Capítulo 16

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—Eri, ¿tienes un momento?—Preguntó la madre de Eri después de tocar la puerta y abrirla, encontrando a su hija en planes de ponerse las botas para salir de la mansión—¿A dónde vas tan guapa? Ah no espera, mi hija siempre ha sido guapa—

Eri río y termino de amarrar las agujetas de las botas con tacón.

—Un amigo me invitó a patinar, ¿en que te puedo ayudar, mamá?—

La madre de Eri dio unos pasos dentro de la habitación y dejó al lado de su hija una caja de color dorado con un moño rojo.

Eri miró la caja y después a su madre.

—Es una pena que tú padre, Yori y yo no podamos estar para tu cumpleaños, pero creo que con esto yo compenso el hecho de no estar presente—

Un deje de tristeza pasó por el rostro de Eri, tomó la caja en sus manos y levantó la tapa para encontrarse con un objeto de su pasado que siempre había querido.

Un brazalete con siete campanillas de invierno hechas de oro con diamantes no más grandes que la uña de su dedo pequeño se encontraba dentro de la caja. Eri recordó la primera vez que lo había visto en el escaparate de una joyería francesa junto a su hermano. Yoichi le había prometido que cuando cumplirá la mayoría de edad se la daría, pero con todo lo del accidente, las competencias y el nacimiento de Yori a Eri se le había olvidado por completo el hecho de que le había comprado esa pulsera.

—Yoi siempre la llevaba en su auto como el constante recuerdo de la promesa que te había hecho y como ambuleto de la buena suerte. Después del accidente solo fue posible recuperarla gracias a que Yoi metió la caja donde estaba la pulsera en su casco y la aventó lejos del fuego antes de perder la vida—

Aunque las palabras de su madre habían sonado suave, Eri sabía que le costaba hablar sobre Yoichi.

—Gracias mamá, por guardar esto por Yoi y recordar que me prometió regalarmela en mi cumpleaños número diesinueve—

Madre e hija se dieron un abrazo y este fue cortado por el sonido del timbre de la mansión.

—Han llegado por ti, ve y diviértete, mi bendición—

Eri le dio un beso en la mejilla a su madre a antes de salir de su habitación.

Eri recorrió los pasillos de la mansión en busca de la puerta principal y justo pasando por la sala de estar del segundo piso hoyo como su padre carraspeaba, una clara orden de que se detuviera a responder una pregunta.

—¿Quien es y a dónde vas?—

Eri asomó la cabeza por el marco de la puerta y vio como su padre bajó el periódico para verla a los ojos.

—Voy con un amigo a patinar—

Eri espero respuesta de su padre. El hombre solo se quedó callado y volvió a subir el periódico.

—Vayan con cuidado. Diviértete, mi niña—

Eri sonrió y después de darle un beso en la frente a su padre retomó su camino a la puerta principal.

Se despidió de Hakamata, Yuuto y Yori.

Cuando salió completamente de la mansión se encontró a Yuuma sentado en uno de los escalones, se acercó a él y me tocó el hombro para que se diera cuenta de que ella estaba lista para irse.

—Eri-san, te ves linda—

Eri sonrió.

—Tu no te quedas atrás—

Yuuma le devolvió la sonrisa.

—¿Nos vamos?—

Caminaron por un rato en silencio hasta que llegaron a la pista de hielo de la cuidad.

No había ni un alma en los alrededores y ,ciertamente, Eri lo agradeció profundamente. No quería que la reconocieran y le empezaran a pedir autógrafos y fotos.

Eri se había encargado de llevar dos pares de patines y le entrego a Yuuma los que eran para él.

—Wow, no sabía que la cuchilla de tus patines era de oro, ¿eso es posible?—

Eri admiro las cuchillas y rio.

—Sí, fueron un encargo especial de mi hermano cuando gane mi primera competencia—

Yuuma no preguntó nada más y cuando terminó de anudar las agujetas de ambos patines se encontró a Eri observando la pista de hielo con ojos brillantes. Él sonrió y le tocó el hombro para que supiera que estaba listo, Eri dió un respingo y Yuuma advirtió un creciente sonrojo en las mejillas de la chica.

Adorable, fue lo primero que se le vino a la cabeza.

Entraron en la pista y comenzaron a patinar en completo silencio.

Cada deslice que Eri daba era cada vez más gracil y largo, razón por la que Yuuma casi se quedaba atrás y tenía que patinar más rápido para alcanzarla, aunque eso no servía de mucho ya que un deslice que daba él equivalía a dos de la chica.

Eri volvió a dar un respingo al sentir que alguien le tomaba la mano y casi pierde el equilibrio al darse cuenta de que era la mano de Yuuma. Sus mejillas comenzaron a arder y debía parecer un tomate con patas.

—Terminaras por dejarme atrás si sigues patinando de esa forma—

Eri se relajó por completo y patino, tomada de la mano de Yuuma por un rato, hasta que al de cabello rosado se le ocurrió una idea.

—Eri-san, ¿jugamos una carrera?—

Eri no entendió al instante la pregunta y cuando lo hizo Yuuma pudo notar un brillo en sus ojos rojos.

—Claro—

Yuuma la hizo parar y se pusieron en posición.

—A la cuenta de tres. Uno, dos.....—

—¡Tres!—

El deslice que Eri dio fue tan fuerte que Yuuma creyó que el hielo bajo ellos se había quebrado.

—¡Eso es trampa!—

Eri dio un salto y quedó de frente a un Yuuma que venía muy por detrás de ella. Le dio una sonrisa y volvió a dar un salto para ver por donde iba.

La necesidad de hacer un Flip le calo los huesos y el deseo de sentir la adrenalina al realizarlo le recorrió cada fibra del cuerpo. Se preparó y junto cuando dio el salto sintió como el peso de la cuchilla se quitaba y cuando aterrizó, su pie se doblo, escuchando como los huesos se rompían calló al suelo ya inconciente.

Yuuma que había visto todo en cámara lenta no pensó dos veces antes de acercarse desesperadamente hasta Eri, para tomarla en brazos, sacarla de la pista, recortarla en una de las bancas y llamar a una ambulancia. Cuando colgó el teléfono se dedicó a observar a Eri inconciente y con una cara de sufrimiento a pesar de estar inconciente.

Una sensación de ardor atacó sus ojos y parpadeo un par de veces antes de que las lágrimas calleron en el rostro de la chica.

¿Por qué?

My life with yoursDonde viven las historias. Descúbrelo ahora