CAPITULO 24 Elena

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El reloj marcaba las dos de la mañana. Estaba tan cansada que no podía leer un párrafo más, habían sido días extenuantes. Libro tras libro devorado por mi cerebro que intentaba retener con persistencia términos y teorías bien o mal fundadas pero que seguramente tendrían argumentos que tendría que llevar a la práctica en algún punto de mi vida.

El libro pesa en mis manos, los párpados se me cierran y mi cama parece llamarme de forma romántica, lo que me hace sentir más loca de lo que ya me siento. Decido terminar por hoy, cierro el libro y me estiro a mis anchas hasta sentirme despabilada momentáneamente.

Salgo al pasillo con el afán de ir por un vaso de agua a la cocina. Todo el personal se había retirado a su habitación o a sus casas. Abel había decido ir al viaje de papá de último momento y Axel había salido de fiesta con Ivar, lo que me dejaba en esta enorme casa a mí sola.

Al llegar a la cocina lleno mi jarra de agua y tomo un vaso limpio de la alacena. Mi examen sería pasado mañana, debía descansar para estar totalmente enfocada y mentalizada en terminar lo que inicié, debía ser mejor que los niños ricos que lo presentaban cada año.

Había presentado ese examen un par de veces. Ambos, estaba segura, los había acreditado, pero el esfuerzo de una mujer no superaba a la de un hombre. Los docentes encargados de revisar la prueba siempre declinaban mi solicitud argumentando que no había conseguido acreditar, pero yo me sentía segura, no me cabía la menor duda de que lo había hecho bien. Yo sería una excelente doctora. Lo peor es que ellos lo sabían y aun así no les interesaba darme el crédito correspondiente. Creo que tener vagina es un pecado para cualquier disciplina que no tuviese que ver con tocar un instrumento o cuidar de los hijos y la casa.

«Un día tendrás que dejarlo, por más que lo desees, tu destino no es salvar personas». Habla Isa en ese tono apático que ya le conozco perfectamente.

Puede que tuviese razón, pero no me gustaba pensar en tener que dejar todo. Esto era algo para lo que había luchado desde hace varios años, y no estaba dispuesta a dejarlo pasar sólo porque la voz insidiosa en mi cabeza afirmaba que mi destino era distinto.

Bebo mi agua deprisa y lavo mi vaso para no dejar trabajo extra a Nana por la mañana. Pero el escándalo que sucede después me hace dar un brinco en mi lugar.

Carcajadas, canciones cortadas por el hipo y las voces apenas entendibles es lo que alcanzo a escuchar. Salgo al recibidor y veo como Axel e Ivar llegan, seguramente de la aldea gitana. Sus voces roncas, interrumpidas por risotadas absurdas me dejan claro que están en un estado de ebriedad inquietante. Permanecen al pie de la escalera, intentado subir los escalones sin mucho éxito. Axel luce más lucido pero ríe tan fuerte que sé que al menos se ha bebido botella y media de vino. Ivar necesita que lo arrastren hasta su cama. Casi se encuentra en calidad de bulto.

— ¡Hermanita! —grita Axel entre carcajadas bien fuertes que resuenan por todo el recibidor. Levanta los brazos como si me pidiese que lo abrazara, por lo que Ivar cae sobre los escalones muerto de la risa.

— Eres... el peor... amigo del mundo... —Ivar arrastra las palabras y ríe con muchas ganas.

Corro en su dirección.

«!Rayos!». Se ha golpeado la ceja con fuerza sobre el filo del escalón.

Lo giro y ahora noto como es que su ceja izquierda se abrió y la sangre le escurre por la sien. La herida no es profunda pero necesitara algo de alcohol y limpieza para cerrar correctamente.

— ¡Axel! Lo soltaste —lo reprendo por ser un borracho idiota. Axel se acuclilla para examinar la herida pero al ver que su amigo ríe con ganas él lo sigue con mucho ahínco. Parecen un par de cotorros imitando lo que hace el otro.

DRÁGONO. El sueño del dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora