CAPITULO 11 Axel

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—Tu hermana corta leña en la madrugada —comenta Draco sin verme. Está concentrado en la partida de ajedrez que mantenemos.

—Lo hace cuando está enojada. ¿Te despertó? —asiente y yo intento disculparme, pero él hace un ademán con la mano para quitarle importancia.

—Creo que lo que le dijo esa chica le afectó —asiento con la cabeza y elevo la mirada del tablero para ver entrar a Mary, una de las asistentes de Nana, al despacho de papá, donde Draco y yo hemos descubierto que nos es más placentero estar.

La chica hace una pequeña reverencia al vernos y se pone notablemente nerviosa antes de dejar una carta en el escritorio de papá.

Papá entra minutos después y toma la carta entre sus manos y la lee con el ceño fruncido. Alcanzo a ver que está dirigida a Elena y es de la casa Barock.

—¿De cuándo acá lees correspondencia ajena? —pregunto con extrañeza. Papá se sonroja y se sienta en la silla detrás del escritorio.

—Sí... es que Lena no quiere leerlas y yo... —trata de excusarse.

—¿Estás ayudando a William, papá? Elena dejará de hablarte por meses si llega a enterarse —aseguro, porque la creo muy capaz de eso. Papá se talla la cara con las manos y deja la carta en el escritorio.

—Lo sé, pero... William habló conmigo y yo... —por primera vez en horas Draco levanta el rostro de la partida y pone atención a la conversación.

—Papá, Elena va a enfurecer si se entera. Ha mandado quemar todas esas cartas. —Él tuerce la boca y abre uno de los cajones del escritorio para sacar una caja que contiene muchas, pero muchas cartas, todas traen el sello de la casa Barock y supongo son para Elena. Me tapo la boca con una mano y papá luce más que avergonzado.

—Ella no quiere decirme lo que pasó, solo intento descubrirlo. Cuando William habla conmigo de ella, noto lo mucho que la ama.

—¡Papá! Deshazte de eso ahora o Lena va a...

—Tú no digas nada Axel. No voy a permitir que Elena se quede sola. Es tan joven y tiene toda la vida por delante como para pasar sus días en un consultorio siendo una solterona. ¿Qué pasará cuando tú te vayas? ¿Qué pasará cuando Abel tenga familia y yo muera? ¿Qué será de ella entonces? —Permanezco callado. Noto lo preocupado que luce por el futuro de Elena. Draco nos mira sin comprender nada.

Papá se levanta de su asiento, coloca la carta que recién llegó con el resto y vuelve a guardar la caja con recelo.

»Solo quiero que sea feliz, no es mi intensión lastimarla. Quiero tener nietos y quiero verla con alguien que la ame tanto como la amamos nosotros —se justifica dirigiéndose a la salida para dejarnos solos en su despacho.

—Lo siento por eso, hermano —me disculpo y Draco frunce el ceño y me mira despreocupado.

—¿William era su novio? —pregunta con un hilo de curiosidad que me parece extraño en él, aunque pensándolo bien, es obvio después de la pelea de hace unos días y esta discusión tan precisa con papá.

—En realidad era su prometido. ¿Continuamos? —Dirijo mi vista al tablero y él asiente con resignación.

No es que no quisiera ser comunicativo con él, es que en realidad era un tema de Elena, algo que ella me confesó porque confía en mí y yo no soy nadie para ventilar sus cosas.

—Tenías razón sobre Elena —llama mi atención nuevamente—, es aguerrida. Pobre del que se meta con ella... —No puedo evitar sonreír. Siempre me ha encantado que Elena sea de esa manera. Que no se deje intimidar por nada ni nadie.

—Peleaba con hombres, se inmiscuía en mis peleas para quitarme a algunos niños que gustaban de hacerme montón. Ella entraba a la pelea y no precisamente para quitármelos de encima. —Draco abre los ojos casi riendo, pero creo que quiere contenerse.

—¿Cuántos años tenían? —lo pienso por unos instantes.

—No más de seis años.

Los recuerdos se asoman por la ventana; la época en que no nos acostumbrábamos a nuestro nuevo hogar y a los lombarenses, el tiempo en que éramos casi recién llegados en un país hostil y muy distinto al nuestro.

Recuerdo la habitación que compartía con Elena en KingLon, una ciudad al lado del mar, lugar que nos vio nacer hace veinte años. La misma ciudad que fue un punto clave a atacar para cientos de barcos una madrugada de hace dieciséis años, cuando la reina Ariana desplegó sus tropas al norte para tener el control de los puertos. Papá llevaba meses organizando una escapada masiva. Habían reconstruido un barco pesquero y con ayuda de los vecinos, lograron convertirlo en un digno barco que nos haría cruzar el mar cóncavo.

Se decía que las mujeres eran violadas y convertidas en esclavas, los bebés eran masacrados frente a sus madres porque eran estorbos, los niños y los hombres eran llevados para formar filas entre los peones de un ejercito desalmado, un ejercito que más que hombres se les podía considerar bestias; asesinaban como demonios y masacraban como una horda infernal.

Aún recuerdo cómo mis padres nos despertaron esa madrugada. Sus rostros alterados me asustaron mucho. Ellos nos habían instruido durante semanas para este momento, pero nada me podía preparar para abandonar mi casa de esa forma, mi seguridad, mis juguetes y todo cuanto conocíamos.

Un Abel de ocho años estaba parado en el umbral de la puerta con algunas mantas en los brazos y una mochila pequeña a su espalda, mochila que cada uno preparamos con las cosas más importantes, papeles, víveres, dos mudas de ropa, dinero y un juguete. Nos levantaron de la cama y nos arroparon perfectamente antes de tendernos la mochila.

Vi de reojo a Elena, que se sujetaba las trenzas rojizas con sus manitas, lucía tan asustada como yo, podía sentirla. No queríamos dejar la casa, no queríamos dejar nuestras cosas y todo aquello con lo que habíamos crecido.

Con tristeza salimos al patio y nos reunimos con los vecinos. Todo había sido organizado de tal forma que las cabezas de familia se encargarían de asegurar que hasta el último miembro de la organización hubiese subido a los barcos. Descendimos por un sendero que llevaba a las cavernas que conectaban a una playa lejana al puerto —ahí nos esperaba el barco que fue preparado durante meses para este momento—. Bajamos cuidadosamente entre las rocas y la hierva para acceder a las cuevas cuando... el recuerdo más perturbador de mi vida se perfiló al horizonte, una imagen que jamás podría quitarme de la cabeza. Era el retrato de la muerte; cientos, miles de barcos con velas rojas acercándose a las costas. Elena aprieta mi pequeña mano y yo entrelazo mis dedos con los suyos.

—Juntos vinimos y... —me dijo Elena.

—... juntos nos iremos —completé la frase que habíamos creado desde el momento en que aprendimos a hablar.

El sonido de los tambores de guerra me inyectaron de las emociones más terribles que he sentido. Muerte, destrucción, sed de sangre, todo emanaba de esos barcos...

—¿Te perdiste en el infinito, Axel? —mi amigo agita su mano frente a mí y yo le sonrío, sacudiendo mi cabeza.

—Solo recordaba. —Me rasco la nuca y trato de comportarme con normalidad. Draco hace una jugada y noto cómo me ha acorralado. Jaque mate—. ¡Perro maldito! ¿Cómo?

—Con la mente en el juego, hermano. —Alza sus brazos victorioso y yo pongo los ojos en blanco. «Fanfarrón ambicioso».

— Quiero la revancha.



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DRÁGONO. El sueño del dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora