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El camino de vuelta a casa fue raro, yo no entendía nada, no sabía cómo me tenía que sentir, y sólo esperaba que su explicación...bueno, que lo explicara todo. Estaba nervioso por saber al fin a qué venía tanto misterio, pero ahora que se acercaba el momento tenía miedo de no estar a la altura.

Nos sentamos en el sofá, Sara se mantuvo callada, con la vista fija en algún punto de la alfombra, supongo que tratando de encontrar las palabras... finalmente me miró y comenzó a hablar:

–Bueno, supongo que tienes derecho a saber a quién tienes en casa, y así al menos conseguiré que dejes de sentirte mal por haberme besado... o no, no sé... pero bueno, si quieres que te lo cuente, te lo cuento, eso sí, déjame que te lo diga todo del tirón, luego eres libre de decir lo que quieras, o de no decir nada. Esta noche recogeré mis cosas y me iré por la mañana, si es que me dejas dormir aquí esta noche, si prefieres que me vaya ya, no importa, haré lo que me pidas.

–No quiero que te vayas, ahora que por fin consigo que me hables de ti.

–... eso ya me lo dirás después. En fin, como te he contado, nunca conocí a mi padre, no sé siquiera si mi madre sabía quién era, igual ocurre con el padre de mi hermana. Mi madre era muy mala madre, vivíamos casi en la miseria, todo el dinero que ganaba se lo gastaba en alcohol, drogas, en las apuestas... apenas se acordaba de nosotras con lo qué siempre he sido yo la encargada de cuidar de mi hermana, de hacer malabares para alimentarnos a todos y de intentar que mi hermana no se diera cuenta de la vida que vivíamos. Mi madre nunca tuvo un oficio, no tenía estudios y ningún trabajo decente le duraba, así que se prostituía para pagar sus vicios.

Murió de sobredosis hace casi 3 años, mi hermana tenía 12 y yo 14, y sí, me falta aún medio año para cumplir los 18.

Vivíamos de alquiler y mi madre no nos dejó más que una deuda de juego de 1.870 euros. La dueña del piso se apiadó de nosotras dejándonos vivir allí un mes más, y los vecinos nos dieron algo de comida... pero no teníamos nada. No sabía qué hacer, ni a quién recurrir. No teníamos más familia, o eso decía mi madre, así que no sabía qué hacer para salir adelante. Intenté buscar trabajo pero nadie contrata a una niña de 14 años, y mucho menos con un sueldo suficiente como para poder pagar un alquiler, gastos, comida y una deuda.

Después de una semana, se nos acabó la comida, nos manteníamos a base de cereales, y empezaban a escasear. Cuando mi hermana se fue al colegio, llorando porque tenía hambre... tuve que hacer algo, tenía que tomar una decisión.

Falté a clase y me fui a ver al antiguo chulo de mi madre, ese señor que nos encontramos en la calle. Pronto me di cuenta de que, así como mi edad era un obstáculo para encontrar cualquier otro trabajo, allí era un extra añadido, al parecer había mucha gente interesada en una niña virgen de 14 años. Se ofreció a pagar la deuda de mi madre ese mismo día y a darme la mitad de todo lo que ganase. Al final llegamos a un acuerdo, y así saqué a mi hermana adelante. Me prostituí durante dos años, tiempo suficiente para pagar tres años y medio del mejor internado para mi hermana, para que no tuviera que ver en lo que me había convertido, y para que pudiera tener todo lo que yo no había tenido. Mi plan era ahorrar lo suficiente como para poder pagarle toda la enseñanza secundaria, los cuatro años que le quedaban, y casi lo consigo... pero tuve que dejarlo... bueno, ya que estamos te lo cuento todo, total.

Un día vino un cliente nuevo, alquiló la habitación y todo parecía ir bien...pero acabó conmigo sangrando por el labio, la ceja y la nariz, con tres costillas rotas y con moratones por todo el cuerpo, además de con mucho, mucho dolor.

Mi jefe enfureció, yo le hacía ganar mucho dinero, y sinceramente creo que ese hombre hoy está más muerto que vivo.

Cuando pude volver a moverme, cogí todo lo que tenía y desaparecí, no estaba segura de que pudiera irme sin más así que no hablé con nadie y me fui lo más lejos que pude.

Y parece que mi suerte empezó a cambiar. Con mi hermana bien cuidada ya no me importaba lo que pudiera pasarme a mí, dormía en la calle, buscaba comida en la basura y trabajo en las farolas, hasta que encontré el trabajo perfecto para mí. Una familia buscaba una asistenta interna que les ayudara con la casa y con sus hijos.

No eran mala gente, se apiadaron de mí y empecé a trabajar con ellos. Limpiaba por las mañanas mientras los niños estaban en el colegio, por las tardes los atendía y por las noches estudiaba para prepararme para la prueba de acceso en vuestra empresa.

Seis meses después nos conocimos.

Y esa es mi historia.

–... –no podía creerlo, no estaba preparado para algo así, no sabía qué hacer, me había quedado paralizado.

–¿A qué preferirías no saberlo? –sonrió y se puso en pie –en fin, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí, espero que no me odies y que me dejes seguir trabajando en la empresa... pediré el traslado si lo prefieres para que no tengas que tratar conmigo en el trabajo. Recogeré mis cosas.

–... –sabía que debía decir algo, no quería que se fuera, pero no sabía que decir, por mi mente pasaban miles de frases que descartaba con la misma facilidad con la que venían. Ella estaba empezando a guardar su ropa en su maleta, tenía que hacer algo. –Sara, perdóname.

–¿Qué?

–Perdóname por forzarte a contármelo, no era asunto mío.

–¿A qué preferías no saberlo?

–No, pero tú preferías no contarlo, y debí haberlo respetado, tu vida es cosa tuya, no tenía derecho a meterme en algo tan personal y lo siento de verdad. No quiero que te vayas.

–Por eso mismo debo irme. Aún sabiendo lo que sabes de mí quieres que me quede... no mereces esto. No tienes por qué cargar conmigo y con mi historia. No quería contártelo, pero tampoco que te sintieras culpable por haberme besado, fui yo quien lo provoqué, sé perfectamente cómo conseguir que un hombre desee besarme; pero quiero que sepas que es la primera vez que yo quería que me besaran y que ha sido muy especial para mí. –No dejaba de empacar sus cosas.

–Sara...para un momento. –Dejó de recoger y se quedó de pie, frente a mí, simplemente esperando a que dijera algo, y yo no tenía ni idea de qué decir. –Podemos tranquilizarlos, dormir y hablar mañana de qué vamos a hacer.

–... ¿eso quieres?

–Sí, por favor.

–Vale.

–¿Puedo estar seguro de que no vas a desaparecer en mitad de la noche, que me voy a levantar aquí solo y a encontrarme una carta solicitando el traslado sobre mi mesa el lunes?

–Claro –sonrió, y me pareció que sí que se le había pasado por la cabeza el plan.

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora