Se llamaba Stiles y era lo más bonito que él había visto en su vida. Durante todos sus quince años, Derek nunca había visto nada ni nadie como el. Salió de la furgoneta y fue como si la pradera de Oklahoma se desvaneciera.
Su madre le había dicho que el nuevo miembro de la familia tenía ocho años, pero Derek se preguntó si sería verdad. Era pequeño, incluso más que Ned Higgindorf, y eso que Ned sólo tenía seis años. Era demasiado frágil para ser real. Tenía la piel pálida como las tazas de té de porcelana china de su madre y su cabello,
¿cómo podría describirse ese cabello? Era negro, pero cuando le daba el sol, tenía reflejos azules, como las alas de una mariposa tropical que había visto una vez en un libro.
Derek se quedó en el porche, atrapado entre la necesidad de acercarse a
semejante belleza, para ver si era real, y la de esconderse entre las sombras de la casa.
Su padre adoptivo cerró la puerta del lado del conductor de la furgoneta y pasó por delante. Llevaba una maleta barata de plástico en una mano y una bolsa en la otra. Derek apenas lo miró. La maleta podría ser las cosas de el chico y la bolsa parecía venir del almacén de licores de Joe.
-Vamos, Stiles. Ven a conocer a tu nueva familia.
Por la forma de hablar se podía ver claramente que el viejo ya había dado buena cuenta de lo que llevaba en la bolsa.
Stiles. Derek le dio vueltas en la cabeza a ese nombre. Era como un nombre de flor.
-No te quedes ahí, chico. Ven a conocer a tu nuevo hermano.
El viejo se detuvo delante de los escalones y dejó la maleta en el suelo. Luego,sacó una botella de whisky de la bolsa de papel y le quitó el tapón. El papel se fue volando y se quedó contra un parterre de rosas sin cuidar. Eso era todo lo que
quedaba del jardín que había plantado su madre. El resto había sucumbido a las inclemencias del tiempo y a la falta de cuidados.
-Bueno, chico, ¿es que no vas a venir a conocer a Stiles?
Antes de que pudiera decir nada, se abrió la puerta de la casa y apareció su madre.
Addie Roberts había sido una chica guapa en su momento, pero el tiempo y la vida habían dejado su huella en ella. Su cabello, que una vez fue del mismo color negro oscuro de su hijo, tenía bastantes hebras grises y en la cara tenía ya bastantes
arrugas. Sólo cuando Derek cerraba los ojos y se esforzaba en recordar podía ver de nuevo a la bonita y sonriente mujer que había sido.
Parecía preocupada y ansiosa -Lamento no haber estado aquí para recibirlo, Jed, pero se ha vuelto a
estropear la pila y estaba tratando de arreglarla. Jed Roberts gruñó y se llevó la botella a los labios, dándole un largo trago antes
de contestar a su esposa.
-No puedo ni marcharme de casa para recoger a el unico hijo de mi hermano sin que se fastidie algo. Me extraña que te las arregles bien cuando me voy a trabajar.
A Derek le tembló el labio superior. Lo llevaban muy bien cuando el viejo se
marchaba a trabajar, pero eso no era muy a menudo.
-Lo sé Jed, siento mucho que se haya roto.
-No te preocupes ya por eso -le dijo Jed agitando la botella-. No le has
dicho «hola» a Stiles. Derek ni siquiera se ha acercado a saludarlo. ¿Qué te pasa, chico?
¿Tienes miedo de un niño?
Addie miró preocupada a su hijo, pero Derek se limitó a encogerse de hombros.
Después de trece años había aprendido a no hacer caso a los comentarios de su
padrastro. Le satisfacía frustrarlo ignorándolo. Viendo que no iba a haber problemas,
Addie se fijó en el pequeño, que lo había estado mirando todo sin cambiar de
expresión, absorbiéndolo todo con sus grandes ojos, pero sin revelar nada.
-Hola, Stiles. Yo soy Addie. Espero que seas feliz con nosotros.
Le dio la mano y el niño la tomó. Luego subió los tres escalones, deteniéndose
justo al borde del sol.
-Hola.
-Lamento mucho lo de tus papas, pero tu tío Jed y yo te cuidaremos muy bien.
-Gracias.
Stiles miró al porche y entonces fue cuando vio bien a Derek , que todavía estaba
apoyado contra una esquina. Esos ojos lo atrajeron tanto, que se vio obligado a
acercarse a el. Luego, se agachó para poder verlo cara a cara.
-Hola, yo soy Stiles.
-Yo soy Derek.
Desde tan cerca se dio cuenta de que tenía una cara demasiado delicada para una niño. Tenía los ojos grandes y del color cafe más brillante que hubiera visto
jamás. Tenía suficiente belleza como para que a cualquiera se le cortara la
respiración. El le ofreció la mano y él la tomó, sintiendo la fragilidad de sus huesos
en contraste con su encallecida mano.
-¿Derek? -dijo el, encogiendo la nariz -. Es un nombre divertido.
-Yo creo que Stiles es un nombre muy bonito.
-Gracias. Este es Isaiah -le dijo el niño señalándole a su perrito de trapo -. Es mi mejor amigo.
Derek le dio la mano solemnemente al perro.
-Espero que me permitas que yo también lo sea.
Stiles lo miró con esos preciosos ojos pensativos y luego, asintió.
-Creo que sí.
-Vamos a instalar a Stiles en su habitación.
La voz de Addie rompió el extraño encanto que se había producido entre ellos. Derek se levantó, sintiéndose feliz cuando Stiles lo tomó de la mano, como si no tuviera dudas de que él se fuera a quedar con el. Lo cierto era que había pensado ir al pueblo andando para ver si encontraba algún trabajo que pudiera hacer por las
noches cuando empezara el colegio, al cabo de un par de semanas, pero ahora no le
parecía ya importante.
Addie entró la primera en la casa y Derek y Stiles la siguieron. Jed iba detrás.
Derek había ayudado esa misma mañana a preparar la habitación.
La habitación la habían estado usando hasta entonces para serrar y todavía estaba allí la sierra mecánica, pero una pequeña cama y un armario la habían transformado en un dormitorio. Addie entró en la habitación y se puso a alisar
nerviosamente la cama.
-Probablemente no sea tan grande y bonita como la que tenías, pero ya la
arreglaremos. Tal vez sea cuestión de pintarla un poco, y poner unas cortinas nuevas.
Se puso a limpiar la ventana como si el descuido de años se pudiera arreglar
con un pase de delantal. Se volvió y sonrió a Stiles como disculpándose.
-Son ustedes muy amables por dejarme quedar aquí -dijo el niño,
evidentemente copiando al pie de la letra algo que le habían dicho que tenía que decir.
Derek se preguntó quién habría sido. Tal vez los vecinos con los que se había quedado después de que la avioneta en que iban sus padres se estrellara.
-Tú eres el hijo unico de mi hermano y, por supuesto que vas a quedarte aquí. Jed entró en la habitación y a Derek le pareció que el niño se acercaba un poco más a él.
Jed dejó la maleta en el suelo y le dio otro trago a la botella. Miró a su esposa y la bajó de mala gana.
-No me digas nada, Addie. Estoy cansado de que te pases el día regañándome cada vez que bebo. Parece como si estuvieras llegando al punto de pensar que me
paso la vida borracho o algo así. ¿Es eso lo que piensas?
-Por supuesto que no, Jed. Solo me preocupo por ti -le dijo Addie, apartando la mirada.
-Bueno, pues deja de preocuparte. Nunca he aguantado que una mujer me dé la lata -luego se volvió a Stiles. Cuando crezcas, no le des la lata a los hombres, ¿me oyes?
Esta vez Derek supo que no era su imaginación. El niño retrocedió levemente, de forma que se quedó parcialmente detrás de su pierna, con la mirada fija en su tío. Jed dejó la habitación con un paso aún razonablemente seguro. Pero eso no duraría mucho. Pronto terminaría la botella y, tal vez, empezara con otra.
Addie vio cómo se marchaba su esposo y luego cruzó la mirada con la de su hijo por un momento antes de volver a apartarla rápidamente. Hacía ya tiempo que había dejado de pensar en responder a las preguntas que sabía que él nunca le haría.
-Bueno, Stiles -dijo ella -. Espero que seas feliz aquí.
Echó un vistazo a su alrededor, viendo la miseria que los rodeaba y su sonrisa se esfumó rápidamente.
-Será mejor que riegue el jardín. Hace mucho calor en esta época del año. Derek se quedará contigo y te enseñará todo. Hay muchas cosas que ver. Derek la vio marchar y luego miró a Stiles. El estaba mirando la habitación con una expresión ilegible. Se preguntó lo que estaría pensando. Se preguntó también si lo llegaría a saber alguna vez. Stiles se acomodó a la casa como si hubiera vivido siempre allí. Derek no podía
recordar lo que había sido la vida sin el. Andaba siempre con él cuando no estaba en el colegio o trabajando. El encajaba tan bien en cualquier cosa que él estuviera haciendo que no le importaba tenerlo con él.
Le enseñó a buscar huevos, a descubrir todos los sitios donde hacían sus nidos las gallinas. El lo seguía cuando se iba a pescar, poniendo más interés en ver lo que
hacía que el mismo Derek, hasta que se quedaba dormido con la cabeza apoyada en el perrito de peluche, que era su constante compañero.
Raramente hablaba de su familia. Cuando él le preguntaba algo, el le
contestaba que sus padres solían viajar mucho, dejándolo a el con varias niñeras, todas ellas muy agradables. No parecía echarlos mucho de menos, a pesar de que, a
veces, parecía asomarse una profunda tristeza en su mirada.
Se hizo amigo de Addie y la ayudaba con el jardín y a hacer conservas. Pero no hizo buenas migas con Jed. Observaba a su tío con cautela, y le hablaba sólo si él le preguntaba algo.
Llegó el mes de septiembre y Derek empezó con el colegio. En años anteriores siempre había visto el colegio cómo una oportunidad de apartarse de casa durante todo el día, de estar lejos de esas tensiones. Pero ahora se sorprendió al darse cuenta
de que quería quedarse en casa. Aceptó un trabajo en un almacén del pueblo.
Cuando salía del trabajo Stiles iba a esperarlo a la carretera, con Isaiah en una mano y en la otra un manojo de papeles, ansioso por contarle lo que había aprendido en el colegio. Y Derek quería saberlo. Si hubiera tratado de analizar su reacción, podría haber dicho que Stiles era un huérfano, estaba solo en el mundo y que era por eso por lo que era fácil ser amable
con el. Pero la verdad era que Stiles había llevado algo a su vida, algo que no podía definir ni explicar. Quería protegerlo, mantenerlo apartado de la cruda realidad de la vida.
Llevaba con ellos un par de meses ya cuando una noche Jed llegó
completamente borracho. Las borracheras de Jed siempre eran peores según se acercaba el invierno. Era una costumbre a la que Derek ya se había habituado. Se limitaba a apartarse tanto como le fuera posible del viejo.
Esa noche la cena fue tensa. Jed bebía con ganas, Addie lo observaba
nerviosamente, Stiles comía sin apartar sus grandes ojos del rostro enrojecido de su tío y derek miraba a su madre, odiando el miedo que veía en sus ojos.
Tan pronto como terminaron, Addie mandó a Stiles a que se preparara para irse a dormir. Derek se metió en su habitación y cerró la puerta. Eso no le sirvió de nada. Podía olerse el enfado, el miedo y el resentimiento. Tenía deberes que hacer, pero no
tocó un libro.
Se quedó mirando a la curiosidad a través de la ventana. La voz de Jed, enfadado, sonó fuertemente y Derek cerró los ojos. No podía oír lo que su padrastro estaba diciendo, pero se lo podía imaginar. Siempre decía lo
mismo, que si no se hubiera casado con Addie y se hubiera hecho cargo de ella y de su hijo, podría haber llegado a ser alguien. Podría haber sido una gran estrella y haber trabajado en Nashville. Todo el mundo sabía que él podía haber llegado a serlo.
Y Addie se estaría disculpando y diciéndole que lo sentía mucho, que sentía haber entorpecido su carrera y no haberle podido dar un hijo propio.
Derek apretó los puños. Abrió los ojos. En algún lugar más allá de esa pradera tenía que haber algo más. Algo mejor.
Se apartó de la ventana. La voz de Jed todavía se oía en el salón. Derek se
arrodilló al lado de la cama y sacó de debajo una vieja caja de cigarros. La dejó en el suelo y la abrió. Dentro, había unos cuantos billetes, la mayoría de un dólar. No había sacado el dinero para contarlo. Sabía cuánto había allí. Trescientos cincuenta y
tres dólares.
Había tardado casi cuatro años ahorrar tanto dinero. Nunca lo había dicho en voz alta, pero sabía para lo que era. Para escaparse. Cuando tuviera suficiente, se marcharía de ese sitio para no volver; iría a alguna parte y conseguiría un trabajo y,
tan pronto como ganara algo de dinero, mandaría a buscar a su madre y ninguno de los dos volvería a saber nada de Jed Roberts.
Cuando miraba ese dinero, casi podía imaginarse la vida que lo esperaba. Un coche nuevo, una casa y, tal vez una doncella para Addie, para que su madre no tuviera que fregar jamás los platos. Vestiría cosas buenas; nunca más remiendos en los codos y rodillas. Y le compraría a Addie un vestido nuevo para cada día de la
semana.
-¿Derek? Él dio un salto y cerró de golpe la caja de cigarros antes de volverse hacia la puerta. Stiles estaba allí de pie, con Isaiah en una mano. La puerta estaba abierta y se podía oír más claramente la voz de Jed. Derek se puso en pie y cruzó la habitación
para hacer entrar a Stiles y luego volvió a cerrar la puerta.
-¿Qué te pasa? ¿Has tenido una pesadilla? -No -le contestó el, mirándolo fijamente -. Parece muy enfadado. Derek volvió a colocar en su sitio la caja de cigarros.
-Lo que pasa es que se queja porque es demasiado vago como para hacer nada más.
Stiles miró hacia la puerta cerrada y luego de nuevo a Derek .
-¿Puedo quedarme aquí contigo?
-Claro.
Stiles se echó a correr, se tiró sobre la cama, y abrazó fuertemente a Isaiah.
Derek se sentó al borde de la cama, oyendo cómo la voz de Jed subía y bajaba y las ocasionales disculpas de su madre.
-¿Por qué grita así? ¿Va a hacerle daño a tu madre?
-Sólo grita mucho. Nada por lo que preocuparse. Ahora duérmete, que
mañana te llevaré de excursión.
-Va a hacer mucho frío -dijo el, bostezando. Derek lo arropó cariñosamente.
-Nos arreglaremos. Mi madre solía llevarme de excursión por la nieve.
-¿De verdad?
-De verdad. Ahora, duérmete.
-De acuerdo. No te irás, ¿verdad, Derek?
-No, no me iré.
Al cabo de unos minutos estaba durmiendo profundamente. Derek lo vio dormirse y luego le apartó un mechón de cabello de la frente.
Era tan joven, poco más que un bebé. Se enfadó cuando recordó lo asustado que había estado. No debía haber tenido miedo. Debería ser feliz y no preocuparse de nada. Todos los niños tenían ese derecho. Apoyó la cabeza contra la pared. Todavía se seguía oyendo la voz de Jed, aunque más baja ahora. Pronto se le pasaría y entonces la casa recobraría la tranquilidad, excepto por los lloros de Addie. Derek trató de recordar lo que era no
tener que preocuparse de nada. Su memoria no llegaba a tanto. Tal vez si su padre no hubiera muerto, las cosas habrían sido diferentes. Pero no vivía y las cosas eran como eran.
A veces pensaba que no cambiarían nunca. Que se haría mayor y moriría sin haber visto lo que había más allá de la pradera. Esa inmensa llanura estaría en su nacimiento y en su muerte. Moriría allí, enterrado en esa tierra. Apartó ese pensamiento. No iba a ser así. Iba a escaparse de allí.
Stiles se movió dormido y Derek lo miró. El no encajaba en ese lugar. Era algo exquisito y delicado. Más tarde o más temprano se rompería como una flor y desaparecería toda su belleza, quedándose como su madre. Una fiera resolución surgió en él ante ese pensamiento. No iba a dejar que eso sucediera. No iba a verlo destruido de la misma forma en que lo había sido Addie.
La casa estaba ya tranquila. Jed ya no gritaba; probablemente estaría tumbado en el sofá. El viento omnipresente hacía crujir la vieja casa, era como un telón de
fondo a los gemidos que venían del salón. Derek cerró los ojos y apretó los puños. En el mundo tenía que haber algo más que eso. Y él iba a encontrarlo. Según iba haciendo más frío, Jed bebía más. Era lo habitual en él, pero a Derek le parecía que ese año era peor. El trabajo en la construcción iba cada vez peor según se
acercaba el invierno. Nadie quería estar en mitad de una obra cuando el invierno golpeara de lleno.
Derek empezó a no tener ganas de ir al colegio, temeroso de lo que se podría encontrar en casa a la vuelta. Recordaba muy bien la pesadilla que era llegar a su casa y encontrarse a su madre con la cara hinchada y enrojecida y con los ojos llenos
de lágrimas. Ella siempre le decía que se había caído, pero él, que era más pequeño aun que Stiles
se había dado cuenta de lo que había sucedido realmente. Se había visto impotente para detener esas cosas hasta que creció lo suficiente como para enfrentarse con su padrastro y darle un poco de su propia medicina. Jed no había golpeado a Addie desde entonces, pero había algo desagradable en su forma de
comportarse últimamente que preocupaba a Derek.
Si la cosa estaba así incluso antes de que cayera la primera nevada, no se podía imaginar lo que sería cuando hiciera más frío y ser vieran atrapados todos en el
interior de la pequeña casa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había algo mucho peor de lo que preocuparse que del mal humor creciente de Jed.
-He visto a Lisa Mae Watkins en el mercado hoy. Su abuelo dice que parece que va a hacer un invierno realmente frío. Jed gruñó como respuesta al comentario de su esposa.
-No sé por qué lo dices tan contenta. Eso sólo significa que va a nevar más de lo habitual. No es nada para cotorrear.
-No estaba cotorreando, Jed. Sólo estaba tratando de dar un poco de
conversación. Él no dijo nada y Addie lo miró con ansiedad antes de volverse a Derek.
-¿Cómo te ha ido hoy el colegio, Derek?
-Bien -dijo él, encogiéndose de hombros y obligándose a hablar a pesar de la tensión que tenía en la garganta -. Todo el mundo está muy excitado por el largo puente del Día de Acción de Gracias, Stiles.
-Me gusta más la Navidad. Voy a hacer de ángel este año en la obra de teatro del colegio.
Addie sonrió, pero fue Jed el que habló. -Estoy seguro de que serás un ángel precioso. Con ese bonito cabello y todo lo demás. Se inclinó entonces sobre la mesa para tomarle entre los dedos un mechón de cabello. Derek tuvo que contenerse para no apartarle la mano. Casi no podía respirar.
Miró a la cara a su padrastro y sintió una incomodidad que no podía definir. Había algo que no le gustaba. Algo desagradable. Stiles se estremeció levemente y Jed apartó la mano. Continuó mirándolo y Derek
notó cómo esa incomodidad crecía. No era sólo esa noche. Era algo que llevaba en su interior desde hacía semanas. Había visto cómo miraba a Stiles, los comentarios que
hacía acerca de él . No podía decir de lo que se trataba, pero había algo que le molestaba. Miró a su madre, pero ella estaba mirando su plato.
Cuando terminó la comida, Derek y Stiles recogieron la mesa mientras Addie empezaba a fregar los platos. Jed continuó sentado, con una botella y un vaso delante de él. No decía nada. Estaba como mirando la pared, pero algunas veces, Derek le pilló mirando a Stiles. Hubiera querido llevárselo de allí, apartarlo de su vista, como si
eso pudiera ponerlo a salvo. Pero, ¿a salvo de qué? Todavía no tenía una respuesta cuando le llegó el momento a Stiles de marcharse a la cama, pero esa desagradable sensación seguía allí. La televisión estaba encendida, pero nadie la estaba viendo. Addie estaba con la labor de costura, a la luz
de una débil bombilla. Jed estaba arrellanado en un sillón, con la botella al lado, con la mirada en la pantalla, pero los pensamientos en cualquier otra parte. Derek estaba
sentado en una esquina del sofá, con el libro de historia en las rodillas, pero con la cabeza en otras cosas. Stiles entró en la habitación después de darse su baño. Su delicada belleza parecía fuera de lugar entre ellos.
-Buenas noches, tía Addie. Buenas noches, tío Jed. Buenas noches, Derek.
-¿Es qué no le vas a dar a tu tío un besito de buenas noches? Stiles dudó y en su mirada se vio esa duda. También eso era un nuevo hábito de
Jed. Durante las pasadas dos semanas había empezado a insistir en que el le diera un beso de buenas noches. Derek miró a su madre. Ella mantenía baja la cabeza, como si lo que estaba haciendo requiriera toda su atención, pero tenía las manos quietas.
-Ven y dame un beso. Derek se levantó, estirándose ostentosamente.
-Estoy agotado. Creo que también me voy a ir a la cama. Vamos, Stiles, yo te
arroparé . Buenas noches, mamá. Buenas noches, Jed.
Tomó a Stiles de la mano y lo sacó de allí antes de que nadie dijera nada.
-¿Tú también vas a acostarte, Derek? -Claro. Se detuvieron delante del dormitorio de el niño y él se quedó mirándolo. Era tan pequeño. No ofrecía ninguna protección. Y ahora, ¿por qué estaba pensando en
protección? -¿Te gustaría dormir hoy en mi habitación?
-¿Y eso?
«¿Y eso?», pensó él. No lo sabía. Sólo sabía que no quería dejarlo solo en esa habitación esa noche. Se encogió de hombros. Sólo para jugar.
-¿Isaiah también?
-Claro.
-De acuerdo.
Se metió en su habitación y salió inmediatamente con su perrito. Derek miró por encima del hombro, sin saber a lo que estaba mirando. Luego, volvió a tomarlo de la
mano y cerraron la puerta de la habitación antes de dirigirse a su dormitorio. Al cabo de pocos minutos, el niño ya estaba dormido. Derek se acomodó en una silla con un libro en las rodillas. Hacía frío allí. Se estaría más caliente bajo las mantas, pero estaba demasiado nervioso como para irse a dormir. Se quedó allí sentado, pasando de vez en cuando una página, pero casi sin darse cuenta de lo que estaba leyendo. Al poco tiempo, oyó como Jed y su madre se iban a la cama. La puerta de su dormitorio se cerró suavemente. Derek todavía se quedó como estaba,
esperando, a pesar de que no sabía qué. Estaba ya dando cabezadas cuando sucedió. Oyó un ruido. Eran unos pasos leves que venían del salón, como si alguien fuera de puntillas. Apagó la lámpara. Se quedó mirando la pared, como si pudiera ver a través de ella. Los pasos se
detuvieron. Casi no se atrevía a respirar.
-¿Stiles ? Soy yo, tío Jed. He creído que podías tener miedo de la oscuridad.
Derek oyó cómo se abría la puerta del dormitorio de Stiles, luego se hizo el
silencio. Unos minutos después, volvió a abrirse la puerta y sonaron de nuevo los pasos de Jed. Se detuvieron delante de la habitación de Derek. La tensión creció en su
interior hasta que pensó que iba a estallar. Después de un largo instante, los pasos se alejaron, pero Derek no se relajó hasta que oyó el ruido de una puerta cerrándose y supo que Jed había vuelto a su cama. Se quedó allí, en la oscuridad. Le temblaban
tanto las manos que casi no acertó con la mesa cuando trató de dejar el libro. Notó el ácido sabor de la bilis en la boca. Se levantó y apoyó la frente en el cristal de la ventana. No estaba mas frío que su propio cuerpo.
Stiles se movió y murmuró algo, dormido. Derek se frotó los ojos, notando las lágrimas. El era tan pequeño. Tenía que protegerlo. ¿Pero cómo? Tenía que llevárselo de allí. Lejos de Jed. Frotó la frente contra el frío cristal. Tenía que haber una forma. Todo lo que él tenía que hacer era encontrarla. Fuera como fuese, no podía permitir que el se quedara allí. No podía.
ESTÁS LEYENDO
JUNTOS PARA SIEMPRE { STEREK}
RomanceStiles Stilinski era lo más importante de su vida En el mismo instante en que fijó su mirada en aquel pálido y bonito niño, Derek Hale supo cuál era la razón de su vida: proteger a Stiles, Para ello, Derek tuvo que escaparse de su casa. Fue una...