Al salir de la clínica me siento mortalmente fatigada. Esta noche no llevaba a mi caballo Philip, puesto que Amber y Ego, mis mejores amigos, habían quedado de pasar por mí para ir a cenar a casa. Querían saludar a Axel, con quien también tenían un lazo fraternal muy arraigado. Habían esperado su llegada desde el momento en que les avisé que pasaría una temporada en Lombar, por lo que no se dejaron esperar para darle la bienvenida.
Nos habíamos conocido en el río que desemboca en el mar, al pie de la zona sur del bosque. Era un lugar en donde los niños de la aldea y sus cercanías se reunían a jugar y nadar en el agua.
Como en cualquier lugar en Oberón, muchos padres pedían a sus hijos no acercarse a los niños de ojos verdes que venían de Calar, diciendo cosas espantosas y objetando que la mayoría de los caleses eran bárbaros, casi demonios que no podían ser otra cosa si no algo salido del infierno. Los aldeanos solían ser muy prejuiciosos e ignorantes algunas veces, pero esto, no se generalizaba a todas las familias.
Tuvimos la suerte de conocer a Amber y Ego a los cuatro años, posteriormente a sus familias, con quienes pudimos tener una bella amistad. Nuestros padres y sus padres se reunían para las cenas o hacer actividades al aire libre, mientras tanto, los niños jugábamos todo el tiempo. Amber, Axel, Ego y yo, éramos amigos desde entonces. Correteábamos por la villa y los alrededores sin cesar.
Con el paso de los años la situación cambió, los lombarenses se acostumbraron a nuestra presencia y parecían o fingían ser amables con nosotros. Al menos, no teníamos que lidiar con ellos como en un principio.
Abel era un caso distinto, nos llevaba casi cinco años de edad y sus juegos corrían en dirección de la adolescencia. Cuando la invasión de la reina Ariana se suscitó, Abel era plenamente consciente de todo, de cómo abandonamos nuestro hogar, de cómo no teníamos nada. Él fue un apoyo esencial para papá —con ayuda de Abel, logró acrecentar el negocio, volverlo sólido—. Abel se convirtió en la mano derecha de papá en el negocio, eso hizo que mi hermano mayor madurase de forma acelerada, distrayéndolo de los juegos inocentes que Axel y yo experimentábamos.
Me dirijo a la plaza principal y me siento en una banca a espaldas de la fuente que adorna el centro de esta. Es de proporciones medianas y tiene peces de colores nadando en ella. A los Lombarenses les gusta venir y arrojar migajas de pan para verlos comer. Ciertamente es una actividad que incluso a mí me gustaba realizar, es relajante. A veces lo hacía cuando salía del consultorio lo suficientemente temprano como para que la luz del día me permitiera disfrutar de los hermosos colores que portan los peces. Pero en esta ocasión no tengo ánimo de hacerlo, en verdad me siento fatigada. Desearía poder llegar a casa e ir derechito a mi cama, pero con mi hermano gemelo ahí, dudo que me fuese permitido, no por ahora que estábamos celebrando su llegada.
Unos dedos largos y delgados tocan mi hombro. Esbozo una sonrisa enorme, porque sé que es Amber. Ella abre los brazos en mi dirección y me recibe cálidamente, como si no nos hubiéramos visto hacía años, cuando en realidad la vi hace apenas tres días.
—Querida, ¿saliste temprano? —pregunta con ese tono pintoresco que la caracteriza. Yo asiento.
—Sí, Amber. Fue un día largo y qué mejor que volver a casa ahora. Además, me temo que ayer quedé mal parada ante mis hermanos, llegando tan tarde como suelo hacer. —Mi amiga me fulmina con la mirada en total desaprobación a mi conducta—. ¡Lo sé, soy de lo peor! Digamos que estoy redimiéndome.
Amber me hace saber que no está molesta sonriendo de oreja a oreja, pero tan pronto llega la alegría, es tan pronto como se va.
—¿El idiota ese estuvo contigo? ¿Te molestó? —Me había tomado la libertad de avisarle de ese hecho desagradable y de la llegada de Axel por la mañana en una carta, en donde también invitaba, tanto a ella como a Ego, a cenar.
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DRÁGONO. El sueño del dragón © ¡YA A LA VENTA!
RomanceUn príncipe renegado. Una chica con alma de guerrera. Dos almas destinadas a estar juntas.