8. Daño Irreparable

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Hice la cama en un momento y fui a la cocina a prepárame algo de comer. Abrí la nevera y cogí dos yogures de fresa y los puse en un bol. Removí hasta que quedase líquido y lo metí de nuevo en la nevera por media hora junto unos trocitos de cereza.

Al pasar el tiempo requerido me lo comí.

Si, era una tontería ensuciar para una estupidez pero a mí me gustaba el modo de como lo hacía. Al final, sobre las once despertó Esme con dolor de cabeza y dolor de espalda. Por lo que decidimos no ir a la excursión. No al menos nosotras dos. El que Esme no se encontrase bien me sirvió de excusa aunque no estaba bien aprovecharse de los demás...

Me puse mis cascos y puse la primera canción que pillé del móvil e inconscientemente empecé a cantar. Cuando la canción acabó llamaron a la puerta. Me levanté del sofá para abrir y al hacerlo me arrepentí, allí estaba él.

― ¿Qué? ― pregunté fría y cortante.

― ¿Puedo pasar?

― Es tu casa, haz lo que quieras. ― soné más fría aún.

Entró en casa y se sentó en el sofá. Se hizo el silencio hasta que finalmente se dispuso a decir.

― Tenemos que hablar. ― sonaba serio y firme. ― Es muy importante Luna.

― Habla. ― dije fríamente.

― Sé que eres mi hija, te vi ayer junto a David... Quiero que vengáis vivir conmigo a Benidorm.

― ¿Qué? ― dije atónita. ― No pienso dejar mi vida porque tú me lo pidas.

Salí por la puerta y fui corriendo montaña abajo. No tardé mucho en llegar al pueblo. No tenía nada, no había cogido dinero ni el teléfono móvil.

Una vez llegué al pueblo estuve vagando por la zona sin tener rumbo fijo. Me paré en un escaparate y vi aquellas bambas que había estado buscando por todos lados. Tenían que ser mías, así que no lo pensé dos veces y entre.

― Hola. ¿En qué puedo ayudarte joven? ― dijo una mujer de sesenta y pocos.

― Verá esas zapatillas. ― dije señalando el escaparate. ― Me gustaría comprarlas pero ahora mismo no tengo el dinero aquí, ¿me las puede reservar? Voy ahora a casa y vuelvo, enserio.

Finalmente la anciana accedió a guardármelas.

Continué andando hasta encontrarme con unos preciosos ojazos grises que automáticamente me recordó a...

― ¿Bruno?

― Creo que te equivocas... ― dijo el chico.

― Oh, lo siento...

Juraría que era él.

¡Luna! ¡Quítate esa obsesión!

Me giré y salí corriendo hacía el bosque con sus marcados senderos de tierra. No tardé mucho en llegar a casa, solo media hora larga, nada más (que se me pasó corriendo pensando en las zapatillas).

― Hola.

― Hola Lu. ― me saludó desviando la vista de la pantalla del televisor. ― He hablado con el dueño de la casa... ― suspiré. ― Dice que tu madre le dijo que fallecisteis en un accidente de tráfico. Que solo tenía Facebook y e-mail por vosotros. Compró esta casa para teneros más cerca y que no tengáis que ir siempre a Ibiza... Y grabó esa frase en la chimenea para poder quemar el dolor... Ha dejado este número. ― dijo señalando a un número escrito en un pequeño papel pegado en la nevera. ― Por si cambias de idea y quieres hablar con él.

¿CASUALIDAD O DESTINO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora