7. El Propietario

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Al entrar la casa era preciosa y perfecta, tenía una gran chimenea, pero no pensábamos en utilizarla ya que estábamos casi en agosto, pero eso era la montaña y nunca se sabía.

Nos instalamos perfectamente en las habitaciones. Esmeralda se quedó en la más pequeña, o al menos que se veía porque eran iguales. Una, el armario era más grande y no había escritorio y en el otro el armario era más chiquito pero sí que había un gran escritorio. Por las camas se podía ver que una era de matrimonio y la otra era una litera. Aparentaba ser una casa para 4 personas, una casa familiar, los padres en un cuarto y los niños en otra.

En principio íbamos a dormir las dos en un cuarto, con las literas pero al final de todo yo me quedé la de las literas porque, aunque el armario era más pequeño, el escritorio me iba a ir bien si quería terminar la redacción de literatura.

De pronto me vino la imagen de mi padre, mi madre, mi hermano y yo viviendo en esa casa.

Habría sido perfecto.

Escuché como la puerta de madera de roble se abría y entraba un hombre alto, de pelo azabache de ojos avellana. Apestaba ha alcohol e iba fumando. Ese debía ser el propietario de este lugar.

― Buenos días. ¿Es usted el dueño? ― la voz de Esmeralda era dulce y agradable.

― Sí. ― gruñó el hombre. Me sonaba demasiado, pero no sabía de por qué. ― ¿Tenéis la guita?

― Claro, toma. ― musité entregándole el sobre con los doscientos pavos.

― ¿Cómo os llamáis?

Esmeralda no dejaba de moverse por el salón y me estaba poniendo nerviosa.

― Luna Fernández y ella es Esmeralda Lobo. ― dije señalando a mi amiga.

Frunció el ceño de tal forma que parecía que se había convertido en uniceja.

― ¿Fernández? ― asentí ante su pregunta.

― Que casualidad. ― siseó. ― Yo también me apellido Fernández.

Será que no hay Fernández por el mundo...

― Ya... ¿Está insinuando algo? ― pregunté incómoda.

Suspiró y se sentó en el sofá.

― Me recuerdas mucho a mi difunda hija... ― miraba al vacío. ― Siempre imaginé que sería como tú, así de bonitos ojos chocolate, pelo largo... Pero por desgracia murió. De niña llevaba el pelo corto y decía que loquería largo para ser una princesa, soñaba con vivir en un castillo y ser la princesa de la torre y que un príncipe con un hermoso corcel blanco la fuera a rescatar.

Me quedé muy sorprendida, en shock.

Me sentí muy identificada con esa niña, yo de chiquilla imaginaba lo mismo.

Esmeralda se acercó a mí y me miró de una forma extraña.

― ¿Cómo se llamaba? ― se atrevió a preguntar.

― Luna. ― suspiró. ― Tenía un hermano mayor, David. Eran los soles de mi vida.

Sentí como me fallaban las piernas y que en cualquier momento me daría un síncope.

Cuando el hombre se marchó me senté en la litera y enterré el rostro en la almohada. ¿Era él realmente?

De todos las montañas del mundo, de todas las casas en medio del ninguna parte, de todo en este mundo teníamos que ir a esa casa.

― ¿Luna? ¿Te preparo una tila?

― No, estoy bien. ― mentí. ― Venga, terminemos de acomodar todo y salgamos a dar una vuelta.

¿CASUALIDAD O DESTINO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora