CAPITULO 42 Draco

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Al amanecer nos acercamos a la clínica, donde Elena, Jane y Abel se encontraban. El parto había sido complicado y Elena tuvo que interceder mediante métodos menos naturales. Afortunadamente, la niña y Jane estaban muy bien, sanas y salvas en la comodidad de una cama.

Cuando nos permitieron pasar a verlas, un muchacho de cabello oscuro nos introdujo por un largo pasillo lleno de camas y cortinas blancas que servían de separación entre una y otra, fungiendo como habitaciones. El ambiente del lugar huele como si hubiesen derramado alcohol por todas partes o la limpieza fuese excesiva, que es lo que me imagino que debe pasar para poder ser llamado clínica.

Cuando estuvimos aquí a causa de las heridas de Elena, no tuve la oportunidad de examinar el lugar adecuadamente; ese lugar en donde Elena trabaja a diario. No puedo imaginarla en plena acción, delante de tantos casos, heridas y sangre.

Por un momento me siento todavía más orgulloso de la mujer que es, de lo que ha logrado con el esfuerzo y la dedicación que ha grabado en cada uno de sus logros.

Es una mujer increíble.

Al acercarnos a la cama correspondiente, nos recibe Héctor, el mentor de Elena, el mismo hombre al que había ayudado a sanar las heridas de mi novia cuando John Nero la atacó. Extiende su mano en dirección a Lestat, luego a Axel y luego a mí. Posteriormente abre la cortina y nos encontramos con Jane acostada en su cama, viendo en dirección a Abel que acuna a su hija en sus brazos.

Abel nos sonríe y acerca a la niña a nosotros para que podamos verla. Es pequeñita y está arrugada como una pasa, tanto que no puede abrir los ojos. Su cabello es tan dorado que pareciera que no tiene ni un pelo, sus deditos se mueven apretando el dedo de Abel y es tan bonita que dan ganas de comérsela.

— Elena hizo un excelente trabajo —declara Héctor a nuestras espaldas, sacándonos del embobo momentáneo de ver a esa preciosa bebé—. Prácticamente he sido su asistente anoche. La operó, sacó a la niña y cerró la herida en menos de diez minutos.

Jane nos sonríe ligeramente, tratando de alzar el cuello para ver en dónde está su hija.

— ¡Es hermosísima! —declara Axel, quitándosela de los brazos a su hermano y acunándola contra su pecho con una maestría que no le conocía.

Felicitamos a ambos por tan preciosa bebé y nos dedicamos a verla hacer ruiditos y retorcerse cuando le es incómoda una posición. Cuando me la prestan no solo quiero comérmela, también quiero salir corriendo con ella. Definitivamente quiero una hija, una hija con el rostro de Elena y su cabello rojo...

En verdad quiero estar así, Elena siendo mi esposa y trayendo al mundo a mis hijos.

El dedito de la pequeña busca mi mano, me aprieta con fuerza antes de bostezar y dejarme más enajenado que antes. Creo que ya la quiero.

— Es muy hermosa, ¿verdad? —pregunta la voz de la mujer que tiene mi mundo de cabeza.

Está radiante. Nunca antes la había visto con su uniforme. Es un sencillo vestido gris que la tapa por completo —mangas largas, cuello alto y falda por debajo de los tobillos. Sobre eso trae puesta una bata igualita a la de Héctor y usa un gorrito de tela blanco para sostener su cabello en un moño alto—. Luce preciosa y muy profesional.

Asiento a su respuesta y vuelvo a observar a la niña que no deja de apretar mi dedo.

— ¿Cómo la llamaran? —pregunto en voz alta a los nuevos padres. Jane sonríe y aprieta la mano de su esposo.

— Natalie...

De pronto la dulce Natalie abre los ojos por primera vez, permitiéndome apreciar sus ojos grises, marca distintiva de alguien que ha nacido en Gale. Parece tan atónita como yo porque en el mismo momento clava su mirada en mí y no deja de observarme, como si me estuviese examinando.

DRÁGONO. El sueño del dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora