Pérdida

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La fragancia de las flores perfumaba cada rincón del majestuoso reino de Hyrule, combinándose con los brillantes rayos del sol que iluminaban la mañana. Al parecer la naturaleza se había puesto de acuerdo para que aquel día sea único... y con el acontecimiento que se estaba llevando a cabo, no era para menos.

Los gritos de algarabía se escuchaban por todo el pueblo, mientras los habitantes e invitados lanzaban pétalos de rosa al observar a la pareja de recién casados saliendo del Templo del Tiempo. Link y Zelda no cabían en la dicha de saber que por fin lograron cumplir su más anhelado deseo, el estar juntos para siempre bajo la bendición de las Diosas... y próximamente junto con la hermosa criatura que aguardaba su encuentro.

La princesa estaba hermosa, radiante en su vestido blanco, aún no se notaba ningún bulto en su vientre que evidenciara su estado, sin embargo, con la felicidad inundándola poco le importaba. Ya había aprendido a no vivir de la opinión de los demás. Por otra parte, Link, todo galante y varonil, con su sayo azul marino cubierto por una armadura de plata que lo hacía ver como el verdadero héroe que era.

La pareja se subió a la carroza que los llevaría a la recepción que se había organizado en su honor, donde todos sus invitados los esperaban para celebrar junto a ellos la felicidad de su eterna unión.

- Por fin somos marido y mujer... debo estar soñando. Han sido las semanas más largas para mí. – dijo la princesa, emocionada.

Link besa a su esposa en los labios al escuchar sus palabras, para después colocar una mano en su vientre para acariciarlo. Aunque estaba muy pequeño, podía sentir su calor y energía.

- Parece un sueño, pero no lo es. Esta es nuestra hermosa realidad y nuestro bebé es fruto de eso. – dijo Link, sonriendo a su ahora esposa.

- Así es, y por suerte no me he sentido mal. Hoy se ha portado muy bien nuestro pequeño.

- Y estás hermosa... ahora sí puedo decir que eres completamente mía. Ya no tendré que separarme de ti a la llegada del amanecer.

- Nunca más...

No faltaba mucho para que los jóvenes lleguen al lugar de la recepción, un hermoso espacio ubicado en el lago Hylia... pero inesperadamente la princesa hizo una petición.

- Mi amor, dile al cochero que se desvíe al castillo, por favor.

- ¿Ah? ¿Y eso? – preguntó Link, sorprendido.

- Tengo algo que hacer. ¿Me esperas?

- Está bien... pero si quieres te acompaño.

- No te preocupes, no demoraré. – respondió ella, sonriendo.

Una vez que llegaron al palacio, la princesa se dirigió a su habitación. Nadie notó su presencia debido a que la mayoría del personal se encontraba en el lago, cosa que la tranquilizó.

- Espero poder alcanzarte. – dijo a sí misma, ansiosa.

Una vez que llegó a su alcoba, vio como esta se iluminaba con una luz cegadora proveniente de su espejo. Cuando el efecto se redujo no vio nada, salvo unas cosas encima de su cama, una nota y una caja roja de terciopelo. Se acercó al lecho y tomó el papel para saber qué decía.

"Felices y bendecidos sean los tres..."

La princesa sonrió ante dichas palabras, cortas pero profundas y significativas. Le llegaron al alma. Luego de la nota se dispuso a abrir la caja, sorprendiéndose por lo que encontró. Una lira dorada con diseños de plata, la más majestuosa que había visto en su vida, incluso más que las que había usado. Al lado del instrumento también había otro escrito.

Pasión entre las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora