La Pequeña Brisa.

54 4 0
                                    

De la nada misma, nació la pequeña brisa. Esta rápidamente comenzó a dar sus primeros pasos apresurados en la Ciudad Diamante.

Rodeando un árbol, pudo observar una hoja amarillenta que yacía en el sendero de concreto de la plaza.

La observó un tiempo. Y sin más, la tomó y se la llevó consigo.

No pidió permiso al universo ni a su antiguo dueño, el árbol. Solo se hizo de ella y ella se unió a la brisa.

Recorrieron las calles frías y solitarias de los martes por la madrugada. Recorrieron los parques bajo el sol cálido de los sábados por la tarde. Recorrieron las fuentes de agua de un jueves por la mañana.

Mientras más tiempo pasaban, más se unían.

Para cuando el otoño regresó, la pequeña brisa notó que su compañera estaba casi desecha.

Su color amarillo había desaparecido hacía ya un tiempo y la reemplazaba un color marrón oscuro. Tenía que llevarla con suma delicadeza, ya que se podía llegar a desarmar por completo

¿Qué había hecho mal la brisa? ¿Por qué su compañera se encontraba tan delicada? ¿La había maltratado?

Insistió en seguir llevándola consigo a como diera lugar, hasta que lo poco que quedaba de ella, se resquebrajó hasta desaparecer.

La pequeña brisa sintió un vacío en sí misma. Una parte que ya consideraba suya, había muerto.

Entró en pánico. Si ya no tenía compañera ¿Para qué existía? ¿Cuál era su fin?

En plena crisis de existencia y sin pensarlo demasiado, actuó en plena desesperación. Tomó consigo la primera hoja que halló en el suelo y re-emprendió el viaje.

Al principio, la llevaba lentamente y con sumo cuidado. Pero al ver que la hoja era resistente, regresó a su andar veloz y apresurado.

Un nuevo estilo de vida se presentó en ella. No volvería a cuidar de la existencia de nadie, más que de sí misma.

Y volvió, nuevamente acompañada. A recorrer cada esquina, cada parque, cada rincón de toda la gran Ciudad Diamante.

Llegando la primavera, la hoja comenzó a mostrar un desgaste. La brisa al descubrir esto, no se lo pensó dos veces. Y en pleno viaje, la arrojó y abandonó en la Calle Utopía.

Divisó otra hoja cerca de la gasolinera. Esta era roja y estaba sola. Como era distinta a las demás, la tomó y se la llevó consigo.

A finales de ese verano, su compañera ya había perdido su color rojizo. Mientras que el amarillo hacia su aparición. Nuevamente al descubrir este cambio, no se resistió. Y decidió abandonarla en la fuente céntrica.

Observó una hoja pequeña de un arbusto. Esta era más verde que cualquier otra que hubiese observado anteriormente. Pero esta todavía pertenecía al arbusto.

La brisa tomó impulso y con su gran fuerza, pudo separarla y llevársela consigo.

Y así continuó. Día tras día, mes a mes, estación a estación.

Se volvió egoísta y egocéntrica, siempre estaba ella primero.

Recorrió mil y un veces la Ciudad Diamante. Vivió un sinfín de experiencias irrepetibles. Creo mil y un recuerdos. Tuvo innumerables compañeras.

Pero como todos saben, las experiencias forman el desgaste. El desgaste forma la sabiduría. Y esta última siempre te lleva a cuestionar todo lo ya vivido.

Regresó a visitar al árbol de donde había nacido su primera compañera. Y la nostalgia invadió todo su ser.

Recordó sus primeros pasos con ella, sus primeros viajes y sus primeras anécdotas. Recordó cuando su compañera envejeció, perdió su textura y color. Recordó los cuidados que tomó con ella y también cuando la perdió por completo.

Llena de tristeza, se quedó contemplando y reflexionando sobre todo lo sucedido.

Su vida había sido larga, pero ¿Debía ser así?

¿Cuánto tiempo debe vivir una brisa? ¿Cuál era su objetivo en la vida?

En plena meditación, observó como una hoja amarillenta se desprendía de una punta de la rama. Esta era muy parecida a su primera compañera.

Con rapidez se acercó y la tomó antes de que tocase el suelo. La observó, tocó su textura y probó su resistencia. Era idéntica a su primera compañera.

Lo que era tristeza, se transformó en una profunda alegría.

Y así, la brisa llevó de viaje a la hoja.

Le enseñó todo lo que había observado, le contó todas sus historias de viajes, le advirtió sobre todos los secretos de la gran ciudad y le habló sobre sus profundos sentimientos.

Ambas se unieron en armonía, se transformaron en un solo ser. Nuevamente la brisa había vuelto a sentir ese sentimiento de pertenencia que había perdido.

Mas así, el tiempo se había enamorado de la brisa, ya que ella nunca se veía afectado por su poder. Pero esta siempre lo había ignorado. Por esto mismo, había estado actuando en despecho. Se había dedicado a envejecer a sus compañeras para llamar su atención.

Nuevamente, no ignoró la felicidad de estos dos. Y quiso entrometerse una vez más entre ellos.

Aunque la brisa no sintió el ataque, su compañera sí.

Nuevamente, las manchas marrones hicieron estragos en la textura de la hoja. La brisa, al detectar esto, hizo silencio y bajó la velocidad e intensidad del viaje.

El tiempo, al ver que la brisa seguía insistiendo, volvió a atacar. Automáticamente, la compañera de viaje comenzó a desarmarse de a poco.

La brisa nuevamente hizo silencio. Y bajó la intensidad de su fuerza, ya casi parecía un suspiro.

El tiempo al ver que no se rendía, volvió a atacar por última vez a su compañera. Esta, ya casi completamente seca, perdió la mitad de su cuerpo.

La brisa detuvo su andar por completo. Bajó a la hoja al suelo por unos instantes, y comprendió la situación.

Entendió, que tal vez nunca más volvería a encontrar una compañera así. Ya había tenido suerte una vez y no creía volver a tenerla.

Su vida se había extendido demasiado, mucho para su comprensión.

Ya estaba lista, ya había tomado una decisión.

Tomó valentía y tomó fuerzas desde dentro.

Grotescamente, tomó a la hoja y se dirigieron lo más alto que pudieron.

La hoja fue perdiendo lo poco que le quedaba, mientras sus partes se iban desarmando. Pero la brisa, con la fuerza que ejercía, se las llevaba consigo.

Su compañera se desarmó, no quedo nada más en ella.

Esta vez, la brisa no la abandonó, se unió a su desaparición.

Porque ella amaba a su compañera y ya no quería separarse.

Reflexiones Solitarias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora