CAPITULO 5

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A pesar del pesimismo de Derek, su suerte parecía haber cambiado por fin.
El sobre que habían llevado encima durante tanto tiempo había resultado ser la llave de su supervivencia… de su salvación. El robusto corpachón de Mike Lonigan era un envoltorio basto para un ángel, pero era algo parecido.
Ofreció su casa a los dos refugiados, y con ella un lugar donde quedarse y la
primera comida decente que habían hecho desde hacía meses. Cuando bajaron a la mañana siguiente, Derek estaba tenso, sin saber qué hacer, se preguntaba cómo podía convencer a ese extraño para que los dejara quedarse. Hería su orgullo que el único argumento que podía ofrecerle era su desesperada necesidad. Por Stiles se tragaría ese orgullo, pero no sin que le doliera. Pero Mike lo hizo parecer un trato entre iguales. Ellos necesitaban una casa y a él le sobraba sitio.

Años más tarde, Derek aún se maravillaba del tacto con que había actuado Mike. No se hizo ningún arreglo legal. Mike ni les preguntó si se querían quedar a vivir con él permanentemente. Simplemente se quedaron allí un día, luego otro; una semana. Cuando pasaron dos semanas, Mike encontró un trabajo para Derek en un supermercado que estaba cerca de su tienda. El dueño era un amigo suyo y no le importó que Stiles acompañara a su nuevo empleado como una sombra.
Stiles le abrió fácilmente su corazón a Mike. Aceptó su presencia en su vida de la misma forma en que había aceptado a Derek, su marcha de casa y la forma en que estuvieron viviendo en las calles. Parecía ver el mundo con unos ojos que hubieran visto demasiado. Con Derek e Isaiah muy cerca, la familia de Stiles estaba completa. Gradualmente, Mike fue formando parte de su pequeño círculo y empezó a dedicarle la misma devoción que le dedicaba a Derek.
Para Derek, la aceptación de Mike fue mucho más despacio. Mike se ganó su
respeto, incluso una cierta confianza, pero el afecto era otra cosa. Se instaló cuidadosamente en la casa de Mike, tratando de no acostumbrarse a
sus comodidades, de no depender de ese hombre rudo y gruñón que los había sacado de la calle.
Mike observaba al chico que había recogido, leyendo la prevención en su
mirada fría y azul, el empecinado orgullo que se leía en todas sus acciones. Derek le recordaba a otro chico, con el cabello más oscuro y con otro color de ojos, pero con la misma decisión y orgullo juveniles. No había comprendido entonces ese orgullo y había pagado mucho por esa falta de comprensión.
No era un hombre muy religioso, pero tenía una gran fe en algo superior. Tal
vez le estuvieran dando una oportunidad de rectificar algunos de sus errores. No podía cambiar el pasado, pero con Derek podría arreglar algunos de los errores que había cometido con su propio hijo. Errores que le habían costado mucho. Estaba seguro de que los había enviado a la tienda algo así. Stiles era el nexo de unión entre los tres. Mike sabía que, sin el , Derek habría
tratado de continuar por sí solo. Pero quería más para Stiles de lo que esperaba para él mismo y por eso se había quedado. Mike comprendió y respetó sus razones. Todavía no sabía la razón por la que se habían marchado de casa. Stiles no se lo había contado muy claramente. En una ocasión, trató de hablar de ello con Derek,  pero el chico se tensó y lo miró de una forma tremendamente fría. Cuando Derek confiara del todo en él, tal vez averiguara cuáles habían sido esas razones.
Así que esperó, teniendo mucho cuidado en respetar el hecho de que Derek era mucho mayor de lo que decían sus años. Trató de guiarlo y sugerirle en vez de ordenarle y tuvo la satisfacción de ver como un poco de la desconfianza del chico se esfumaba.
Cuando se acercó el otoño, Mike les sugirió ir al colegio con mucho cuidado. No le sorprendió cuando Derek se negó en redondo a ir. El chico había visto y vivido demasiado como para tratar ahora de encajar en la típica vida de un niño de dieciséis años. Pero le sorprendió cuando lo apoyó para que Stiles volviera al colegio. Luego, cuando pensó en ello, se dio cuenta de que no tenía que haberle sorprendido. Derek estaba completamente decidido a que Stiles llevara una vida completamente normal. Así que la vida en la casa iba bien. Habían encontrado un equilibrio que les era
cómodo a todos. Pasaron las vacaciones de Acción de Gracias como siempre las había pasado
Mike, en una misión, dándoles de comer a los que no tenían hogar. Derek y Stiles trabajaron con él. Derek lo hizo con la tristeza reflejada en los ojos. No hacía muchos meses que ellos mismos podían haber estado allí. Los recuerdos eran demasiado cercanos y, esa noche, tardó bastante en dormirse, pensando en lo que podía haber sido de ellos de no ser por Mike.
Después llegaron las Navidades y, el contraste fue aún más fuerte. Ese año,
Derek tenía dinero en el bolsillo. No era una fortuna, pero sí suficiente. Tenían un hogar, no una habitación de hotel. Ese año Stiles iba a hacer de ángel en la representación del colegio.
Mike se metió en las fiestas con todo su fervor irlandés. Verlo en la cocina,
preparando todos los pasteles y demás, con un delantal a cuadros y todo embadurnado de harina, habría sido suficiente como para que Derek se echara a reír. Pero lo que sentía no era diversión. Sentía como si algo se hubiera roto en su interior, una especie de barrera. Entonces pensó que si no arreglaba esa ruptura pronto, si no se protegía a sí mismo, podría resultar herido.
Pero la barrera llevaba ya meses cayendo; lo que pasaba era que no se había dado cuenta de las grietas. Tal vez fuera por las Navidades. Tal vez por la muy humana necesidad de creer en alguien.
Había un gran árbol de Navidad en una esquina del salón. Derek no tenía forma de saber que era el primer árbol que Mike había puesto desde hacía seis años. Lo que sí sabía era que la casa rebosaba de espíritu navideño.Stiles se fue pronto a la cama en Nochebuena, como si así pudiera hacer que el día de Navidad llegara antes. Cuando Derek fue a ver cómo estaba a las nueve, ya estaba dormido.
Derek dudó en las escaleras. La lluvia sonaba fuera. Mike estaba en el salón
delante de la chimenea encendida. —Derek, me alegro de que vuelvas. Estaba a punto de tomarme un ponche de huevo. ¿Quieres un poco? —Bueno. Derek se metió las manos en los bolsillos y luego volvió a sacarlas. Estaba nervioso. Tomó el vaso que le daba Mike y le dio un trago. —¿Está dormido Stiles? —Sí. Como un tronco. Derek se sentó en el sofá y sonrió a Mike. —Creo que la espera lo ha agotado. —Mi hijo era como el cuando era pequeño. Dere lo miró sorprendido. —No sabía que tuvieras un hijo. Mike sonrió entonces tristemente. —Todavía lo tengo, por lo que sé. —Nunca lo has mencionado. —Michael y yo nos separamos hace ya años. Se marchó de casa y no lo he visto desde entonces. —¿Se escapó? Mike se encogió de hombros. —Más o menos. Era mayor que tú. Tenía casi diecinueve años. —¿Por qué se marchó? Hizo la pregunta antes de poderlo evitar. Mike no pareció ofendido. Se encogió
de hombros y se quedó mirando al fuego, como recordando. —Nos peleábamos mucho. Desde siempre. Incluso cuando era pequeño. Era tan
cabezota como yo. Su madre murió cuando tenía quince años. A partir de entonces, nuestra convivencia fue de mal en peor. Fue culpa mía, probablemente. Pensaba que manteniéndolo con las riendas sujetas evitaría que cometiera errores. Supongo que se me olvidó que se aprende cometiendo errores.
Mike calló un momento y luego continuó. —De todas formas, nos peleábamos casi por cualquier cosa. Muchas de esas
peleas me parecen ahora bastante estúpidas, pero entonces no. Ni siquiera recuerdo por qué fue la última. Pero Michael se marchó diciendo que no volvería nunca. Yo no
lo creí y lo dejé marchar. Una semana más tarde, recibí una carta suya diciéndome que se había alistado en el Ejército. Fue lo último que supe de él. —¿Cómo sabes que está vivo? La sonrisa de Mike se hizo más profunda. —Hace poco tiempo recibí la prueba de que lo está. Se quedaron en silencio un rato. Sólo se oía el ruido de la lluvia y el del fuego en la chimenea. Fue Mike el que lo rompió. —¿Sabes? Tú nunca me has contado cómo te sentiste cuando cogiste a Stiles y os
escapasteis de casa, Derek, No tienes por qué contármelo, por supuesto, pero a veces ayuda hablar de esas cosas. Ésa es una lección que yo aprendí un poco tarde.
Derek apretó tanto el vaso que se le quedaron blancos los nudillos. No iba a decir nada. Estaba decidido a llevárselo a la tumba con él. Era demasiado vergonzoso como para contárselo a nadie. —Fue por Stiles —dijo por fin sin mirar a Mike—. Tenía que mantenerlo a salvo. —¿A salvo de qué? —Yo… el no es realmente mi primo, ya sabes. Por lo menos no somos parientes de sangre. Mi padrastro era su tío. Cuando sus padres murieron en un accidente aéreo, él  se vino a vivir con nosotros. Yo nunca había visto aun  niño tan bonito en la vida. No parecía real. No se merecía vivir en aquella casa. Derek dejó de hablar un momento para aclarar el nudo que tenía en la garganta. Mi madre intentó ayudarlo dijo con fiereza, como si Mike fuera a pensar que ella no lo había intentado. Lo miró, pero lo único que había en sus ojos era interés, ningún reproche.
Luego continuó hablando. Ahora que había empezado, no podía dejar de hacerlo. —Lo intentó, pero ya no le quedaban fuerzas. Y estaba Jed.
—¿Tú padrastro? Derek asintió y siguió mirando el fuego. —Era un cerdo. Bebía y le pegaba a mi madre. Hasta que yo me hice lo suficientemente mayor como para impedírselo. Pero entonces llegó Stiles y no pude permitir que le hiciera daño. No podía. —¿Hacerle daño?
¿Le pegó? —No. Eso fue todo lo que dijo Derek, pero Mike se dio cuenta de que había más.
Después de un momento, Derek continuó. —Era la forma en que lo miraba. No debía de haberlo mirado así. Era solo un niño pequeño. Le hice dormir en mi habitación y oí cómo él iba a la suya y luego se acercaba a mi puerta. Yo volví a meterlo en mi habitación a la noche siguiente, pero esa vez tenía un revólver. Dejó de hablar y fijó la mirada en un punto indeterminado. —¿Lo mataste, Derek? Derek agitó la cabeza como si saliera de un trance. —No, pero habría querido hacerlo. Rogué por que abriera la puerta. Habría
tirado del gatillo sin pensarlo. Quería verlo muerto. Miró a Mike a los ojos. Esa mirada le dejó muy claro que estaba diciendo la verdad. —Así que cogí a Stiles y nos escapamos. —¿Y tu madre? —Ella no podía hacer nada. Habría querido hacerlo, lo sé, pero no tenía las fuerzas necesarias. No se puede culpar a una persona por eso, ¿verdad? Hizo lo que pudo.
La voz le falló por la emoción y Mike dudó que tuviera derecho a ofrecerle su consuelo, pero sabía que tenía que intentarlo. —Aceptaste una responsabilidad muy grande. —No podía hacer otra cosa. Mike le puso una mano en un brazo, notando los rígidos músculos por la
tensión. —Estoy seguro de que tu madre hizo lo que pudo, hijo. Como hiciste tú también. Puede que fuera la palabra «hijo», o el tono de su voz. O simplemente que Derek ya no aguantaba más. Había sido duro durante demasiado tiempo. Durante toda su vida había estado protegiendo a alguien, primero a su madre y luego a Stiles   Yo… Se le quebró la voz y trató de controlarla mientras se secaba la palma de las manos en los pantalones. —Debería irme a la cama. Mike le apretó el brazo. —¿Sabes, hijo? No es malo necesitar a otra gente. Todo el mundo necesita de un
poco de ayuda de vez en cuando. Otra
vez. «Hijo». Nadie le había llamado así. Deseó de repente, desesperadamente, ser el hijo de ese hombre. Tener derecho a ese nombre. Agitó la cabeza, dándose cuenta de que algo le escocía en la garganta. —No… no puedo… No lograba que le salieran las palabras. Levantó la mirada y se encontró con la
de Mike y lo que quedaba de la barrera se derrumbó. Había compasión en la mirada del viejo, pero también había algo más a lo que temía ponerle nombre. ¿Amor? —Yo…
Derek respiró profundamente, luchando por recuperar el control, pero Mike ya había visto la humedad en sus ojos y no iba a permitir que volviera a levantar de nuevo esa barrera. Le puso la mano sobre un hombro y notó cómo Derek se estremecía, antes de que todo su control desapareciera y sollozara.
Mike lo abrazó. Su expresión era seria; estaba pensando en todo lo que había pasado el chico en su corta vida. Derek respiró de nuevo profundamente y se enjugó los ojos. —Lo siento, no sé lo que me ha pasado —murmuró—. Los hombres no lloran. —Esa es una de las mayores mentiras que conozco —le dijo Mike, empezando a llenar una pipa—. A los hombres las cosas les duelen lo mismo que a las mujeres. Derek pareció incómodo. —¿No crees que soy un poco… blando o algo así? La risa de Mike lo pilló desprevenido y le proporcionó una emoción que no
pudo definir. Continuó llenando la pipa con calma. —Creo que no eres blando en absoluto. Has aceptado responsabilidades que
hombres con el doble de tu edad dudarían en aceptar. Tienes agallas. Voy a decirte algo. Cuando estaba en la policía, habría estado orgulloso de tenerte por compañero.
Derek se ruborizó y se estiró levemente. Conocía ya lo suficiente a Mike Lonigan como para saber que no le podía haber dicho un cumplido mejor. Mike encendió la pipa y el aroma del tabaco se extendió por el aire. El fuego chisporroteaba cuando el agua de lluvia se colaba por la chimenea. Estuvieron en silencio un largo rato, oyendo la lluvia y observando cómo se reflejaban las llamas en el árbol de Navidad.
Mike no podría decir el tiempo que había pasado cuando se dio cuenta de que Derek se había quedado dormido, con la cabeza apoyada en el brazo del sofá. Si entornaba los ojos, incluso podía imaginarse que era Michael. Había habido algunos buenos momentos entre ellos. Pero no los suficientes. Lo había presionado demasiado y había pagado por ello.
Miró el árbol de Navidad y entornó los ojos, que le escocían un poco. No había puesto un árbol desde que Michael se marchó de casa. Desde entonces, había echado de menos la excitación, la alegría de las Navidades. Esos dos niños le habían dado mucho más de lo que él nunca podría ofrecerles a ellos. Se sentía vivo de nuevo. Pero había aprendido la lección demasiado tarde para salvar la relación con su propio hijo. No iba a presionar a Derek de la forma en que lo había hecho con Michael. Iba a dejar que tomara sus propias decisiones. No todo el mundo tenía una segunda oportunidad.

Querida mamá: Espero que estés bien.        Stiles y yo lo estamos. Por aquí hace calor, pero llueve bastante.
Supongo que eso le vendrá bien al campo.

Supongo que eso le vendrá bien al campo. Trace dejó de escribir y frunció el ceño. Parecía como si estuviera escribiendo a
un completo extraño. Pero, ¿no era exactamente eso lo que era Addie? No la había visto desde hacía ocho años. Pero era su madre.

Gracias por la postal el día de mi cumpleaños. Trataré de mandarte una foto cuando pueda, a pesar de que no estoy mucho más diferente con veinticuatro que cuando me marché de casa. Stiles es el que ha cambiado. Va a cumplir diecisiete años y está precioso No sale mucho, lo que probablemente no está mal. Mike es muy protector con el

Mike no era el único. Derek tomó la taza de café entre las manos mientras
miraba la foto de Stiles que adornaba la mesa que servía a la vez de escritorio y mesa para comer del pequeño apartamento. Parecía como si Stiles lo estuviera mirando directamente a los ojos. Seguía
teniendo esos ojos grandes, cafes y profundos que parecían contener tantos secretos. Tomó la foto. Había habido una fiesta de primavera en el colegio ese fin de semana. Stiles se había puesto un pantalón pegado rasgado de las rodillas y una camisa azul pegada al torso completamente, para él cuando había ido a verlo el fin de semana anterior y Mike no fue el único en sorprenderse de la forma en que parecía haber crecido de un día para otro.
No era algo cómodo. Era más seguro pensar en el como un niño, ¿Seguro?
Agitó la cabeza, volvió a dejar la foto en su sitio.

El mes que viene voy a graduarme en la academia. Creo que Mike está más excitado que yo mismo. Supongo que él siempre esperó que su propio hijo fuera policía y yo soy un buen sustituto.
No te creas todo lo que sale en la televisión acerca de lo peligroso que es ser policía en Los Ángeles. No es tan malo como parece. Bueno, tengo un montón de cosas que hacer, así que termino. Cuídate y escribe pronto. Te quiero, Derek.

Dejó el bolígrafo. Se  sentía como si hubiera cumplido una misión difícil. Según pasaban los años se le hacía más difícil escribir a su madre y las cartas se espaciaban cada vez más. Nunca había comprendido la razón por la que ella había preferido quedarse donde estaba. Hacía ya casi cinco años que le había dicho que se viniera a Los Ángeles. Mike podía ayudarla a encontrar trabajo. Y ella le había contestado que no se iba porque Jed estaba enfermo y la necesitaba. Algo se rompió entonces en el interior de Derek. No entendió por completo la furia que sintió, pero un último lazo con su infancia se había roto entonces. En todos los momentos críticos de su vida, Addie había elegido a Jed. Había elegido una vida con un hombre que la había destruido y degradado. Derek no lo comprendía y había dejado de intentarlo. Nunca más volvió a sugerirle que se mudara a California Terminó el café y volvió a mirar la foto de Stiles. Eso grandes ojos cafes
parecían retarlo. De repente, recobró la conciencia. Se había estado concentrando demasiado en
la academia. Stiles era un  niño sin importar lo que le parecían decir sus ojos. Habían pasado muchas cosas juntos. Era comprensible que lo tuviera siempre presente… de una forma que ya no era infantil. ¿Es que no era algo normal que un chico creciera? El sabía que él era un hombre. No había nada malo en ello.
Pasarían esa fase, como habían pasado por todas las demás… juntos.

JUNTOS PARA SIEMPRE { STEREK}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora