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Sara estaba preciosa, lo que me hacía recordar que no se había arreglado así para la cena, sino para lo que tenía planeado después. Me senté a su lado en la mesa y me ocupé de que no le faltara vino en la copa, mi plan era bastante sucio, lo reconozco, pensaba emborracharla lo suficiente como para que se olvidara de que había quedado, o bien, que estuviera tan cansada que no le apeteciera siquiera pensar en acostarse con nadie.

–¿Intentas emborracharme? –parecía que me leyera la mente –porque a este paso lo vas a conseguir enseguida.

–Sólo quiero que lo pases bien, después de arrastrarte a venir.

–Ya, ya, claro. –Sonreía.

Ya era casi la una de la madrugada cuando trajeron los chupitos. Sara estaba mandando mensajes por el móvil, supongo que avisando de la situación a su cita.

–Oye, oye, deja ya el teléfono, que parece que estés deseando largarte.

–Bueno... la verdad es que el plan que me espera me apetece –estaba bastante contentilla pero parecía que no lo suficiente para olvidarse de su cita.

–¿Así que vas a abandonarme? –intenté parecer ofendido.

–Pues sí, tal y como hablamos, después de terminar esto –cogió su vaso de chupito y lo bebió. –Listo. Me voy.

–Espera, te acompaño.

Nos despedimos de todos, hubo alguna queja de que abandonáramos tan pronto, otras miradas que mataban de alguna que no dejó pasar por alto que nos íbamos a la vez... pero me daba bastante igual a esas alturas.

–¿Vamos dando un paseo? –propuse a la desesperada.

–¿Por qué? Son unos 20 minutos andando, ¿no sería mejor pedir un taxi?

–No, venga, vamos andando; así te despejas un poco, no querrás estar demasiado borracha cuando llegues...

–... –suspiró –vale, como quieras. –Caminamos en silencio un rato, yo trataba de pensar una idea brillante para convencerla de cancelar la cita, pero creo que mi cerebro estaba desconectado esa noche. –Oye, ¿te pasa algo? –preguntó muy seria.

–No... sólo estaba pensando en una forma de conseguir que te vinieras a bailar conmigo en vez de irte con tu cita.

–¿Y eso?

–Me apetece estar contigo. Echo de menos estar contigo.

–Podemos quedar cualquier otro día, ¿por qué precisamente hoy? ¿tiene algo que ver con mi cita?

–No –intenté parecer ofendido por su acusación, pero supongo que no me salió bien, porque me miraba arqueando las cejas con expresión de no creer nada de lo que decía.

–¿Seguro?

–Vale, sí. Organicé la cena para que tuvieras que cancelar tu cita. –Estaba enfadadísima.

–¿Y se puede saber por qué?

–Porque... –cómo iba a justificar mi comportamiento, la verdad es que ahora no me parecía encontrar ninguna excusa que lo justificara. –No sé, Sara, no quería que te acostaras con él. Es muy mayor para ti.

–¡No es asunto tuyo!

–Ya lo sé, perdona, es que...

–No. No quiero excusas. Eres como el perro del hortelano, ni come, ni deja comer. Estoy harta, me acostaré con quien quiera acostarme y no es decisión tuya. Si tú eres tan cerrado de mente como para no poder pasar por alto mi edad, es tu problema. No tienes derecho a juzgar a los que tienen una mente más abierta que tú, o a los que les gusto más que a ti... –la besé. Tenía que hacer que dejara de hablar, cada vez se enfadaba más y, lo peor, es que sabía que tenía razón... y me apetecía besarla, me apetecía mucho. Al principio no reaccionó, se leía la sorpresa en sus ojos, pero al poco se relajó y correspondió a mi beso durante unos segundos, luego se separó. –¿A qué viene esto?

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora