Nadie me avisó como sería todo. Y de todas formas acepté.
Acepté con cautela, con más dudas que determinación.
Me arrojé al abismo a ciegas, sin nada que me sujetase.
Caí, como todos caen.
Me golpeé, como todos se golpean.
Me desesperé, como todos se desesperan.
Me asusté, como todos se asustan.
Pero al final se podía percibir un calor. Un calor que iba en aumento.
La fría obscuridad perdía fuerza.
Y un gran rayo de esperanza, partía en dos el abismo.
Me dejé llenar de aquella luminiscencia.
Y ella me demostró que no me equivocaba.
Llenó de fe y de esperanza mi corazón.
Alivió todos mis dolores.
Espantó mis miedos.
Nos unimos entre nosotros y dejó al descubierto mi yo oculto.
Aquél ser temeroso, aquél que no conocía su potencial.
Aquél que por comodidad se ocultaba entre las sombras.
Aquél ya no tenía excusas, tuvo que dar la cara.
Y lo hizo esplendorosamente, como si hubiese estado esperando por mucho tiempo.
Se alzó con autoestima e impuso respeto.
Dejó de lado las modestias y tomó lo que era suyo.
Se escapó de la cueva, conoció lo que era vivir.
Uno no puede volver a encerrar a un pájaro que ha conocido la libertad.
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Reflexiones Solitarias.
AcakMil y un hojas tengo esparcidas en toda mi habitación. Hojas que cuentan historias, hojas que son cartas sin enviar, hojas que son simples reflexiones o intentos de poesías. Llevan conmigo más de 10 años y mientras más pasa el tiempo, más hojas se...