1. Silencio Agradable

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Aquella noche estaba en casa con Estela, mi mejor amiga. Ella estaba en la cocina calentando en el viejo y estropeado microondas un trozo de tortilla que había sobrado de ese medio día.

Después de pasar dos horas poniéndonos aquello que se dice "lo primero que he pillado del armario" vimos una serie cutre mientras hacíamos tiempo para ir a la fiesta de cumpleaños de Raúl. Y entonces sucedió, alguien llamó al timbre.

― Hola, Luna. ¿Está tu hermano en casa? ― Lo que faltaba..., la exnovia de mi hermano mayor, David, había venido para suplicarme, una vez más, que le dijese a este que volviera con ella.

Era la tercera vez en un día que pasaba por aquí y la novena esta semana.

― No, no está. ― me limité a decir. ― ¿Quieres que le diga que has estado aquí?

Negó con la cabeza varias veces.

― Bueno, ya nos veremos en el instituto... ― dijo antes de que le cerrara la puerta en las narices.

Me sentía mal por ella, aunque se lo tenía merecido. Mi hermano la dejó porque la vio besarse con otro chico media hora después de que ellos, (mi hermano y ella) estuvieran juntos. Él, por su puesto, entró en cólera y montó un pollo en medio de la plaza.

Sandra, su ex, no es que me cayese mal, simplemente que nunca tuvimos la oportunidad de conocernos mejor. Cuando venía a casa tan solo cruzábamos algún saludo.

Estaba en el sofá escuchando la televisión cuando el móvil de Estela me sobresaltó. Empezó a parlotear y al cabo de cinco largos minutos se giró, a la vez que colgaba y me dijo:

― Raúl está en la puerta con unos amigos suyos. Nos lleva él, por lo que coge el bolso.

― De acuerdo. ― dije con pesarosa.

Me miré en el espejo de la entrada por última vez antes de salir. Vi el reflejo de una chica de dieciséis años muy orgullosa de sí misma aunque simpática y por lo que decían bastante divertida. Era muy estudiosa y responsable. Me encantaba el color de mis ojos, chocolate con leche, y adoraba mi pelo lacio y largo hasta la mitad de la cintura pero no me consideraba, para nada, vanidosa.

Subimos en el coche de Raúl y nos dirigimos a un viejo café en la calle del instituto. Ese lugar era pequeño y acogedor, solo tenía cuatro mesas con dos sillas cada una. Había dos viejos ordenadores al fondo con una impresora sin tinta y una pequeña papelera metálica.

Nos sentamos en una mesa y cogimos cinco sillas, una para cada uno.

― ¿Jugamos a prueba o verdad? ― propuso un chico llamado Adam. ― Será divertido.

Empezamos a jugar y era entretenido, hasta que me tocó a mí.

― Luna... ― empezó Raúl con una risita maliciosa. ― ¿Cuántos novios has tenido?

Me crucé de brazos y arqueé una ceja. ¿De veras?

― Nunca he tenido novio. ― respondí con orgullo. ― ¿Y tú?

Raúl se quedó pasmado y los demás cuchicheaban.

― Eso no es de tu incumbencia. ― dijo intentando cambiar de tema.

La verdad es que yo jamás había tenido un novio formal. Nunca había conocido a ningún chico que me hiciera sentir especial, ni que consiguiera que sintiese esas famosas mariposillas en estómago o que me quedase embobada con su sonrisa...

Finalmente pagamos las bebidas y nos fuimos a casa de Raúl.

Se sabía que era su casa por las luces y la gente que había en la puerta haciendo cola. La gente estaba empezando a despertarse de su siesta.

¿CASUALIDAD O DESTINO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora