10. Especial

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Nos sentamos en el sofá y pasó una de sus suaves manos por mi cintura.

― ¿Y qué tal esa semana de vacaciones?

Suspiré. No le había explicado nada de mi padre, ni siquiera yo sabía realmente lo que había sucedido... David y yo evitábamos a mi madre siempre que podíamos, yo tenía la excusa perfecta para escaquearme pero David debía quedarse reposando por las heridas y contusiones que tenía en su cuerpo, por suerte su amigo Kevin y su novia Sandra estaban pululando por la casa constantemente. Y por suerte mi madre lo comprendía y nos dejaba nuestro espacio. No la odiábamos pero estábamos decepcionados por ello. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre semejante estupidez?

― Estuvo bien... ― murmuré. ― Conocimos gente nueva y si no me equivoco, mi amiga Esmeralda, está hablando continuamente con un chico de allí...

Reímos. Él no la conocía pero le había hablado de ella en varias ocasiones anteriormente.

― ¿Y qué hicisteis?

― Bueno, vimos el pueblo, cenamos en algunos restaurantes y compramos algo de ropa. ― suspiré. ― También vi a mi padre. ― solté así; como si nada.

Se quedó estupefacto. Pocas veces le mencionaba y él lo sabía.

― ¿Y cómo estás? ― fue lo único que supo preguntar.

― Bien. ― mentí. ― Estupendamente.

Me abrazó fuerte y me susurró al oído.

― Seremos fuertes, ¿vale?

― Vale. ― respondí.

Tenía que odiarle por no ir al supuesto funeral porque si no le odiaba a él tenía que odiarme a mí misma y pensaba que yo merecía algo mejor.

Una lágrima salía de mis ojos chocolates y corrió hasta la comisura de mi boca que, inmediatamente fue retirada por la boca del chico de pelo azabache de ojos celestes.

― Tranquila. ― dijo con un hilo de voz.

Suspiré y me abrazó más fuerte. Me sentí segura y protegida, la princesa de un cuento de hadas.

Cuando entramos a la cocina a por algo de comer los vilos a los dos llorando a moco tendido. David secándose las lágrimas y Sandra llorando como una magdalena y temblando.

― ¿Qué le has hecho ya a la Sandra chiquillo? ― pregunté sacando mi lado andaluz.

― Tranquila, no es nada... ― musitó David. ― Me voy a Estados Unidos un tiempo.

Suspiré.

Que susto...

― Ah, pero eso está bien, ¿no? ― preguntó mi novio confuso.

― Se va con los yonkis antes de estar con su novia... ― siseó Sandra con enfado.

― Yanquis... ― le corregí en voz baja.

Mi pareja no pudo contenerse y rio por la bajo, cosa que a Sandra le sentó mal.

― Mocoso insensible... ― musitó ella.

Suspiré.

― Hay una compañía discográfica que me escuchó cantar en un video de internet... Hice una prueba por teléfono y dijeron que querían hacerme un casting. Vinieron aquí a casa hace unos días y me cogieron. Me dijeron que iba a poder grabar un disco y que...He de irme allí al menos dos años. ― explicó.

La situación me superaba por lo que me encerré en mi habitación como cuando era niña. Recordé aquel extraño sueño en el que mi hermano y yo éramos los personajes ficticios de un cuento popular y eran abandonados por su padre.

Y ahora Grettel es abandonada por su hermano...

¿Que se suponía que quería decir aquello? El primer sueño extraño lo entendía, reflejaba el hecho de que mi padre me abandonase junto a mi hermano y todo aquello pero lo segundo... Era raro, no pensaba que fuera común. Un laberinto, una serpiente, el grito de una niña y la muerte...

Cerré los ojos de nuevo intentando olvidar aquello y sentí una fría mano posarse en mi hombro. No hice caso, seguí con los ojos cerrados pero el corazón latiéndome a mil por el nerviosismo de saber quién me estaba tocando.

No aguanté más y me tuve que girar para encontrarme con esos ojos tan bonitos...

Esos penetrantes ojos de mirada gélida, con su pelo rubio y su sonrisa burlona...

― ¿Cómo has entrado? ― pregunté sorprendida.

― ¿Por la puerta?

Suspiré.

Idiota...

― ¿Qué haces aquí? ― insistí.

― ¿Es esto un interrogatorio? ― murmuró él mirando las fotos, de cuando era pequeña, colgadas en un cocho en la pared.

― Venía a ver a tu hermano. ― musitó. ― Y cuando tu novio se iba yo estaba llamado a la puerta. Tu hermano ha pedido pizza.

Bruno se quedó a cenar y cuando se fue caminé hasta el puente de Triana; necesitaba pensar. Cuando volví me metí en la cama maldiciendo al vecino y a su guitarra.

Y sin más demora dejé mi mente vagar por los confines de mi subconsciente hasta quedar dormida.

Seguía en el laberinto aquel que me ponía los pelos de punta. Dejé allí a aquella niñita y seguí caminando durante una larga media hora. Todo seguía negro y no se escuchaba nada, ya ni los búhos. No tenía miedo, sentía angustia y un enorme nudo en mi garganta. Finalmente, a lo lejos, divisé una pequeña ventana en un lado de los pasadizos del laberinto de ese animal tan astuto. El marco era blanco y no tenía cristales. Y, aunque era pequeño, era fácil de atravesar.

Al traspasarlo me arrepentí, sentí como una fuerza tiraba de mí hacia arriba pero todo era negro y no podía ver lo que era, pero estaba segura que eso no eran unas manos.

Finalmente me encontraba en una sala llena de espejos. En todos me veía reflejada, con mi pelo azabache con un moño enmarañado y mal hecho, con mis botines negros, mis pantalones cortos blancos con tachuelas y mi blusa rosa neón.

Anduve entre ellos y finalmente vi dos reflejos sorprendentes; Dani bailando con migo con ropa de una época más antigua y en el otro espejo estaba Bruno conmigo bailando igual y también, con ropa anticuada.

De pronto todo se vuelve negro y a los dos segundo vuelve a verse nítido pero, esta vez, todos los espejos menos esos dos han desaparecido y en lugar de espejos hay un enorme zorro.

― Escoge uno. ― me ordena.

Automáticamente escogí el de Dani. Cuando señalo tal espejo vuelvo a sentir esa fuerza tirar de mí y me encontraba en la montaña, en la misma montaña en la que me había "re-encontrado" con mi padre. Lo sabía porque a lo lejos vi la casa y enfrente mío se encontraba el zorro estirado sobre una piedra.

Bajé al salón para encontrarme con David y Sandra dormidos abrazados en el sofá. No lo dudé y cogí la manta blanca que había en el respaldo el sofá y con sumo cuidado de no despertarles les tapé.

Después de llorar por escasos minutos pensando en Bruno, pensé en que realmente con quién más discutía era con quién mejor me lo pasaba, con quién más me reía y disfrutaba del momento. Dani era cariñoso y atento, Bruno era inquieto y algo egocéntrico. Pero de todos modos ambos, a su modo, me hacían sentir especial.

¿CASUALIDAD O DESTINO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora