Capítulo 24

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CAPÍTULO 24

Una casa de campo se alza frente a mí, modesta pero orgullosa, rodeada de hierba verde y grandes robles. Varias ovejas pastan tranquilamente alrededor, bajo un cielo gris lleno de nubes. Detrás de la casa hay un establo, vacío. Vacío.

Entro en la casa que parece estar vacía también, como si los dueños hubieran salido corriendo sin siquiera coger lo básico. La cocina está patas arriba, la mesa está llena de un montón de hierbas y cuencos aún llenos, y el fuego bajo la olla está casi consumido. Levanto la tapa para ver el contenido. Un guiso. No burbujea pero sigue estando caliente; quien sea no debe de haberse marchado hace mucho.

Un ruido proveniente de la planta de arriba llama mi atención. Subo por una pequeña escalera de madera hasta lo que parece ser la buhardilla. Acurrucada en un rincón hay una niña pequeña, de unos 11 o 12 años. Está llorando. Me acerco a ella para consolarla y veo que sujeta entre sus brazos un libro negro. Una nube se aleja dejando que el sol ilumine a la niña momentáneamente. Su cabello, que hasta ahora me parecía castaño, es pelirrojo. Como una hoguera.

La casa de campo es sustituida por una pequeña plaza de pueblo. En el centro hay una pira lista para arder. Muchos aldeanos se concentran alrededor, expectantes. La misma niña que se acurrucaba en la buhardilla  aparece en el centro de la multitud, sus ojos piden ayuda a gritos, pero nadie acude a socorrerla.

Una pareja es conducida a la pira y pronto le prenden fuego. La niña mira, con una mezcla de horror y fascinación, como arden. Pero la fascinación es sustituida pronto por el horror al reconocer los rostros de las personas. Las lágrimas vuelven a caer por sus mejillas y abre la boca para gritar; una mujer se la tapa.

Tus padres han sido imprudentes, Scarlett, y ahora pagan por ello. Pero no te preocupes, volverán a vivir, en otra vida y en otra época, pero volverán a vivir. Un simple fuego no puede con el alma de los brujos.

Scarlett lloraba. Había perdido a sus padres hacía ya mucho tiempo, había perdido a su tía unos cuantos meses atrás y ahora Héctor. Ya no le quedaba nada, solo ese estúpido libro que le regalaron sus padres cuando tuvo la edad para aprender magia. Todos sus problemas habían comenzado ahí. Todo por culpa de lo que era. Una bruja. Si no hubieran sido brujos, sus padres seguirían vivos, su tía seguiría viva y ella no sería bruja. Y si no fuera bruja Héctor seguiría vivo; estaría allí abrazándola, amándola, hasta que él tuviera que marcharse de vuelta a la Corte.

Pero todos estaban muertos. Y ella estaba sola llorando en algún lugar desconocido, perdida y enfadada. Estaba muy enfadada, sobre todo con ella misma. Y desde que sus padres murieron había dejado de usar la magia. Pero ahora la usaría, la usaría para destruirlos a todos.

Ella había renegado de lo que era y por eso el Adalid había decidido arrebatarle lo que más quería, lo único que poseía. Héctor. Y como él era humano todos en el Aquelarre lo apoyaron. Ya había habido suficientes cazas de brujas como para que ella provocara una, así que, ¿por qué no quitar de en medio al humano? Así no habría riesgo y le darían una lección a Scarlett.

Algo salió mal. Fatal. Héctor murió por protegerla aun sabiendo lo que era y ella consiguió escapar. Movieron cielo y tierra para encontrarla pero Scarlett ya estaba muy lejos, siguiendo la pista de algo que pudiera acabar con los brujos.

¿Por qué estoy viendo sus recuerdos?

Alza la copa y la derrama sobre Rory. Esto ya no es un recuerdo, es un sueño que le gustaría cumplir. Observa como arde llena de fascinación. Sé que nunca más sentirá horror al mirar una hoguera.

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