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Un jueves, mientras comíamos sonó su móvil. Y creo que era la primera vez que lo oía sonar. Pidió perdón por levantarse de la mesa y se fue a hablar al salón. Me esforcé por no escuchar lo que decía pero parecía contenta. Cuando colgó le pregunté quien la llamaba y me contó que era su hermana, que estaba todo bien, que sólo la llamaba para fe-li-ci-tar-la. ¿Felicitarla? Mierda, era su cumpleaños. ¿Cómo podía haber sido tan torpe como para no preguntarle la fecha? Cumplía 18 años y yo no le había comprado nada, no había tarta para que soplara las velas, no la había ni felicitado y llevábamos todo el día juntos.

–¿Es tu cumpleaños?

–Sí –sonreía. –Por fin soy mayor de edad. Se acabó mentir para todo, ya soy legalmente adulta.

–Tenías que haber avisado, no te he comprado nada.

–No hace falta... pero sí podrías felicitarme, ¿no? –sonreía y parecía verdaderamente ilusionada.

–Claro que sí, ven, felicidades –La abracé con fuerza y le dí un beso en la frente antes de empezar a tirarle de la oreja mientras contaba hasta 18, más uno de propina. –¿Qué quieres hacer hoy? Habrá que hacer algo especial. –No pude evitar pensar en la cosa tan especial que quería hacer ella cuando cumpliera los 18, pero nuestra relación ya no era así, ya no había segundas intenciones.

–¿Quieres que nos paguemos aquella desafortunada apuesta el uno al otro y vayamos a cenar? Podemos cenar pronto y luego te invito a ir al cine, hace muchos años que no voy y me apetece.

–Me parece bien.



Cenamos, pese a todo compramos un bote grande de palomitas para los dos y fuimos a ver una película facilona, comedia romántica, normalucha, no había mucho donde escoger la verdad. Una de las veces que fue a coger palomitas mi mano estaba dentro cogiendo palomitas también, y nuestras manos se rozaron. Me pidió perdón enseguida.

–Tampoco hace falta que te disculpes, no ha sido para tanto –bromeé.

–No quería que pensaras que es una indirecta o algo así. No quiero que te sientas violento. –Hace unas semanas eso lo hubiera dicho con voz melosa y sería claramente una indirecta muy directa, pero esa vez no, lo decía completamente en serio.

–¿Estás enfadada?

–No. Sólo que no quiero que pienses que te estoy provocando.

–Tranquila, ya he notado que ya no lo haces.

–Bien. –Debía dejar ahí la conversación, lo sabía, ya estaba todo claro, para qué darle más vueltas...

–¿Ya no lo haces porque estás enfadada por lo que te dije?

–No. –Siguió mirando la peli, y le apreté la mano para que se diera cuenta de que aún esperaba que me dijera algo más. –No lo hago porque ya me he humillado bastante. Ya te he dicho lo que quería, he sido clara y tú también lo has sido, no hay nada más que hablar.



Tenía razón, ya no había nada más que hablar, eso era lo que buscaba ¿no? en el fondo me gustaba el juego, a quien no le gusta que le tiren un poco los trastos, que le provoquen... pero claro, era mejor que eso no pasara, porque al final caería y le había dejado claro que no quería caer. Ella lo había entendido mejor que yo.

Finalmente llegó el día en que se fue de mi casa. La ayudé a instalarse y ella parecía encantada de tener por fin su propio piso... era comprensible, pero cuando yo volví a mi casa la sensación de vacío fue peor aún de lo que imaginaba. Estaba todo tan tranquilo.

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora