CAPITULO 14 Elena

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Es de madrugada y no puedo dejar de pensar en lo que pasó. Me sentía un imán de problemas. Sentía que ya no podía salir sin que algo pasara, sin que uno de mis amigos tuviera que meter las manos al lodo para defenderme. ¡Me sentía impotente! Jane, John y William... ella, habían hecho de estás últimas semanas una tortura, un mar de incontenibles deseos de escapar de todo, escapar a un lugar en donde nadie supiera quién soy, en donde pudiera volver a empezar.

Luego me asaltaba la idea de papá, de mamá, mis hermanos, Nana... de mi casa; su olor tan familiar, el calor de la cocina, los platillos de Nana, las cenas conversando con papá... ¡No quiero abandonar nada! Pero comenzaba a sentirme agotada. Los problemas se me habían venido encima como una ola gigante.

Me levanto con sumo cuidado para no despertar a Amber, quien dormía a mi lado después de la fatídica noche que pasamos. La observo mientras me pongo la bata que siempre dejo a los pies de la cama. Mi amiga luce tranquila, imperturbable, no sé por qué, pero me da un ataque de envidia, por no poder tener esa paz interior. Doy un suspiro y camino hasta dar con el pasillo, luego la escalera, luego el jardín. Sé a dónde me dirijo; voy al único lugar que me reconforta cuando siento que no puedo más, voy al único lugar en donde siento que puedo hablar de todo porque soy escuchada, voy a la tumba de mamá...

Cuando mi mamá murió fue enterrada, como era la costumbre calesa, puesto que el pueblo cales siempre ha sido de tierra. Tierra a la tierra, como solemos decir. Decidimos enterrarla debajo del árbol donde solíamos pasar tardes enteras con ella; leíamos, hablábamos... era su sitio favorito en toda la casa. Un viejo Roble enorme, que sospechábamos tenía cientos de años. Estaba justo a la mitad del jardín, adornando ese precioso lugar con su belleza. Ese árbol era el sello de mi mamá.

Recuerdo que al llegar a Lombar y ver la casa, papá quiso deshacerse del árbol porque le quitaría mucho espacio al jardín, mamá se opuso rotundamente, a lo que papá no pudo apelar. Decía que los árboles eran parte de la historia de un sitio, eran la vida de la tierra hecha materia. Algo que no debe ser arrancado, algo que debe ser conservado.

Desde entonces el gran roble ha estado en el jardín, como recuerdo de quién fue mi mamá; el recuerdo de alguien que peleaba por lo que creía y no flaqueaba jamás... el recuerdo de un alma colosal.

Llego hasta ahí y me siento a los pies del árbol, abrazo mis rodillas. Puedo ver el centenar de estrellas que cubren el cielo despejado de esa noche.

Es una noche hermosísima y no puedo ver más allá del enojo.

— Mamá... tú sabes por todo lo que he pasado, tú sabes que no ha sido fácil para mí... sabes que ya no puedo más... Te prometí que sería valiente, ¡y mírame! —Mi visión borrosa se acentúa cuando el nudo en mi garganta se ensancha—. ¡Te necesito, mamita! Mi vida sin ti ha sido un infierno. Daría lo que fuera sólo por escucharte un momento, por poder volver a verte, ver tu sonrisa... ¡me haces tanta falta! —Las lágrimas ruedan por mis mejillas y yo las limpio con la tela de la bata.

— ¿Elena? —La voz masculina viene del extremo contrario del roble. Me giro para encontrarlo y veo a Ivar aún vestido, recargado en el árbol. Luce consternado y sé que ha escuchado todo.

No puedo evitar irritarme, no puedo evitar sentir que ya no tengo privacidad. Quiero que se vaya. ¡Quiero estar sola!

— Ahora no es un buen momento, Ivar —le digo sin voltear a verlo—, en verdad necesito estar sola —él asiente y se pone de pie de inmediato. Escucho cómo comienza a caminar pero se frena en seco.

— No me gusta verte así, Elena —dice como si estuviese confesando algo, su voz es tranquila y acompasada, creo que intenta conciliar la situación de alguna forma. Se me escapa un sollozo y no puedo dejar de pensar en que odio que me vean llorar, en que odio tener que limpiar mi rostro para que él no me vea en el estado más vulnerable de todos. Sin decir nada se acerca y se acuclilla frente a mí—. ¡No quiero verte así! —Sus manos ahuecan mis mejillas y tira de mí con delicadeza. Me brinda un abrazo delicado, fresco. Me abraza contra su pecho y por segunda vez lo tengo tan cerca que puedo percatarme de lo bien que huele; su aroma es natural, atrayente, delicioso... aspiro y se me escapa un suspiro de alivio contra su pecho.

DRÁGONO. El sueño del dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora