XXI;

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Capítulo XX
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Despertar me costó demasiado.

Mi cuerpo yacía sobre la enorme cama matrimonial, tieso y poco movible. Sentía todas mis extremidades agarrotadas, como si un enorme camión me hubiera pasado por encima, dejando mi cuerpo pesado y adolorido. Pero sabía la causa de aquel dolor y cansancio extremo.

-Maldita sed de porquería- murmuré mientras me esforzaba por sentarme.

Mi cabeza me daba vueltas, como si me hubieran golpeado en ella con tanta fuerza hasta dejarme inconsciente.

Trate de enfocar mis ojos en la habitación, para poder descifrar que tanto había dormido. Y al hacerlo, y ver que los enormes ventanales mostraban lo que parecía ser un atardecer algo oscuro por las nubes grises, me lleve la sorpresa de que había dormido casi toda una tarde -considerando que lo sucedido con Fred fue por la mañana-.

Suspire y sonreí de lado, mientras me arrastraba hasta uno de los costados de la cama y así lograr ponerme de pie. Pero mi cuerpo, por alguna extraña razón, temblaba.

"Solo espero que haya sido sangre pura y no combinada con algún calmante", pensé mientras suspiraba, algo molesta por el hecho, y me movía. Pero un pequeño dolor me detuvo y fije mis ojos en mi brazo izquierdo. Aún estaba conectada a la bolsa de sangre.

¡Agh!

Tuve que desviar la mirada para evitar volver a sentir el ardor que la sed producía en mi garganta. No quería tener que pasar por lo mismo otra vez. Pero tampoco permitiría que la maldita sed me atara y confinara a una cama de por vida. Por lo que tomé la bolsa, llena aún de sangre humana, y, a duras penas y torpemente, me moví rápido hacia el baño, evitando apretar con fuerza la bolsa para no ensuciar la habitación con ella.

Caminar se me hacia difícil.

Mi cuerpo estaba débil. Y me agitaba el solo hecho de combinar la respiración con el caminar. Pero llegué a mi destino.

Me detuve frente al lavamanos, coloqué la bolsa en el y tome aire profundamente, mientras la miraba.

"Tu puedes hacerlo... Tú puedes hacerlo... No necesitas de nadie para hacer esto... Puedes hacerlo... Puedo hacerlo", me decía a mi misma, convincentemente, mientras controlaba los temblores de mis manos, que eran producidos al percibir el aroma de aquella sangre fresca y roja.

-¡Maldición!- susurré casi en un suspiro. -¡Aquí vamos!

Volví a tomar aire y lo contuve en mis pulmones. Fije mis ojos en mi brazo atado a aquella bolsa, coloque mi mano derecha en la aguja y, sin pensarlo más, tiré de ella, sacándola de mi brazo y salpicando algunas gotas, mientras que la que salía a chorro por la aguja hueca se derramaba en el lavamanos.

【MONSTRUO】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora