- 12 -

277 12 0
                                    


Al final todo había salido bien. Sara y yo estábamos genial juntos, y había conseguido librarme de tener que dar explicaciones a nadie. De puertas para fuera éramos compañeros de trabajo y de puertas para dentro éramos pareja.

Empezamos a vernos a diario fuera del trabajo... era genial. Empecé a pasar más tiempo en su casa que en la mía propia, hasta el punto en que empezó a parecerme una tontería que ella estuviera pagando un alquiler si ya habíamos vivido juntos antes y nos había ido tan bien. Sabía que ella valoraba su independencia, era comprensible después de todo lo que había pasado, pero la verdad es que cuando no estaba con ella la echaba de menos así que acabé armándome de valor.

–Podías venir tú a mi casa mañana, últimamente sólo venimos aquí... no está tan desordenada –sonreí mientras acariciaba distraídamente su espalda desnuda. –O podrías venir siempre a mi casa... y que fuera nuestra casa...–Me miró con la expresión que me esperaba, y vi el no dibujado en su cara antes de que empezara a mover los labios para pronunciarlo, así que me di prisa en seguir hablando para que ella no pudiera hacerlo –a ver, ya sé que eso de vivir juntos es, seguramente, algo precipitado para una relación al uso, pero nosotros ya hemos vivido juntos antes y nos ha ido bien, piénsatelo, te ahorrarías el alquiler y así podrías... no sé, comprarte un super deportivo en unos cuantos meses –ella soltó una pequeña risilla. –Venga... al final me paso aquí todo el día... mi pobre y solitario apartamento te echa de menos.

Ese día no conseguí convencerla, pero tras una semana de pico y pala por fin dijo que sí y se mudó a mi apartamento de nuevo.

Pasamos un par de meses estupendos. Conocí su lado más feliz y desenfadado. Estaba relajada y eso me permitió conocerla de verdad, tenía un sentido del humor que podía hacer que te rieras en la situación más amarga y era incansable, tenía una capacidad, en mi opinión, infinita de esfuerzo, nunca desistía, nunca se rendía y siempre parecía tener ánimo para un nuevo intento cuando algo salía mal.

Respecto a nuestra relación seguimos sin decir nada en el trabajo, le pedí a Sara que así fuera ya que no quería que en el trabajo empezaran a murmurar sobre nosotros ni meternos en problemas porque yo era su superior ni nada parecido. A ella no parecía importarle, y yo estaba feliz de haberme salido con la mía.

Sara era una mujer maravillosa, me parecía increíble que tuviera la suerte de que quisiera estar conmigo, que no me considero nada del otro mundo. El único problema que tenía nuestra relación era la diferencia de edad que, aunque a ella no le importaba en absoluto, a mí me traía por el camino de la amargura.

Casi no hacíamos nada fuera de casa, pero las veces que íbamos a cenar por ahí, al cine o a bailar, no podía evitar sentirme incómodo al ver cómo nos miraba la gente. Me daba la sensación de que todo el mundo estaba juzgándome. Para evitar sentirme tan incómodo evitaba las muestras de afecto cuando estábamos fuera de casa, trataba de tener las manos ocupadas con bolsas, abrigos, el móvil... así conseguía que no fuéramos de la mano; cuando ella me besaba yo acortaba el beso en cuanto podía... creía que ella no notaba nada. Me creía un ninja.

No podía estar más equivocado.

Fui un idiota al pensar que ella, precisamente ella, no notaría mi incomodidad. Y me pasó factura.

Estábamos en el centro, Sara quería comprar un regalo para su hermana, iba a estar de cumpleaños. No solíamos ir de tiendas, a ella no le gustaba especialmente, para ella comprar algo que no fuera vital era un derroche, en serio creo que debía de estar a punto de poder permitirse el deportivo; y yo... bueno, yo tenía como nueva afición, evitar aglomeraciones de miradas indiscretas, ir de paseo con mi jovencísima novia por el centro de la ciudad iba a ser increíblemente incómodo.

Después de comprar un móvil nuevo para su hermana, nos sentamos en un banco a tomar unos gofres. Unos bancos más allá, una pareja se comía a besos. Se hacía hasta incómodo mirarlos, al menos para mí, pero Sara no apartaba la mirada.

–Míralos. ¿No te dan envidia? –dijo de repente.

–¿Envidia?, no. ¿Qué tendría que envidiar de ellos? –Me hice el loco, pero sabía de sobra por dónde iban los tiros.

–Nosotros nunca tendremos eso, ¿verdad? –parecía triste, y eso me dolió. –Si te pido que me beses ¿lo harías? –Como respuesta me acerqué y la besé en los labios durante un par de segundos. Ella sonrió, pero su sonrisa no iluminó su cara como normalmente, era una sonrisa triste. –No así, bésame como se están besando ellos, como si tuvieras ganas de quitarme la ropa aquí mismo.

–Sara... no crees que eso estaría un poco fuera de lugar, en fin... estamos en la calle... tenemos casa. Si quieres vámonos a casa y te quito la ropa en menos de 10 segundos.

–No. Creo que lo mejor será que nos vayamos a casa y hablemos. Esto no está funcionando.


Mierda. 


-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Ya sólo quedan dos capítulos para el final de la historia. Gracias por leerla con el mismo cariño con el que yo la he escrito.

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora