CAPITULO 25 Axel

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Caminamos directo al palacio de justicia. Un pequeño cuartel que protege a la armada de Lombar y que resguarda a las cárceles por debajo. Ego los llama —"pasadizos sin salida en las cloacas de Lombar"—. Una zona prohibida para la mayoría de los ciudadanos y muy concurrida por los guardias, la administración y el regente.

Draco camina decididamente, con la frente en alto, no dice nada y tampoco quiero preguntarle. Desde que llegué a la clínica ha estado meditando mucho. La posibilidad de que esto se salga de control es elevada y la verdad no me gustaría importunarlo más de lo que ya está. La última vez que lo vi comportarse de esta manera casi termina peleando con un dragón rojo que bien podría arrancarle la tráquea para escupirla sobre el piso. Aunque sí hay algo nuevo, algo que no me detuve a observar.

Cuando llegué al consultorio —después de recibir el mensaje de un pequeño comisionado, dando respuesta a la incertidumbre de no saber en dónde estaba mi hermana—. Aprecié el retrato deformado de mi hermana gemela, postrada en una cama y cubierta de hematomas. Sus ojos, su nariz, cuello. Toda parte de piel a la vista tenía un daño que tardaría en sanar.

Mi amigo dormía con la cabeza recargada en la cama de sábanas blancas, misma que sostenía a mi hermana y la protegía de la frialdad de la estancia. Estaba pálido, ojeroso. Había sido una noche muy larga. Tomaba la mano de Elena con fuerza, tal vez tratando de hacerle ver que no se movería de su lado.

Después de todo sí eran buenos amigos.

Un guardia nos detiene en la entrada, Draco se presenta como el agresor de John Nero y pide ser llevado con el regente. El guardia saca su espada e intenta derribar a mi amigo, este se mueve tan rápido que el hombre cae de lleno al lodo, lo levanta por el cabello al tiempo que le ordena—: Llévame con el maldito regente o voy a hacer que te ahogues en el lodo —exige para después soltarlo, el hombre vuelve a estrellar la cara contra la tierra mojada y se incorpora tan pronto como puede.

— Tengo órdenes de apresarlo...

— Claro, claro... Y a mí me importa un carajo. ¡Llévame con el Regente!

Somos llevados al interior, el lugar es sobrio, lúgubre y huele a años de humedad acumulados en los muros. No resisto la necesidad de llevarme los dedos a las sienes, la tristeza y el enojo que vienen de los calabozos me es insoportable, las punzadas son intolerables. Hay muchos sentimientos negativos acumulados en el mismos lugar.

Recorremos un largo pasillo repleto de pinturas de los regentes que han establecido gobiernos duraderos dentro de estos muros; imponentes, importantes y con portes de nobleza. El pasillo nos lleva directamente al despacho del regente. El guardia entra antes para informar a su amo, haciéndonos permanecer a la espera de ese hombre. Minutos después, nos hacen pasar a una habitación tapizada de terciopelo rojo y manta, cuadros y pinturas cuelgan de los muros marcando hechos históricos, así como las banderas de Gale y Lombar. El escritorio de caoba al centro parece muy costoso y lo cubren papeles apilados en perfecto orden.

El regente nos observaba entornando una ceja. Es de cabello castaño claro, casi rubio, su piel está levemente bronceada, sus ojos grises marcan su origen y nacimiento, y porta un traje que parece pagar el sueldo de un mes a todo el personal de la villa. Todo en él despide ira y precaución, seguramente el guardia lo advirtió de mi amigo.

— ¿Realmente eres el agresor? —pregunta al tiempo que salen un par de sujetos de una puerta oculta en el muro, localizada a espaldas del regente. Son muy grandes y corpulentos.

— No le recomiendo que complique las cosas. He venido a entablar un acuerdo. Si sus hombres nos atacan puede que se me acabe la paciencia —habla Draco completamente tranquilo, aunque el tono que usa, desafiante y analítico, ya lo he escuchado antes, es la manera en que da a entender a su rival que no teme mostrarse tal cual es y que no dudará en pelear si es necesario—. Lo que vengo a decirle tendrá que ser en privado o me veré en la penosa necesidad de sacar a sus hombres por la fuerza. —El regente ríe con fuerza. Es lógico, un hombre que jamás ha visto un dragón en su vida y que además, por lógica, no tendría que haber uno en su forma humana hablando con él en su despacho. Nadie jamás se sentiría intimidado.

DRÁGONO. El sueño del dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora