me vendría mal, la verdad –la besé mientras apretaba su culo desnudo en mis manos –además igual podríamos estrenar apropiadamente el baño...

–Me encantaría... pero el baño sí que está estrenado –se rio pícara mientras yo intentaba sonreír y no notar las punzadas que me producía pensar en ella con otros hombres. Como si me leyera el pensamiento se acercó a mi oído y me susurró –Aunque deberías saber que siempre me imaginé estrenando cada rincón de esta casa contigo. Siempre serás tú.

Se me puso la piel de gallina. Esa mujer sabía cómo hacerme caer y yo caí. Caí una y otra, y otra vez. Caí en la ducha, en el sofá y finalmente en su cama, antes de caer definitivamente en los brazos del sueño reparador que tanta falta me hacía. Sueño que fue perfecto al notar su pequeño cuerpo junto al mío, tan cálido, tan conocido, tan... como mi propia piel. 

Era ella. Siempre fue ella y siempre lo sería. Y así debía ser. 

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora