Prefacio.

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El Imperio de Woltrem está en guerra.

El Emperador está agonizando y todo el mundo lo sabe.

Y las Cuatro Naciones que rige se pelean el poder al descubrir que éste no ha tenido herederos.

Las Casas Nobles disputan el trono sumiendo a este bello imperio en una terrible vorágine de desolación, desdicha y muerte.

Aquel Emperador benevolente que está gravemente enfermo jamás pudo imaginar en sus días de gloria que su deseo por no casarse de nuevo y tener descendientes a causa de un corazón roto desencadenaría en que su amado imperio sería denigrado de tal forma hasta el punto de llenar sus hermosas tierras de infames ríos de sangre inocente.

Es por eso que agradecía a los dioses haberse enamorado en la adolescencia.

Sabía que tenía un hijo.

Pero ignoraba su paradero.

Aunque conocía muy bien donde, por lo menos, empezar a buscarlo.

Sólo era cuestión de días, semanas a lo mucho, para que su vida finalmente terminara, así que el Emperador se puso en la tarea de buscar al único amor que había tenido en su vida para así poder asegurar el futuro de su bello imperio que en éstos momentos estaba siendo vulnerado.

Aunque dudaba que su bella Alfa lo ayudara, haría todo lo que estuviera en sus manos para traerla consigo de nuevo.

Y sí, él suplicaría su perdón por lo que había hecho en el pasado y por lo que fue la razón de que ella lo dejara.

Aprovecharía a su favor el hecho de que ella seguía siendo su Emperatriz ante la ley y ante los dioses, aunque ella se negara a aceptarlo y aunque nadie en todo Woltrem la recordara, a excepción de su mejor amigo.

Sólo tenía cuarenta y cinco años, pero la enfermedad de todos sus antecesores, padre, abuelo, bisabuelo, es la que estaba acabando con él tan rápido. Siempre había sido así en su linaje. Y a pesar de que su sangre era reconocida ante las Cuatro Naciones como la de una raza guerrera fuerte e invencible, también era conocida por ser una raza efímera, cuyo resplandor en sus gobernantes no duraba más allá de los cuarenta y ocho o cincuenta años de vida.

Woltrem era conocida por tolerar crueles guerras y durante siglos sus antecesores defendieron sus tierras hasta el final, aunque sus vidas fueran cortas y aunque la probabilidad de supervivencia de los descendientes nacidos fuera casi nula.

Hace unos siglos, uno de sus Emperadores antecesores tuvo muchos hijos, pero éstos morían gradualmente a los pocos años o incluso a los pocos meses de nacidos junto a las Emperatrices que quedaban débiles, depresivas o locas por los partos, como si llevar en el vientre criaturas de tal linaje problemático de Alfas fuera una maldición, hasta que los dioses finalmente se apiadaban y dejaban un sólo descendiente vivo, el cual siempre estaría condenado a vivir lo mismo.

De eso trataba su linaje.

De desaparecer poco a poco sin realmente hacerlo, esperando la estocada final del destino.

Y así como esa maldición de sus antepasados, él buscaría a su único descendiente vivo, con la esperanza de cambiar su linaje de tan cruel destino y así salvar a Woltrem de la perdición y el caos.

Sólo rezaba a los dioses porque su Emperatriz no haya sucumbido también a la maldición y se encuentre viva y a salvo en aquel recóndito lugar en el cual quiso aislarse de él.

Apurado, llamó a su mejor amigo el general Sir William Fletcher y le imploró ir en busca de su amada y traerla ante él, junto a su hijo. Y Sir William sabía que el Emperador estaba casi sin esperanzas, por lo que el general haría lo que estuviera en sus manos por traer a la mujer Alfa esposa de su amigo a donde pertenecía, junto a su mejor amigo, aún en contra del ambicioso Concejo Imperial que ya estaba trazando su oscuro plan de acción una vez el Emperador falleciera.

Con todo propiamente dicho, Sir William partió hacia las temibles Ciudades Olvidadas, aquellas tierras inhóspitas e inclementes que repudiaban a cualquier Woltremniano que osara pisar sus tierras simplemente porque aseguraban que someterse a deidades y gobernantes tiranos como ellos lo hacían, era lo que los tenía en la ruina.

Y es que las Ciudades Olvidadas eran tierras que sólo albergaban y refugiaban a los desechos de Woltrem: bandidos, ladrones, contrabandistas, comerciantes ilícitos, y peor, crueles y desalmados piratas; todos ellos dedicados a subyugar y maltratar a los débiles e inocentes por ganancias o por puro placer, alegando ser criaturas libres y sin gobernantes a los cuales someterse.

Woltrem tendría nuevo gobernante.

Pero el actual Emperador no se imaginaba de lo que su hijo sería capaz de hacer con un pequeño Omega por capricho, después de todo, sólo era un tirano pirata Alfa que nunca antes había conocido los lujos que conllevaba regir un imperio.

Woltrem jamás estuvo más sumido en la oscuridad, como aquel lluvioso día en el que su Octogésimo Cuarto Emperador falleció y dejó el imperio, en manos inexpertas.

Que los dioses se apiadaran de Woltrem.

Sólo esa esperanza quedaba.

El Vínculo - SAGA DESTINADOS #1. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora