Capítulo 19

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CAPÍTULO 19

Cuando llego a casa mi madre me recibe con un abrazo.

̶            Has llegado muy pronto – dice.

̶            Me han traído en coche – respondo –. ¿Qué tal el viaje?

̶            Muy bien – mi madre sonríe, parece bastante cansada. Apuesto a que no ha dormido –. Conseguimos llegar a un acuerdo con la otra empresa.

̶            Genial. ¿Y papá? – ella se aparta un mechón de pelo rubio de la cara.

̶            Arriba. Está durmiendo así que no hagas mucho ruido.

̶            Jo, y yo que quería montar una fiesta esta tarde, ¿por qué siempre me estropeáis los planes? – digo consiguiendo que mi madre se ría.

̶            Mala suerte – contesta – ¿Quién te ha traído a casa?

Voy a la cocina y me sirvo un vaso de agua. Mi madre me sigue y se sienta en una de las sillas que hay alrededor de la mesa. Tardo el mayor tiempo posible en beberme el agua. No quiero contestar la pregunta, sé que si lo hago me veré envuelta en un interrogatorio al estilo madre sobreprotectora.

̶            Nathan – dejo el vaso en la encimera y miro a mi madre. Sus ojos de un gris verdoso parecen bastante confundidos.

̶            ¿No fue ese el chico que se metió contigo en educación física? – mi madre no suele ser buena para recordar los nombres de mis amigos. Todavía confunde a Lily con Becky y llama a Paula Laura y a Kevin Jerry. “¿Dónde se han metido Tom y Jerry hoy?” pregunta cuando quedamos sólo las chicas. Pero el nombre de Nathan sí que lo ha recordado. Suspiro.

̶            Sí – afirmo –. Vive a unas cuantas casas de la nuestra, en la casa vieja.

̶            ¿Y ahora os lleváis bien? – no pienso contarle que Nate y yo somos algo así como almas gemelas y que él intenta hacer que le odie tratándome mal cuando le da la gana.

̶            Sí – me limito a decir otra vez –. Voy a hacer los deberes.

Y así me escaqueo de mi madre y su interrogatorio, aunque volverá a preguntar por Nate, estoy segura.

***

El chico de ojos de hielo está profundamente dormido en su cama. El muy imbécil se ha dejado la lamparita encendida, lo que me facilita el trabajo. Seguro que la estúpida se pararía para mirar como duerme. Pero yo no soy la estúpida, soy yo, y ahora ella está dormida y el maldito hechizo que me obliga a permanecer quietecita en su interior mientras ella está consciente no funciona.

Camino con cuidado por la habitación más desordenada que he visto jamás. Tropiezo con un zapato, pero no creo que él lo oiga y si se despierta no me verá, dudo que sepa quien soy. Miro debajo de las libretas y papeles del escritorio y ahí está. No podría haber sido más fácil encontrarlo. Mi libro. Lo abro para asegurarme de que realmente es el mío, no el de él. No cometeré el mismo error que la estúpida.

Paso las páginas amarillentas y frágiles. Recuerdo la primera vez que lo tuve en mis manos, en blanco, vacío, listo para ser escrito. Tan solo tenía 9 años, aún no había empezado a odiar lo que era, a odiar lo que soy. Cojo el libro triunfante. He recuperado lo que es mío. Lo único que me queda de aquella vida.

̶            Deja eso donde estaba – ella está apoyada en el marco de la puerta. Tiene los mismos ojos de hielo que su hijo, pero su pelo es de plata, no chocolate.

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