La semejanza de nuestra sangre

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La mujer que se hacía llamar mi madre estaba reposando en el suelo sin embargo esta vez no era la típica siesta accidental que ella tomaba, no claro que no, su rostro no era el mismo que esos días, es más ni siquiera parecía un rostro sino tenía el aspecto a la carne molida que ella solía traer cuando regresaba a casa de su salida con Harold el carnicero hediondo.

- ¿Ahora quién se parece a un monstruo? ¿Eh mamá?- Le pregunté a la masa de carne que estaba en el suelo. Obviamente no esperé ni una respuesta.

No tenía ni idea de lo que sucedió pero una cosa era segura, no estaba triste y tampoco me sentía mal para ser honesto sentí un alivio porque entendí que ya no regresarán sus golpes o eso pensé.

- Oh hijo mío, ahora sí parecemos parientes. Mira como me dejaste, deforme al igual que tú.

Ella empezó a reírse, primero una risita y luego a una risa muy escandalosa que podría escucharse por toda la casa. Seguido comenzó a levantarse con dificultad y cuando logró estar de pie caminó torpemente hasta mí. El miedo me había invadido por completo, siempre que ella se me acercaba me daba terror y ahora que su piel colgaba y hasta ciertas cosas caían de su cuerpo me provocaba más que pánico, mi sangre se había helado, mis piernas no respondían y las manos me temblaban. En el preciso momento en que ella levantó la mano para liberar un golpe por instinto cubrí mi cabeza con mis brazos y antes de sentir el impacto unos fuertes golpes se escucharon en la puerta principal, y luego de eso nada más ocurrió.

No sentí la pesada mano de mi madre golpeándome y cuando bajé las manos a ver el porqué noté que ella seguía en el suelo en la misma posición, seguía siendo la misma masa de carne inmóvil, en el mismo lugar donde la vi por primera vez este día. Mi corazón latía tan fuerte que era posible que saliera saltando de mi pecho, no comprendía nada de lo que había ocurrido y por mis intentos de intentar comprender lo que pasó olvidé los golpes de la puerta pero estos regresaron a recordarme que había otro asunto que atender. Me dirigí a la puerta pero antes de llevar mi mano al picaporte miré hacia atrás donde estaba mi madre y no había señal que se había movido.

- ¡Niño soy yo Kaled! ¡Abre la puerta!

Oh no, era el mismo muchacho necio que hace poco conocí, si antes él era un problema ahora es peor. Sentí la necesidad de ocultar a mi madre, no deseaba que ese muchacho terco la viera ¿qué cara pondría al ver lo que le hice? No lo sé pero tengo un presentimiento que no será nada bonito y quiero evitar darle el mal gusto de ver a una señora con la cara completamente irreconocible.

Volví mi vista al frente y apenas abrí la puerta mostrando menos de la mitad de mi cabeza, lo primero que visualicé era esa sonrisa muy característica de él ¿cómo hace para sonreír así siempre? Quisiera aprender de él.

- Espera, solo necesito tiempo y te atenderé y te suplico que ni se te ocurra entrar. Cosas malas podrían sucederte.- Le advertí sin perder tiempo.

- ¡Qué grata manera de recibirme niño! Un simple "hola" es suficiente.

Ignoré su comentario y le cerré la puerta en la cara, lo hice por su bien. Él no debe meterse en asuntos que no le pertenece, él nunca debió toparse conmigo, él no debía de estar aquí.

Bastardo Sin ReflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora