Cuando bajé a desayunar allí estaba él, con su preciosa sonrisa de las que enamoran y sus preciosos ojos azul cielo. ¿Qué hacía allí? Y lo más importante, ¿por qué se estaba comiendo mis magdalenas?
― ¿Por qué te estas comiendo mis magdalenas? ― río a carcajadas ante mi estúpida pregunta. ― No le veo la gracia.
Me crucé de brazos sobre el pecho y lo desafié con la mirada.
― He venido a ver como estabas y tu madre me dijo que aún estabas durmiendo y que esperase aquí hasta que te levantases si no tenía ningún inconveniente. Así que acepté. ― me explicó encogiéndose de hombros. ― Ya me marcho...
Vamos, ¡detenlo!
― ¡No! ― exclamé alarmada. ― Quédate. ― le pedí. ― Pero... explícame una cosa.
― Dime.
― ¿Qué haces comiéndote mis magdalenas? ― le pregunté.
Se encogió de hombros e hizo pucheros.
― Tú madre mencionó que si tenía hambre que cogiera algo de ese armarito. ― dijo señalando un armarito de color blanco. ― Aún quedan.
Cuando me disponía a abrir el frigorífico y saqué el zumo de naranja, (recién exprimido por mí hermano).
Noté que me miraba con ¿dulzura?, sí, dulzura, esa es la palabra exacta.
Escuché que alguien llamaba a la puerta y fui a ver quién era. Desgraciadamente allí estaba otra vez, Sandra, con sus lágrimas de cocodrilo y su moño medio hacer.
― Hola, Luna. ― me saludó con una tímida sonrisa. ― ¿Está en casa? ― su voz temblaba por lo que me limité a negar con la cabeza. ― ¿Sabes cuándo volverá?
― La semana que viene. ― mentira.
Nunca se me había dado muy bien el arte de mentir, siempre acababa riéndome y otras veces el tic en la ceja me delataba. Pero había momentos, como ese, en los que la gente no sabía anda sobre lo mal que se me daba engañar por lo que supuse que se lo tragó (con patatas fritas).
Se alejó del umbral de la puerta sin despedirse.
Será mal educada...
Cuando la vi lo suficiente lejos como para perderla de vista cerré la puerta con cuidado de no despertar a Dani, que seguía durmiendo tranquilamente en mi sofá.
Me lo encontré dormido en el sofá viendo las noticias así que apagué la televisión y le dejé dormir mientras que yo hacía la comida. Nada complicado, unos macarrones. Teniendo en cuenta que, mamá comía con sus amigas de las clases de salsa y David se había ido esa mañana a las ocho con su mejor amigo a pasar ocho días a Mairena de Aljarafe, en la casa familiar de Kevin.
― ¿Cuánto he dormido? ― me sobresalté. ― ¿Por qué no me has despertado?
Te veías muy mono...
― No sé, pensé que sería mejor dejarte dormir un poco. Media hora, tres cuartos... ― forcé una sonrisa. ― ¿Cuánto hace que no duermes bien?
Sé pensó bien lo que me iba a responder y dijo algo que me sorprendió realmente:
― Desde que te conozco, la noche que fuimos al puente, luego en el hospital no quería alejarme de ti y hoy... bueno, tenía ganas de verte.
Me sonrojé y no fue hasta que escuché el agua hervir que desvié la mirada de esas dos preciosas gemas que tenía como ojos.
― Te quiero. ― me susurró al oído cuando me giré para añadir la pasta al agua.
ESTÁS LEYENDO
¿CASUALIDAD O DESTINO?
Teen FictionLuna es una joven de diecisiete años que vive feliz en el barrio de Triana. Allí conocerá a Dani, quién marcará un antes y un después en su vida. Por otro lado recordará quién fue realmente su primer amor además de aprender a distinguir entre los su...